sábado, 24 de octubre de 2020

Es un signo liberador de los tiempos: quitar la losa de las mentiras que ha estado sepultando la verdad de la historia desde hace 84 años, en el caso del asesinato silencioso de Miguel de Unamuno, el maestro, filósofo, poeta, narrador y buscador incansable de la verdad, sin complejos ni apaños, sin máscaras, al precio del exilio, la marginación, la incomprensión y hasta de la propia vida. Este episodio tristísimo que hoy se lleva al cine, lo conocimos en clase de Historia Contemporánea en Preuniversitario, en el IEM San Andrés de Puertollano, curso 1964/65, gracias a las clases de Realidad y Decencia que nos daba el entonces joven catedrático valenciano Natalio Cruz Román, que acabó siendo, pocos años después, catedrático en la Universidad de Salamanca. Fue tremendo el impacto que tuvo aquella información en nosotros, que al mismo tiempo estudiábamos y comentábamos en Literatura Contemporánea Española a la generación del 98 con el batacazo español. Don Natalio no deliraba, nos presentó su trabajo científico serenamente, sin arrebatos ni arengas ideológicas, sencillamente, como "esto es lo que hemos encontrado investigando", con fechas, datos, documentos y testimonios vivos, que estaban ahí pero impublicables, obviamente. La dictadura celebraba entonces a toda fanfarria y bandera sus "25 años de paz", a lo que el profesor Cruz Román había añadido en la pizarra como sufijo adoptivo la palabra "ciencia". Así nos íbamos enterando en clase de la verdad y podíamos contrastarla con el alucinógeno libro de texto del que era autor un adepto al franquismo apellidado Romeu de Armas (de armas tomar, claro, ¿qué otra cosa se podría tomar en semejante ambientazo?, decíamos en plan corillo, entre clase y clase). La memoria histórica que nuestros padres habían amordazado y silenciado por miedo, se iba despertando gracias al tratamiento curativo y liberador de la conciencia que aun resistía en los espíritus más responsables, libres de ataduras, dogmatismos inoculados y canguelos. Nosotros, los alumnos y alumnas en aquel rincón del Campo de Calatrava, supimos desde entonces en qué pudridero habíamos nacido y qué futuro nos esperaba si nos quedábamos hipnotizados por las triquiñuelas y los mantras escantadores de serpientes encadenadas al soniquete diario en las noticias y del NO.DO semanal; si ya era duro resistir en medio de aquello, nos preguntábamos cómo debió ser el último trimestre en la vida de Miguel de Unamuno secuestrado y "protegido" por la falange en la Casa de Las Muertes de Salamanca, -qué paradoja, la residencia oficial del Rector de la Universidad- y de fondo el eco de Millán Astray asesinando la inteligencia, como sentencia fatal que se cumple sin remedio posible, "por el bien de la ppatria", ¡cómo no! Y luego, mientras las semillas se hacían raíces en los adentros , hacer como que no sabíamos nada, cada mañana antes de clase, salir al patio del Instituto, izar bandera, levantar el brazo derecho y cantar con arcadas infinitas el caralsol tras dar gracias a Dios por su divina ocurrencia de nombrar al caudillo angel custodio del genocidio y matarife de hombres y mujeres tan honestos como para no claudicar ante la aberración. Con estos antecedentes no es tan raro que a la España que no tiene Alzeihmer y que no es analfabeta histórica se le pongan los pelos como escarpias con sesiones parlamentarias tan obscenas y rupestres como la de anteayer, en un zarpa a zarpa entre derechita y derechona. Conocer la verdad de la historia evita que los pueblos repitan las mentiras que los hundieron por generaciones y siglos...Don Miguel había creído de buena fe, que los jóvenes falangistas bien orientados y con valores cristianos podrían reconstruir una nueva España, nunca imaginó que ese catolicismo ferviente, para hacerlo le tuviese que asesinar como los judíos y romanos asesinaron a Jesús, por querer exactamente lo mismo: el bien común, la libertad, la fraternidad y los DDHH. Yo no quiero eliminar la derecha ni vitorear la izquerda, solo quiero, como Unamuno, Machado, Lorca y Miguel Hernández, Baroja o Azorín, que todos despierten y ya no se necesite lavar el cerebro a nadie para que la Justicia, la Inteligencia, la Solidaridad, la Misericordia, la Empatía, el Optimismo, la Ética y el Amor, sean nuestras leyes más eficaces y verdaderas. Nuestro Imperativo Categórigo inexpugnable

La verdad sobre la muerte de Miguel de Unamuno

'Palabras para un fin del mundo', de Manuel Menchón, revela información desconocida que apunta a que Unamuno fue asesinado por el falangista Bartolomé Aragón Gómez. El documental se presenta el domingo en la 65 edición de la Seminci.

Unamuno, a la salida de la Universidad el 12 de octubre de 1936
Unamuno, a la salida de la Universidad el 12 de octubre de 1936
Público

"Si me han de asesinar como a otros, será aquí en mi casa". La crónica oficial dice que Miguel de Unamuno murió repentinamente en su casa la tarde del 31 de diciembre de 1936, pero ahora la película documental Palabras para un fin del mundo, de Manuel Menchón, revela información silenciada todos estos años que apunta a que uno de los más grandes intelectuales de nuestro país podría haber sido asesinado a manos de la Falange.

Nada más conocerse la noticia en Salamanca, una emisora de radio republicana informó de que Unamuno había sido envenenado. Desde entonces, hace más de ochenta años, muchos han sospechado que la postura crítica del filósofo y, especialmente, su discurso abierto y público del 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad, ante el general Millán-Astray, el colérico 'novio de la muerte', había tenido consecuencias mucho más serias que las que tuvo. Al fin y al cabo, las bestias fascistas lo saldaban todo con sangre.

El 12 de octubre por la tarde, Unamuno fue, como cada día, al Casino a tomar café. Allí algunos contertulios le insultaron y le abuchearon. El 13 de octubre fue suspendido como alcalde y concejal honorario de Salamanca. El 14 de octubre, el claustro universitario acordó su destitución como rector perpetuo de la Universidad. A partir de ahí y hasta su muerte, el filósofo se recluyó en su casa, donde concedió algunas entrevistas y siguió escribiendo.

La última persona que le vio con vida, Bartolomé Aragón Gómez, es la clave de esta historia. Hasta hoy, siempre se ha dicho que éste fue un ex alumno de Unamuno, sin embargo, Manuel Menchón empezó a tirar de este hilo después de su anterior película, La isla del viento, sobre los días del exilio del escritor bilbaíno en Fuerteventura. Y los resultados de una minuciosa y muy amplia investigación son, cuando menos, sorprendentes.

Unamuno, en primera plano a la izquierda.

"Algún incidente desagradable"

Bartolomé Aragón Gómez nunca fue alumno de Unamuno ni amigo suyo, jamás había hablado con él antes del fatídico día de su muerte. Y, mucho más, fue director del diario La Provincia de Huelva que, entre otras lindeces, publicó que el pensador había donado voluntariamente 50.000 pesetas a la causa fascista. Jefe de Falange, participó como voluntario en la cuenca minera de Ríotinto, con el tercio de requetés 'Virgen del Rocío', en una acción de represión dantesca que dejó decenas de asesinados. Por esos días, estaba profundamente comprometido con las labores de propaganda, entre las que se priorizaba la censura inquisitorial contra las ideas del "enemigo".

Menchón continúa su indagación y ata cabos. La identidad falseada de este personaje se relaciona inevitablemente con los hechos posteriores, entre otros, la inexplicable rapidez con que se publicó el libro Síntesis de economía corporativa, de Aragón Gómez, donde el rector José María Ramos Loscertales firmaba el prólogo "dedicado a la muerte de D. Miguel de Unamuno" y con el que se intentaban acallar rumores sobre un posible asesinato.

No hay que pasar por alto que el mismo 13 de octubre, tras los hechos ocurridos en el Paraninfo, el falangista Francisco Bravo Martínez envió una carta al hijo de Unamuno, Fernando, que residía entonces en Palencia, advirtiéndole del peligro que corría su padre. "Sería doloroso que a tu padre, cuya contribución al movimiento nacional es tan significativa y magnífica, sobre todo para el extranjero, pudiera sucederle algún incidente desagradable".

Último acto de una mascarada

Y, finalmente, el secuestro que Falange hizo del cuerpo sin vida del pensador, sacándolo de su casa y organizando un entierro apresurado, que incumplía el requisito temporal establecido legalmente en la época. Informaciones, todas ellas, que alientan mucho más que simples sospechas sobre el verdadero final del pensador.

Las exequias por Unamuno fueron falangistas. Ellos llevaron a hombros su féretro y le rindieron honores en su entierro. Ahora con más claridad y antes con recelos lógicos, parece evidente que aquel fue el último acto de una mascarada que se había iniciado años antes en el organizado y, desgraciadamente, muy eficaz servicio de propaganda fascista y que tenía como objetivo convertir la figura de Miguel de Unamuno a ojos de la opinión pública en un defensor del movimiento.

Precisamente, en esa despreciable maquinación es donde mejor se explica el rumor falaz de las tristemente famosas 5.000 pesetas que Unamuno donó, supuestamente de forma voluntaria, a los rebeldes. Manuel Menchón en su película demuestra que esta aportación fue obligada y que los diarios afines la utilizaron hasta convertirla en una cantidad mucho mayor, como hizo el mencionado Bartolomé Aragón.

Entierro de Unamuno en enero del 37.

"La más feroz tiranía nos amenaza"

Palabras para un fin del mundo, más allá de la valiosa investigación que aporta sobre el final de Miguel de Unamuno, es una película que restablece –como la anterior de este director– la enorme figura de este gran pensador y pone de manifiesto la necesidad de un discurso crítico también hoy, en una España que, de una manera siniestra, está reproduciendo día a día la arenga del odio y los insultos que se desataron antes y durante la Guerra Civil.

Banderas coloreadas sobre imágenes en blanco y negro, muchas de ellas inéditas hasta el momento; dolorosas escenas de quema de libros, la muestra de documentos desconocidos, una narración sostenida sobre palabras reales de los protagonistas de la época –Unamuno, Millán-Astray, Mola, Azaña, Gil Robles, Queipo de Llano, el capitán Gonzalo de Aguilera y Pemán–; una meticulosa investigación y un relato claro y espléndidamente estructurado hacen de esta película una obra necesaria para la Historia reciente de España y altamente didáctica para las nuevas generaciones.

La poderosa voz de José Sacristán pronuncia las palabras de Unamuno, mientras Víctor Clavijo lo hace con las de Millán-Astray y Antonio de la Torre, con las del general Mola, entre otros. Así, es el primero el que anuncia: "Si triunfan, España va a convertirse en un país de imbéciles", una convicción de Unamuno que, posteriormente, tuvo que rematar con un aciago: "La más feroz tiranía nos amenaza"

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