martes, 15 de septiembre de 2020

La voz de Iñaki Gabilondo | 15/09/2020 | Memoria histórica, versión ampl...

     


Una reflexión por parte de Iñaki tan imprescindible como la recomendable prudencia y mesura para el gobierno y  la sociedad. Una sociedad civilizada y madura en inteligencia emocional no puede ni debe dejarse arrastrar por emociones nefastas y estériles, como lo son las revanchas vengativas y los tóxicos miedos paralizantes, acumuladas y acumulados tanto o más en el subjetivismo del  inconsciente que en la sana  conciencia colectiva y objetiva de la misma vida que convive lo quieran o no los vivientes. 

Que la sanación de la memoria histórica es una necesidad perentoria es más que evidente e ineludible, pero teniendo en cuenta, además, que un perímetro circunstancial importantísimo es la elección oportuna del momento político en que se active e impulse la iniciativa desde el estado. Precisamente en un tiempo de emergencia constante, al borde del abismo, donde hay que crear un clima de unidad y de trabajo compartido que nos permita transitar por un mundo enfermo, intoxicado gravemente y en plena crisis implosiva, donde están en juego en primera línea las vidas humanas, no es muy adecuado proponer esta tarea tan delicada como necesaria de arreglar de una vez por todas el problemón  de los archivos del recuerdo, camuflado de razones que son en realidad irracionales rebufos de un odio enlatado, embotellado, momificado, que lleva ocho décadas en procesión y ya con la fecha de caducidad más que sobrepasada. No porque haya que olvidar, sino porque aun no se han asumido las responsabilidades históricas por parte de quienes dieron un golpe de estado y la liaron parda matando a destajo y construyendo impecablemente la paz... de los cementerios, la única paz que son capaces de formatear quienes solo han sido adiestrados para guerra, mediante la cual, España se convirtió en la fosa común del silencio, del miedo y las complicidades interesadas en que miedo y silencio se prolongasen sine die.

 Si España quiere y decide salir del basurero de su propia historia, al que esta encadenada desde hace ochenta y cuatro años, como mínimo, no puede seguir en las mismas. La victoria de la inteligencia y de la ética llegará cuando en la sociedad se haya hecho un  cambio profundo de conciencia y a los mismos miembros de Vox y del Pp les avergüence, les repugne y les duela un pasado tan obsceno como cenutrio y enfermo crónico sin más remedio que el reconocimiento de su condición y la toma de conciencia social completa para que esa maldición se disuelva de una vez, para siempre, como ya no se trabaja con hachas de sílex ni se lava la ropa en los ríos.

Está claro que para que ese momento llegue hay que avanzar en ética, en empatía, en fraternidad, en compasión y en el concepto pedagógico, más que punitivo en plan venganzas de compra-venta de cargos y prebendas cohecheras, de la misma Justicia. Que los propios profesionales del Derecho dejen de utilizarlo como armamento demoledor ('quien hace la ley hace la trampa', es el ejemplar lema del cotarro) de todo lo que no conviene a los intereses de sus clientes, porque con esa actitud degradan, contaminan y pudren todo aquello que defienden. Es como si el Covid-19 fuese abogado y defendiese su derecho a matar "legalmente" a todo bicho viviente que le lleve la contraria estando  sano. 

Es imprescindible que los pueblos y naciones se hagan responsables de su historia, porque eso significa revisar y corregir fallos gravísimos, que tomados erróneamente, hasta por tradición, como derechos y facultades nos llevan a vivir amb el cap per avall, o sea, cabeza abajo, como se dice en valencià, al revés de la inteligencia. Las consecuencias de esa actitud son nefastas en todos los aspectos porque contaminan la percepción de la realidad y la distorsionan impidiendo ver todo el panorama completo, es decir, causas y efectos. La miseria psicoemocional como timonel de las iniciativas vitales lleva a la ruina inevitablemente, tanto de los individuos como de los grupos, empresas, partidos, instituciones y estados. 

Los pueblos y sociedades autoresponsables y honestas, éticas, son las que mejor gestionan sus problemas y sus aciertos, porque están equilibradas. La salud de la Memoria Histórica es fundamental para ello. Si, por ejemplo,  Alemania se hubiese quedado en el victimismo de la posguerra, maldiciendo a los enemigos y echando de menos a Hitler como gobernante, ahora mismo estaría igual que  España: hecha un desastre, y no por falta de presupuestos y de dinero,  porque no hay dinero que pueda suplir la falta de inteligencia emocional e histórica, que se ocupa de distinguir  la verdad del engaño y de elegir sabiamente -no desde la picaresca y el oportunismo- cuál de los dos estados -verdadero o falseado- ayuda de verdad a cambiar, a mejorar y a progresar sin daños colaterales para nadie. Esa actitud ya es en sí misma la fuente de la bendición, a la que no se puede acceder jamás con las anteojeras de la soberbia y de la ignorancia tan facilonas y cómodas en sus inercias acríticas, dogmáticas, inactivas y gruñonas, como desastrosas. 

Todo puede parecer bueno y legítimo según se pinte a conveniencia de unos u  otros, pero todo tiene consecuencias inevitables según la esencia cualitativa de los hechos que se juzgan, y no todo construye ni edifica si los porqués, los  cuandos, los dondes, los comos y los quienes no están al servicio de la lucidez transparente en la conciencia compartida del bien común, siempre, siempre, inseparable de la Ética y en las antípodas del oportunismo. No sirve de nada repartir impermeables cuando la inundación está ahogando a los ya más que mojados, hay que salir al rescate con lanchas y salvavidas, reparar los destrozos, reconstruir la vida, y luego, recordando el riesgo de las inundaciones, no salir a la calle en plena riada, o sea, no volver a caer en las redes mortales del odio cuando el mal tiempo político, económico y desalmado por una ciencia monstruosa y especuladora se ensaña con la naturaleza y un sistema sin escrúpulos explota y mata a la mayoría, en plan tormenta perfecta.

El mejor reconocimiento de una pésima historia es poner toda la energía, los recursos y la voluntad en no repetir actitudes ni estados de baja vibración psicoemocional, ni morder el anzuelo de la provocación de los más primitivos en los momentos más difíciles y conflictivos, especialmente. No echarles carnaza en los comederos del esatablo, sino tenerlos a dieta y en ayuno terapéutico de motivos para dar coces y mordiscos. Es de sabios y prudentes percibir cuándo y cómo se pueden llevar a cabo con éxito las decisiones que deben tomarse. De poco sirve una ley de Memoria Histórica si el mismo gobierno que la promovió en  su día,  luego la hizo compatible con una ley de desahucios escalofiante, rescató la banca privada con dinero público y dejó al estado y a la ciudadanía más castigada, o sea, a la mayoría en manos de los bancos, eso hizo el Psoe de Zapatero, provocando con ello la reacción social que facilitó el regreso devastador del pp por una mayoría absoluta a la desesperada que terminó de darnos la puntilla. Aun nos queda memoria histórica reciente para no olvidar. Despacito y buena letra, Pedro Sánchez, más conciencia despierta, más aterrizaje de emergencia y menos asesorías en las nubes, porfis!

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