martes, 8 de noviembre de 2022

Sotaelgrau - Los mediocres

  


De vez en cuando vuelvo a escuchar esta canción de mis querid@s Sotaelgrau, una banda de conciencias musicales de la calle al conservatorio y viceversa, de la montaña al mar, de los adentros a los afueras...que siempre está en pie, en marcha y en activo. Músicas y músicos, poetas activistas del Ser y su no parar. 

Esta canción, desde el primer momento en que la escuché, como suele suceder con todo lo que cantan y componen, me resonó y en ello sigue, a verdades cotidianas, algo así como las migas que se dejan caer en el  camino del necesario  regreso a casa, para no perderse, que relata el cuento de Pulgarcito... 

¿Qué es la mediocridad? ¿De dónde ha salido ese concepto?  Así de pronto, lo primero que emana del schock semántico es un tufo a venda en los ojos, porque posiblemente la misma mediocridad sea el mayor impedimento que nos dificulta  reconocerla en nosotr@s mism@s y no conseguir reconocerla como algo propio reflejado en el espejo de los demás No he visto, oído ni leído a nadie -incluida yo misma-  autorreconocerse como mediocre. Y sin embargo mosquea muchísimo que en este mundo vaya todo tan descoyuntado sin que nada consiga encauzarlo medianamente y no conseguir vislumbrar la relación entre desastre normalizado y mediocridad. 

Veamos qué dice el diccionario al respecto: Mediocridad: Calidad de mediocre"; mediocre: de inteligencia poco sobresaliente; dícese de las cosas e individuos de poco mérito

 Un término totalmente trasplantado del latín: mediocritas : con un sentido  ambivalente, claro, por un lado, a) moderación y término medio- algo positivo, sin duda, siempre que no se convierta en una tara paralizante-, y b) por otro lado, insignificancia elegida, y carencia de valor tanto material como simbólico. O sea, nimiedad sin fuste y perfectamente prescindible, no ya por su tamaño que en realidad es indiferente a la calidad y aprovechamiento del palabro, sino especialmente por el significado, utilidades y  aplicaciones del concepto. 

La mediocridad es ante todo un existir cosificante y cosificador  perfectamente inútil. Prescindir de ella no nos mejora ni nos empeora, simplemente nos neutraliza e invisibiliza como humanidad autorresponsable ejecutiva y hace posible que ni lleguemos a ser humanos sin notarlo siquiera, sobre todo si se logra el éxito de su expansión masiva como sistema y forma de vegetar acoplada a lo que hay sin intentar que haya mejoras comunitarias,sistémicas e individuales, por supuesto, porque  que lo de vivir de verdad no acaba de encajar con la mediocridad, esa extraña y cómoda "cualidad" que nos degrada e impide  convertirnos en  seres autodeterminantes atascados en el formato de objetos teledirigidos por los raíles del tren mediocreante, que como El Gran Hermano, de Orwell, nadie sabe quién es ni de dónde ha salido, pero ahí está su emoticono controlando el percal cada día con más intensidad. Es decir, que la mediocridad es un invento nuestro para discurrir por el tiempo y el espacio como lo hacen las tuercas, los tornillos o los insectos, camuflados en la mecánica de la especie, sin que haya por ningún lado un alma ni una conciencia en modo despertar. 

El problema está en que la mediocridad, al ser una actitud y no un legado genético ni una imposición por fuerza,  puede elegirse libremente o no. Elegirla es lo más fácil y no elegirla complica mucho los tiempos y espacios disponibles, los apaños preconcertados y las normas ancestrales que dictan y llevan milenios diseñando los mismos formatos y parámetros: hasta los de la rebeldía y el desacuerdo, cuyo dominio es básico para que la mediocridad siga siendo el paradigma intocable ad infinitum. De ese modo se ha llegado a convertir la misma mediocridad en rebelión, en insumisión y locura bendecida por el sistema, en moda y actualización maquilladoras que necesita de esos impactos para poder afianzarse en las mismas seguridades, sean las que sean aparentemente, pero siempre con la "seguridad" intocable del precepto, aunque venga del Paleolítico, avalado por todos los muertos ilustres o protestones y disidentes, herejes y demasiado adelantados a su tiempo, como por ejemplo, Miguel Serveto, un médico no mediocre que se empeñó, en pleno siglo XVI en explicar a la humanidad renacentista que la circulación del cuerpo humano tiene dos modos de trabajar: el arterial y el venoso.  Y eso le valió, nada menos, que  ser condenado a la hoguera, -¿por un científico ilustrado con razones de peso?, ni mucho menos,- por otro disidente reformista y fanático de La Biblia, mediocre e inhumano de tomo y lomo: Juan Calvino. Menuda reforma ¿no? 

Otra mediocridad alucinante es la agredir las obras de arte en los museos para reivindicar la urgencia de soluciones medioambientales, como está sucediendo de repente en las pinacotecas  más notorias del Planeta. Salpicar de mugre o cocacola un cuadro de Van Gog o poner pegamento en  los de Goya no es un llamada de atención sobre ningún problema mundial, y mucho menos sobre el cambio climático en cuya denuncia se incluye dejar todo asqueroso, para que a continuación haya que utilizar y contaminar aun más con jabones, limpiadores, gasto de agua y en restauración,  es simplemente el mismo instinto rupestre, alucinado, estúpido  y narciso de los mismos mediocres que invadieron el Congreso yanky para reivindicar el negocio presidencial de Donald Trump y sus legiones de toros silvestres gritando libertad y democracia, como lo hace Ayuso, por ejemplo, sin duda otro pavoroso triunfo mediocre en plan bocata de calamares y verbena de San Pifostio Bendito. Lo que también tiene la mediocridad es una serie de rasgos imborrables que la convierten en algo próximo, conocido, que siempre nos suena a  algo familiar, una especie enternecedora de emoción dejà vu. Como el zipizape de jugar a ver quién tiene más muertos repartidos entre cunetas y cementerios pasando por encima del dolor y del silencio forzoso y amordazado durante más de medio siglo, que para unos mediocres solo fueron tiras y aflojas entre abuelos picajosos y demasiado zascandiles, por supuesto a tiros, como debe ser en un país con más huevos que gallinas, obviamente, faltaría más.  Y con una mediocridad de antología, igualita que la de los Reyes Católicos y su maravillosa Inquisición o su encantador descubrimiento y futura depredación de las Américas, eso sí, a golpe de evangelios y sermones a tutiplén acompañados de lanzas, espadas, zurriagazos, esclavitudes  y toda la parafernalia de la mediocridad, esa, sí, la misma que predica a dios para comérselo mejor como el lobo, disfrazado de abuela,  a Caperucita, por ser roja, sin duda alguna...

La mediocridad está ahora mismo activísima entre las Españas y sus muertos amontonados a causa de la violencia y el odio impolíticos y destructivos de la polis y de la politeia. Algo vocacional y obsesivo sin duda, que unido a las venganzas de intercambio entre rojos y azules, como las píldoras de Matrix -no hay casualidades- nos siguen llevando patéticamente por la calle de la amargura. 

Es imposible borrar la historia y hacer como que aquí nunca pasó nada. O que los niños y niñas que en los años cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado no vimos ni escuchamos ni sufrimos nada horripilante. Que nos pusimos tapones y vendas para no escuchar las noticias ni ver semanalmente el NO.DO, en las pelis dominicales del cine infantil o hacer como que no veíamos nada al pasar por los barrios más pobres...Que no conocimos ni pudimos hablar jamás con  niñ@s huérfan@s metid@s entre verjas/reformatorias, pelad@s al cero -para evitar piojos- y con babys de uniforme a rayas azules, secuestrad@s bajo el régimen que había matado y/o encarcelado por años y años a sus padres "rojos" y a sus madres "rojas", viudas y/o presas...Que no vimos a nuestros familiares más cercanos -mi padre y mi tío- saludar a un amigo muy querido, guardia civil que no quiso rebelarse contra la República en 1936, y al que posteriormente y a sangre fría denunciaron por ello y le regalaron diez años cárcel, por no haber cometido jamás un crimen, pero en justa venganza por no haber sido partidario del golpe militar, cuyo levantamiento  mató a su hermano pequeño, un menor de edad, falangista que solo cometió el delito de ponerse una camisa del gremio facha y salir a la calle el 18 de julio del 36...Cuando mi padre y mi tío encontraron a su amigo después de la guerra, sabiendo que era inocente, lo llevaron a la policía y de allí a la cárcel: diez años, nada menos. Una venganza inentendible para mí entonces y ahora. Yo le conocí cuando salió. Y puedo asegurar que jamás he vuelto a ver a alguien tan grande de alma, de corazón, de nobleza y de inteligencia. Perdonando todo, entendiendo todo y dando gracias por poder conservar la vida y encontrar a los viejos amigos y alegrarse de que ellos también estuviesen vivos y más humanizados. Recuperando la vieja amistad que ni el rencor, la injusticia ni el odio, había conseguido destrozar. 

Cuando años más tarde mi padre hizo unos cursillos de cristiandad volvió a casa cambiado, fue a ver a Felipe, el amigo increíble y abrazados lloraron juntos, mi padre sacó del bolsillo un crucifijo que llevaba encima y dijo: "por éste he comprendido el daño que te hicimos, hermano, perdónanos" y Felipe sonriendo y llorando le contestó" "Me legro mucho, Manolo; el haberlo encontrado desde muy joven, aun en plena guerra, me impidió siempre odiar ni matar a nadie. Todos somos hijos de la misma casa, por eso sufrimos tanto hasta que lo descubrimos y lo vamos entendiendo" .

Debo añadir que a lo largo de mi vida he tenido la suerte de ir encontrando seres tan sanos, limpios, auténticos y verdaderos, cuyas experiencias vitales y comprobadas, a lo largo de toda mi vida me han vacunado de raíz  ante las pandemias imparables de la mediocridad y acercándome a seres angélicos y magistrales en sus actos y actitudes, con sus defectos y fallos, por supuesto, igual  que yo, y que vossotr@s, pero haciendo de ellos un laboratorio y ejercicio transmutador e incansable.

No hay mejor método ni experiencia para acabar con la mediocridad contagiosa de este mundo, que las experiencias de la vida consciente aplicadas como farolas o antorchas, de mano en mano, para no perdernos en las tinieblas y descubrir que somos luz. 

La mediocridad es simplemente la carencia e ignorancia de la riqueza que Tod@s Somos y no detectamos, entretenid@s, si no lo remediamos despertando, en la frivolidad insaciable del vacío y sus rifirrafes. 

No lo olvidemos: "de los mediocres será el reino de los miedos, de los mediocres será el reino de los medios..." Del Nosotr@s y nuestra conexión infinita depende que ese disparate deje de tener valor e importancia en nuestras vidas...de decidir por nosotros mismos, en plena fraternidad, el camino del Ser.

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