martes, 28 de marzo de 2023

Gracias, Ian Gibson e InfoLibre, por estas reflexiones básicas e imprescindibles ya exponencialmente. Es evidente, la hipocresía es ahora mismo el pasaporte social con el que moverse por el mundo del ppoderío. En realidad siempre ha sido así, pero ahora esa lacra está globalizada ya es un modus operandi "normal". Es la esencia de la manipulación y de la mentira convertida en "normalidad" estratégica y así estamos. Hech@s un cuadro surealista y sin saber cómo salir del marco, del lienzo y de la misma exposición/museo, más de musarañas que de musas...Y, sí, querido Ian, amar y respetar son en realidad dos actitudes inseparables. No se puede amar sin respeto ni respetar si no se ama. Para eso está la fraternidad universal como objetivo del mismo cristianismo. En realidad de cualquier camino de crecimiento humano integral. Amar no es adorar, endiosar, admirar, obedecer o someterse sometiendo; no, amar es reconocer desde la conciencia, el alma, la inteligencia y los sentimientos, que somos un Nosotr@s infinito en perpetuo desarrollo evolutivo, un proceso constante de integración entre materia y energía, entre cuerpo y espíritu, que al mismo tiempo nos autodescubre como teselas únicas del mismo mosaico viviente. Y ese mosaico es el Amor, que llaman "dios", pero que es mucho más que un concepto todopoderoso concentrado en percepciones dogmáticas, es decir, una energía viva, constante, dinámica y axial, ética, pacífica, inteligente, fresca, acogedora, sorprendente (milagrosa), inmensa y mínima. Ese fue el mensaje de Jesús, que despertó y sigue despertando a tantos seres humanos como estén dispuestos a salir del marrón de las creencias, más hijas del miedo y la obsesión autómata y fanática, que de otra cosa, para dejarse integrar en la experiencia de cada día, como abrazo solidario, como acogida en la Casa sin fronteras del Bien Común, que es la manifestación comuntaria y concreta del Amor. En ese proceso la hipocresía no tiene sentido ni lugar.

 

Hipocresía

Ian Gibson

La intervención de Patxi López en el debate de la moción de censura me ha conmovido hondamente. No recuerdo ninguna comparable en grandeza desde mi traslado hasta España en 1978, poco antes de la aprobación de la Constitución. Lamento no haber estado en el Congreso para vivirla presencialmente. Todo en ella resultaba excepcional. Se le veía al hombre íntegro, su profunda indignación con las derechas, expresada con moderación y sin que le faltara un toque de humor, su apasionada defensa de la democracia, su demoledora lista de quejas y hasta el respeto que le merecía un Tamames,  hoy esperpéntico y fantasmal, por sus anteriores actitudes y actuaciones contra el régimen de Franco.  

Lo único que eché de menos en su denuncia, cuya vehemencia me recordó la del García Lorca de Grito hacia Roma —lanzado en 1929 hacia el Vaticano desde la torre del Chrysler Building de Nueva York, el todavía más alto de la metrópoli—  fue la palabra “hipocresía”,  que a mi modo de entender es clave en la situación actual.

“Hipocresía”, “hipócrita”: estamos con el griego de hace ya algunos milenios y, según el diccionario de la RAE y otros consultados, se trata de fingir o aparentar lo que uno realmente no siente. La raíz de la palabra se relaciona con actor.

Las derechas patrias se consideran católicas, y católica en su “esencia” su España. Siendo así, tienen la obligación de practicar las reglas básicas de la religión que dicen profesar. Se olvidan con demasiada facilidad de las palabras de Cristo cuando, hostigado por saduceos y fariseos, guardianes impolutos, según ellos, de las verdades incuestionables, les recordó (Mateo 22) que el precepto más importante de la ley es amar sobre todo a Dios, y el segundo “amar al prójimo como a ti mismo”. El arameo, idioma en que formuló tal recordatorio, me es absolutamente desconocido. ¿Quería decir, más exactamente, “respetar al prójimo como a ti mismo”, pues amarlo sería más bien muy difícil? No lo sé, pero de todas maneras "respetar" al otro como a uno mismo bastaría perfectamente para fundar una relación de sincera fraternidad entre todos los hijos del todopoderoso Creador del Universo. 

Un católico español sincero, cristiano de verdad, no podría ser partidario, con toda lógica, del régimen ilegítimo y genocida de Francisco Franco, por mucho apoyo que le brindase gustosa al Caudillo una jerarquía eclesial impresentable. Tampoco podría ser neofranquista. Las más de 100.000 víctimas de la dictadura todavía tiradas en fosas comunes y cunetas alrededor del país deberían ser motivo de tanto bochorno y vergüenza para el católico decente como de dolor para las familias de las víctimas. Si no, se trata de una hipocresía monda y lironda, porque el franquismo sí hizo todo lo posible por rescatar los restos de los fusilados y asesinados por los rojos y darles el decente entierro que se merecían. No se hablaba entonces, por supuesto, de que hacerlo fuera “reabrir heridas”. Sólo ahora, cuando les conviene, que es cada día, a las derechas hipócritas que padecemos.  

No puedo olvidar las ruines palabras al respecto de la "fosa del abuelo", con gesto incluido, del hoy ausente Pablo Casado.

Pedro Sánchez, quieran o no, es ya un estadista de talla internacional y lo será cada vez más. Gracias a él y a su Gobierno se respeta a España fuera como nunca antes. Ello no impide que le nieguen a Sánchez nuestras derechas el pan y la sal, y que la mera mención de su nombre les provoque muecas, desdén, desprecio y una salivación de odio que a veces se les percibe en la comisura de los labios. Son patéticas, anuladas por su nunca confesado sentido de inferioridad. Y no hablemos de la envidia, este mal nacional endémico, según algunos de los pensadores españoles más preclaros, mal que nunca se declara y que trabaja de noche, alevosamente y sin parar, para aniquilar al envidiado. También en Irlanda, en opinión de mi genial paisano James Joyce, se sabe mucho de este pecado que, con toda razón, figura como mortal.  

Jesús se ocupó mucho de la hipocresía. Recomiendo la lectura o relectura del versículo 27 de Mateo 23. Por si acaso alguien no quisiera hacerlo, me tomo la libertad de citar la versión del mismo que nos propone la Vulgata: “Vae vobis scribae et pharisaei hypocritae quia similes estis sepulchris dealbatis, quae a foris parent hominibus speciosa, intus vero plena sunt ossibus mortuorum, et omni spurcitia!”  El cual, en La biblia de nuestro pueblo, reza: “¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros encalados: por fuera sois hermosos, por dentro estais llenos de huesos de muertos y de toda clase de impurezas!”

Coincidiendo con el debate de la moción de censura, han vuelto desde África, o más allá, los vencejos, fieles a su cita anual de finales de marzo con Madrid, y para mí los máximos heraldos de la primavera. Ya estarán poniendo sus huevos en los agujeros que encuentren en lo alto de muchos edificios de la capital, quizás en la mayoría de los casos los mismos del año anterior, y pronto los tendremos cazando, chillando, en raudas bandadas los millones de insectos que van a necesitar para alimentar a sus polluelos. Con su retorno demuestran que, pese a las miserias de las guerras, de la política y de la injusticia humana, la vida sigue, y que siempre cabe la esperanza. Entretanto está allí, esperando su momento, la gran España potencial, la España culta, tranquila y dialogante. Solo hace falta que el PP se modere de verdad, ayude generosa y cristianamente en la tarea imprescindible de recuperar a las víctimas del otro bando, y que las izquierdas se pongan de acuerdo de una puñetera vez. Así veríamos de qué es capaz este maravilloso trozo del planeta, el más rico en posibilidades, y el más fascinante, de la Europa occidental. ¿O es que todo esto solo son fantasías de un viejo hispanista desquiciado? Me niego a creerlo. 

 

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Ian Gibson es hispanista, especialista en historia contemporánea española, biógrafo de García Lorca, Dalí, Buñuel y Machado. Acaba de publicar 'Un carmen en Granada', libro de memorias editado por Tusquets.

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