Jorge
Mario Bergoglio, un hombre argentino de 88 años, ha muerto. Y eso para
el mundo en general y para los católicos en particular significa que se ha muerto el Papa. Al ser humano mortal que adoptó el nombre de Francisco para vestir la sotana blanca le falló el cuerpo
a las 7: 35 de la madrugada que dejaba atrás la Semana Santa. Y desde
ese momento, en Ciudad del Vaticano está la capital del mundo. Del mundo
religioso… y del mundo político.
Porque
este Papa era muy político. En realidad todos lo son, pero este se
salía de la horma ultraconservadora que parecía la única posible y eso
siempre llama más la atención. Bergoglio fue, en palabras del uruguayo
Pepe Mujica, “la mejor versión cristiana” que esta generación ha visto
en un papa.
Por eso Francisco fue el papa más odiado por la derecha reciente, aunque ahora hagan sus piruetas retóricas para aplazar unos días su rencor. Sus reformas para abrir la Iglesia al mundo,
con algo de diversidad, con algo de conexión popular, siempre
encontraron la resistencia reaccionaria. Al principio tímida porque en
2013, cuando Bergoglio llegó al Vaticano, los vientos internacionales
soplaban progresistas: las protestas contra la crisis económica
aumentaron la sensibilidad contra la pobreza, se auparon nuevas agendas
sociales ecologistas y feministas, en las crisis de refugiados las
respuestas eran favorables a la acogida… Esos vientos cambiaron de
dirección y el Papa jesuita, relativamente progresista y latinoamericano, que se oponía al genocidio en Gaza
y que plantó cara a Trump hasta el final, dejó de ser reflejo del nuevo
mundo para ser un bastión de resistencia ante la ola reaccionaria.
Hoy en el podcast,
nuestra mirada laica se detiene en la figura de Francisco y sobre todo
de quienes mejor le definen: sus enemigos. También miramos al futuro.
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