Elogio del sentido lúdico de nuestra vida

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
En la infancia nuestra única obligación es jugar, pues el resto se va dando por añadidura y finalmente somos lo que los juegos hacen de nosotros.
Prácticamente desde que nacemos nos ponemos a jugar, ya lo hagamos en casa, dentro de la guardería o visitando las áreas de juegos infantiles. Absolutamente todo es un perpetuo e infinito juego embellecido por el inmenso poderío de nuestra inagotable imaginación infantil. Cualquier gesto sirve para inventar un juego nuevo y una sombra chinesca permite que nos representemos un sinfín de animales o personajes, al igual que una caja de zapatos puede servir para representar mil escenarios distintos consecutiva o simultáneamente. Luego se descubren los juegos reglados y jugamos al corro de la patata, el escondite o las canicas. Más adelante aparecerán los múltiples juegos de mesa que aciertan a perdurar como el parchís, la oca o las tres en raya. Los naipes aportan una gama inabarcable que va desde juegos muy sencillos como el póquer a otros altamente sofisticados cual sería el caso del bridge o el mus. El dominó y las damas tienen sus variantes en función de los países. Jugar bien al ajedrez requiere una dedicación muy absorbente, aunque todavía es más complejo el también muy veterano juego del Go.
La definición del término “jugar” viene a recoger nada menos que veintitrés acepciones, figurando en primer lugar esta: “Hacer algo con alegría con el fin de entretenerse, divertirse o desarrollar determinadas capacidades”. Reparemos en que se fija como una condición absolutamente necesaria el aspecto alegre del propósito. De ahí que una ludopatía sea el reverso del juego en sentido estricto, al dejarnos dominar por un ritual mecánico que puede arruinarnos económica y vitalmente. Los juegos eróticos y no estrictamente sexuales ocupan un lugar destacado al invocarse a continuación el verbo retozar. También se asocia indisolublemente con el esparcimiento y la recreación. Practicar un deporte también equivale a jugarlo y por eso tenemos los Juegos Olímpicos. Pero desempeñar una función o un papel también se designan con la voz jugar. De nuevo adquiere un matiz peyorativo si nos jugamos la vida corriendo un riesgo innecesario. En francés e inglés los respectivos términos equivalentes cubren también la interpretación musical cuando se toca un instrumento y asimismo el interpretar los papeles de una trama teatral o cinematográfica. Todo ello viene a confirmarnos que nuestro transcurso vital es una ininterrumpida sucesión de juegos y que nos pasamos la vida jugando de una u otra forma, lo que dicho sea de paso no tiene nada de malo. Los problemas comparecen más bien cuando nos olvidamos del sentido lúdico de la vida y nos tomamos demasiado en serio las mayores trivialidades.
Etimológicamente jugar viene del término latino iocare, que significa “bromear”. Alguien podría decir que no se puede tomar todo a broma y que semejante actitud puede arruinarnos la vida. No faltan quienes aseguran que venimos a este valle de lágrimas para sufrir y redimir pecados de nuestros ancestros. Pues que les vaya bonito, siempre que se abstengan de imponer su terrorífica cosmovisión a los demás. Tampoco nacemos para trabajar o acumular dinero, aun cuando el síndrome del Tío Gilito atraviese un momento muy exitoso y estos nuevos Crasos necesiten legiones de serviles trabajadores mal remunerados para incrementar sus obscenamente ampulosos patrimonios personales. Tengo para mí que, a fin de cuentas, nacemos para jugar, porque remedando a Calderón cabría decir algo así como que “toda la vida es juego y los juegos, juegos son”. De hecho, cuando soñamos, algo que hacemos un tercio de nuestras vidas, nuestro inconsciente retoza con los restos diurnos y no procura una versión lúdica de nuestras mayores penalidades. Mientras dormimos todos adoptamos el espíritu irónico del ingenioso Voltaire y somos capaces de diluirlo todo con el poder de la sátira.
Tenemos que aprender mucho de la niñez y recordar que solo el juego
puede dar un sentido cabal a nuestras vidas, como viene a decir Borges
en Habitantes del liviano presente: “Todo es juego para los
niños: juego y descubrimiento gozoso. Prueban y ensayan todas las
variedades del mundo. Juegan tanto, que juegan a jugar: juegan a
emprender juegos que se van en puros preparativos y que nunca se
cumplen, porque una nueva felicidad los distrae”. No es una mala hoja de
ruta para nuestro periplo vital a cualquier edad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario