jueves, 23 de marzo de 2023

Gracias, profesor de Lucas por aclarar conceptos y caminos.Y gracias, InfoLibre por publicar las imprescindibles reflexiones.

 

Elogio de la queja y encomio de la tarea del Defensor

La queja, excusa y motor del reconocimiento de derechos

Hay muchas y buenas razones para la crítica de la queja como recurso social y político. Basta recordar lo que escribió Robert Hugues en su The Culture of Complaint. (1993) y, en otro sentido, el ensayo de Daniele Giglioli, Crítica de la víctima (2017). Se ha dicho todo contra la autocompasión, el populismo y el paternalismo, como estigmas del discurso de la indignación estéril, que banaliza lo que de genuino había en el popular panfleto de Stephane Hassel, ¡Indignaos! (2010), un texto que, en su versión en castellano, venía acompañado por una reflexión de Jose Luis Sampedro. Por no hablar de la confusión entre queja y rebelión, que está en la raíz del movimiento social del que nació Podemos.

Resumo: la indignación, sin más, no construye nada. Y haber sufrido un agravio no da legitimidad para imponer tu criterio a los demás y, menos aún, para erigirte en el legislador en materia penal.

Dicho esto, veamos la otra cara de la moneda: lo mejor del Derecho, lo más próximo a la idea de justicia, nace precisamente de la queja, o, por mejor decir, de la racionalización de la respuesta frente al agravio, de la queja constructiva. Lo aprendemos en hitos literarios como Antígona, Shylock, Don Quijote, o Michael Kohlhaas.

El sentimiento, la percepción de lo injusto, es el motor histórico de los mejores avances en el reconocimiento de los derechos o, si se prefiere, es el núcleo de la idea de lucha por el Derecho que explicó magistralmente el jurista Jhering. Ese sentimiento ilumina los cahiers de doléances, sin los que no se puede entender la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano del 89, o de la noción de satyagraha que está en el corazón de la lucha pacífica de Gandhi por la independencia y los derechos de los súbditos de la joya de la corona británica, como también de lo mejor de los movimientos por los derechos civiles en los EEUU, que encarnan por ejemplo Rose Parks o Martin L. King, con su metáfora del cheque impagado desde 1776 a una buena parte de la población estadounidense.

La lección, reitero, es que los derechos no se activan, ni se mantienen, ni se desarrollan, sin el movimiento de queja, sin la institucionalización de la presentación, argumentación y respuesta a la queja: así, la respuesta a algunas de ellas consigue alcanzar la dimensión de ley. Por descontado, buena parte de esas quejas se canalizan en la actividad ante los tribunales. Pero no basta. Permítanme recordar ahora algunas nociones elementales acerca de una de las vías por las que, además de los tribunales, se pretende canalizar el sentimiento de lo injusto, la queja y darle respuesta.

Institucionalizar la defensa y respuesta a la queja: la tarea del Defensor del Pueblo

Como habrá supuesto el lector, me refiero a la institución del ombudsman, que aquí conocemos como Defensor del Pueblo (en el ámbito autonómico, con diferentes denominaciones equivalentes a ésta: ararteko, síndic de greuges, valedor do poblo…).

De acuerdo con el artículo 54 de nuestra Constitución y con su ley orgánica (L.O. 3/1981), el Defensor tiene como función “la defensa de los derechos comprendidos en este Título (esto es, el título I, “De los derechos y deberes fundamentales”), a cuyo efecto podrá supervisar la actividad de la Administración, dando cuenta a las Cortes Generales”. Queda configurado como una autoridad independiente (artículo 6.1): “no estará sujeto a mandato imperativo alguno. No recibirá instrucciones de ninguna Autoridad. Desempeñará sus funciones con autonomía y según su criterio“.

El Defensor –los Defensores, insisto– recibe las quejas, los agravios de los ciudadanos en relación con el funcionamiento de las administraciones o entidades públicas que consideren que han vulnerado sus derechos. El campo en que debe ejercer tal control es amplísimo: de la salud a la educación, de la igualdad de trato a las políticas sociales, del empleo a la vivienda, de la seguridad ciudadana al medio ambiente, las migraciones o los servicios públicos esenciales. A ello se añade que, en nuestro país, el Defensor asume la función del mecanismo nacional para la prevención de la tortura. En el ejercicio de sus funciones, “todos los poderes públicos están obligados a auxiliar, con carácter preferente y urgente, al Defensor del Pueblo en sus investigaciones e inspeccione” (artículo 19.1) Como consecuencia de sus investigaciones, el Defensor puede dirigir a las autoridades correspondientes “advertencias, recomendaciones, recordatorios de sus deberes legales y sugerencias para la adopción de nuevas medidas. En todos los casos, las autoridades y los funcionarios vendrán obligados a responder por escrito en término no superior al de un mes” (artículo 30.1). Aunque las resoluciones del Defensor no tienen fuerza vinculante –como las de los tribunales– para corregir las vulneraciones de derechos objeto de las quejas, del incumplimiento de ellas pueden seguirse responsabilidades.

En cumplimiento de su tarea, cada año el Defensor eleva a las Cortes Generales (Congreso y Senado) un informe, como el que hace apenas una semana entregó su titular, Ángel Gabilondo, a los presidentes del Congreso y del Senado, por lo que se refiere al año 2022 y que en buena medida aún se refiere al mandato de quien –a mi juicio– durante varios años fue un excelente Defensor, aunque de iure sólo estuviera en funciones de tal, Francisco Fernández Marugán. Esos informes son lectura obligada para cualquiera que tenga el menor interés sobre la situación de los derechos humanos en nuestro país. Y digo en nuestro país porque es importante subrayar que la actuación del Defensor está abierta no sólo a los ciudadanos españoles, sino también a los extranjeros, sin condicionantes de edad o situación legal. Una atención permanente, 24 horas de 24, todos los días del año, no sólo presencial, sino también por correo postal, por teléfono y online. Y es gratuita. La web del defensor es un instrumento realmente accesible y constituye un instrumento muy útil.

El informe de 2022 da cuenta de un ligero incremento en las quejas respecto a 2021 –algo más de 2.000 y un total de 31.077 quejas–, como resultado de las cuales se emitieron 739 recomendaciones, 1392 sugerencias y 365 recordatorios de deberes.

Entre las quejas reseñadas en el informe de 2022, destacan las relativas al funcionamiento de la sanidad, en aspectos como la medicina familiar, la atención primaria y las listas de espera. Pero también en lo que se refiere a la atención a los ciudadanos en la seguridad social y en los servicios de empleo. Y sin olvidar un importante déficit, el de la administración digital, donde se advierte una injustificable asimetría entre la obligación a los ciudadanos de acudir a esos medios digitales cuando se dirigen a la administración (incluso como única vía) y la accesibilidad y agilidad de los mecanismos digitales de la administración, junto a una preocupante tendencia a privar de la atención presencial. Una tendencia particularmente grave cuando hablamos de los ciudadanos que sufren mayores dificultades con esos medios.

Una institución incómoda para el poder, desde la comodidad para los ciudadanos

Las características de la institución del Defensor –de los Defensores– exigen independencia y firmeza en la tarea de control, que es de crítica inevitable para la garantía de mejora de la práctica de los derechos humanos. Para explicar su tarea, he acudido alguna vez a una fórmula paradójica: exige un equilibrio que no es fácil, porque debe ser a la vez incómoda, pero muy cómoda. Incómoda para quienes deben ser objeto de control, para el poder. Y muy cómoda, para los aquejados, ciudadanos. Creo que, sin demérito de anteriores titulares, en el tiempo en que vienen ejerciendo sus funciones el actual Defensor y sus Adjuntos han dejado patente su voluntad de llevar a cabo al máximo de lo posible ese difícil equilibrio, en asuntos particularmente complicados, como el procedimiento aún en curso sobre los abusos sexuales cometidos en el seno de instituciones de la iglesia católica y su investigación y posterior informe acerca de la tragedia en la valla de Melilla y las responsabilidades en que se incurrieron en esos terribles hechos.

Pero lo que me interesa poner de relieve es algo que no siempre se destaca y que Ángel Gabilondo ha sabido subrayar con motivo de la presentación del Informe 2022. Se trata de poner de relieve que, aunque el principal cometido de la institución del Defensor es la tarea de control de las administraciones públicas en el ejercicio de los derechos de los ciudadanos, lo más importante es algo que no se dice en la Constitución, ni en la Ley Orgánica, pero que el actual Defensor, Angel Gabilondo, y el equipo de la institución han comprendido perfectamente y que la alejan del paternalismo, del buenismo ineficiente, un riesgo evidente para la institución. Ángel Gabilondo sostuvo en la presentación del informe una tesis que es a mi juicio imprescindible: “el informe (…) no es una sucesión de avatares o circunstancias que conciernen a los ciudadanos, sino que cabría decir que ellos son en gran parte los protagonistas y redactores del mismo, que constituye una determinada radiografía de la sociedad española".

Destaco la advertencia de Gabilondo porque creo que expresa perfectamente la lógica de los derechos: éstos no son concesiones ni privilegios que se otorgan a los ciudadanos. Son atribuciones de las que los ciudadanos son titulares y por ello debemos ser conscientes de que es a nosotros, a los ciudadanos, a quienes nos corresponde el protagonismo, el deber de un compromiso activo en su ejercicio y defensa. Porque los derechos no están adquiridos, ni garantizados de modo absoluto y para siempre. Se violan de continuo e incluso pueden ser reducidos, aniquilados.

Es un mensaje también de calidad democrática: una sociedad es mejor cuando sus ciudadanos entienden que no son –no somos– consumidores pasivos de los derechos, como mercancías que se nos venden u ofrecen. Hay que pelear por ellos, y de ahí la importancia de la queja. De la queja que no se limita a la indignación o al insulto. La queja que se plantea y se pelea en buen derecho.

Por eso, como concluía Ángel Gabilondo, el informe es una radiografía de la sociedad. Lo es sobre todo en el sentido de que, desviaciones y abusos de los pleiteantes obtusos aparte, los ciudadanos de nuestro país somos cada vez más conscientes de la necesidad de vigilar, para hacer cumplir con nuestros derechos. Y eso, aunque pueda ser incómodo, es señal inequívoca de la vitalidad democrática de nuestra sociedad. 

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Comentario del blogg

 

Sólo unas modestas puntualizaciones respecto al tema de "la queja". Es obvio que el derecho a quejarse es fundamental para poder compartir la existencia de dificultades, problemas, desigualdades e injusticias. Antropológicamente la queja está emocionalmente a la misma altura que el llanto de los bebés cuando algo les duele o les molesta o cuando quieren apoderarse de un juguete o quieren dormir y no lo consiguen, pero en la alteración emocional y sin capacidad de verbalizar lo que les pasa no consiguen expresar su problema, porque en realidad aun no han aprendido a hablar, a expresar adecuadamente sus necesidades y deseos, que no por ser suyos son siempre aciertos. La autocrítica es fundamental para crecer y desarrollar lo mejor de nosotros mismos a través de la humildad, que no es humillación sino capacidad para ser reales y ver el paisaje completo, no solo los planos que nos molan.

Es necesario crecer y aprender unos de otros, con-viviendo de verdad, despertar y crear conciencia que mutuamente nos contagie lo mejor para tod@s, no solo una comprensible confrontación emocional que por desgracia, solo suele quedarse  en ese nivel, sino de escucha, reflexión personal y comunitaria, y de capacidad para dialogar sin que la indignación, sino la cordura, lleve la iniciativa.  Creo que nuestra especie ya debe salir de ese estado de burbuja  emocional que no solo no se arregla peleando, sino que se suele complicar y producir demasiado dolor innecesario con la inacabable "lucha", que se transforma en sufrimiento y hasta en 'paradigma recomendable y heroico', mantenedor de la misma dinámica nefasta entre vencedores y vencidos, ganadores y perdedores, para seguir igual a lo largo de siglos y siglos, con etapas que parecen mejorar seguidas de empeoramientos mucho más refinados y perversos. De poco sirve que los mejores deseos y proyectos se lleven a los parlamentos e incluso se integren en las legislaciones, gracias al "quejío" constante,  si esos contenidos estupendos se quedan en la teoría enrevesada de tribunales y sentencias, que en realidad no cambian nada más que apariencias, en los peores casos castigando con la cárcel, que muy pocas veces sirve de algo positivo, sino que empeora a los reos y hasta les da motivos para sentirse víctimas del mismo sistem in failure, como lo definían en Matrix.  

En las familias, escuelas, empresas, oficios, oficinas, en la calle, en el día a día, las bases de la praxis social no cambian a mejor, solo lo hacen en plan cuantitativo para los más ricos, pero ahí se quedan, con el trauma adosado y sin resolver, con la misma pobreza antropológica para todas las castas sociales; el castigo físico se reemplaza por el castigo psicoemocional, hasta las religiones contemplan el castigo como 'justa venganza de dios', de modo que la queja es lo único que le queda al género humano para autoencadenarse al interminable suplicio de Tántalo. 

La queja deriva del concepto latino, querela, que significa lamento, malestar, enfermedad. Precariedad sin más. Si a ese estado le concedemos el poder de hacerse crónico en forma de derecho y además olvidando que todo derecho lleva emparejado un deber ético para que pueda materializarse en las conductas tanto de quienes impiden que ese derecho exista como de quienes solo aspiran a beneficiarse individualmente sin tener en cuenta a la fraternidad colectiva, nos estamos recortando inconscientemente la capacidad para liberarnos de las causas que generan las quejas, es decir, nos quedamos personal y socialmente en estado de eternos bebés incapaces de crecer y madurar. 

Para colmo, si los Estados van sólo de papis y mamis, o de ppepperas y voxciferantes señoritas Rottenmayer, olvidando o quizás ignorando, su función educativa fundamental mucho más en la praxis que en teorías inalcanzables, o tal vez incapaces de reconocerse también como bebés muy instruidos en plan barniz, que saben leer y escribir, pero sin capacidad para madurar y así comprender lo que leen y repiten como loros cultísimos, pero inentendibles hasta para sí mismos a la hora de la verdad práctica. Un ejemplo puntual: el caso Tamames y su entorno, sin ir más lejos. Una exhibición de quejíos en la que se ha perdido, -o realmente, más bien,  nunca se tuvo-, la inteligencia y la capacidad de distinguir entre causas y efectos, entre medios y objetivos sociales e individuales al unísono, entre lo vivido, lo viviente y lo que está por vivir...

Es decir, que si elegimos la queja como única capacidad del "pueblo" para expresar su estado de precariedad, dejando por siempre en manos del poder teórico y manipulador la toma de decisiones vitales que determinan una única manera de afrontar las propias decisiones teledirigidas, sin que intervenga la conciencia personal y comunitaria, nunca saldremos del atasco que ya lleva milenios de desgaste y trastorno social constante, camino de su propia extinción. 

Si cada ser humano no puede o no es capaz de encontrar respuestas sanas a las demandas de la propia vida que comparte con los demás, no habrá jamás política ni leyes ni normas ni conocimientos que mejoren su estado y condición integrativa con el resto de la humanidad. Solo apaños temporales que caducan con la propia evolución de la especie. En efecto, Lao Tse, Shakiamuni, Jesús de Nazaret, Parks, Luther King, Gandhi, Mandela, sin duda han sido pioneros ejemplares en despertar al prójimo porque primero despertaron ellos y eligieron entregar sus vidas al bien común sin hacer de ello un negocio, al contrario: renunciando a cargos, homenajes y poderes de este mundo para dejar claro que sí se puede cuando se quiere. Y que la energía que se desperdicia en la inutilidad de la queja, se emplea en hacer patente que nuestra forma de vida es la clave de nuestra felicidad, no lo que tenemos, conseguimos y poseemos desde el ego quejica y acaparador con sus miedos, sus ambiciones y sus traumas, sino lo que en realidad somos y gracias al peso del quejío, constante y 'muy legítimo', esos sí, ignoramos. 

No hemos nacido para hacer sólo lo que nos dé la gana aunque eso signifique destruir la misma vida que nos ha permitido llegar hasta aquí, y sin tener en cuenta que el amor y sólo el amor, -ojo, no confundirlo con el deseo, el apego emocional primitivo y el sexo- es la clave de la inteligencia y que sin él, y sus manifestaciones como la empatía, la compasión, la generosidad, la ayuda mutua sin fronteras, la paz, la concordia, la esperanza y la alegría, como los buenos médicos o maestros o cuidadores o reformadores nos demuestran sin ínfulas en igualdad, justicia y humanidad, ya que pasar por este mundo sin haber descubierto y disfrutado ese tesoro regenerador  e imprescindible, significa que hemos venido en vano a este plano del existir, si sólo nos comportamos como una plaga de saltamontes, de cucarachas o de ratas. Y como ellas nuestra especie se agotará y pasará seguramente al olvido, porque a este paso no quedará nadie ni nada para dejar testimonio de lo que hubo y hubiese sido genial que nunca hubiese habido.

La realidad es que no salvan vidas ni las mejores causas, quienes solo se quejan esperando que la ayuda caiga del cielo, sino quienes se remangan, crean y contagian vida, salud emocional, iniciativas, luz, esperanza y cariño por el prójimo , un@ por uno y no en manadas ni rebaños, sin tener en cuenta lo "bueno", "listo" y "guapo" que es el más kuki...sino que se despierte, crezca, ame y sea feliz siendo una pieza consciente y completa del puzle infinito, que nunca sería ni será nada sin el resto de piezas, tan iguales en su función como únicas e insustituibles en su ser. La humanidad como familia. Por algo el reparto de los genes nos hace únicos, como demuestran las huellas dactilares o el iris en nuestras pupilas. Somos únic@s para poder ser Tod@s. Somos gotas de agua infinita en el Océano del Ser Completo, que llena de sentido y actualiza constantemente la realidad del instante más allá del tiempo, el espacio y lo que llamamos muerte y vida, porque aún andamos en el taca-taca, como bebés un poco torpones para despertar y muy rabietosos mientras las legañas nos lo impiden...

No son quejas y  quejas, muy legales, sí, lo que necesitamos, -llevamos milenios en ese plan y nada ha cambiado de verdad-, si así hubiese sido nunca hubiésemos llegado hasta aquí en semejante plan, sino desarrollar individual y comunitariamente la capacidad para ver las causas reales de lo que tanto dolor provoca y dejar de ser rebaños, comenzar a ser un 15M mundial, con observatorios municipales, iniciativas de barrio, de municipio, centrados en la proximidad en vez de en las redes y solo el tecno apaño que no es lo que parece, para ello lo que sobra es precisamente el apego al poder político/económico/jurídico, y el escaqueo en el servicio compartido, mano a mano, personalizado, pueblo a pueblo, empezando por la España Vaciada, una verdadera riqueza en el trastero de la ruina global,  y fomentando la paz en vez de la trifulca, el diálogo dela vecindad en vez la mordaza de la distancia y el desconocimiento teledirigido, la escucha y la suma en vez de la sordera, la resta y el enfrentamiento como fuente de votos para destruirse mejor como Caperucita entre los dientes del lobo feroz disfrazado de conservador abuelito en plan  Tamames, con los colmillos de Abascal y Feijóo, más el FMI, los USA, la OTAN, los esclavos del negocio rentable y de tantas "guerras justas" y demás ingredientes demoledores.  La destrucción planetaria está de rebajas...o sea, está que lo tira in crescendo. Las quejas ya no sirven de nada. Ni "la lucha" tampoco. O nos refundamos ya un@ por un@ o no hay ni habrá más tutía, queridas eminencias del pifostio. 

Vuesas mercedes deben aprender a escuchar en vez de ejercitarse en tanto pontificar, o sea, bajar de la higuera, usar los molinos para producir energía eólica sin secuelas chungas, en vez de gigantes de la estafa energética, es decir y en román paladino, servir más al bien común y mandar menos en la oligocracia elitista de siempre. Ains!!!


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