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¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en la mar!
Antonio Machado
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VINO NUEVO EN ODRES VIEJOS
VA A SER QUE NO
Enarbolar la cruz y los tormentos
que una resurrección maravillosa
convirtió en el reverso de la historia,
pasados dos mil años,
carece de sentido, eso para empezar,
y si Jesús de pronto apareciese
en medio de una calle sevillana,
así, sin esperarlo, en plena procesión,
en devoto paseo,
tiraría los palos del sombrajo
y haría lo que hizo
cuando barrió los puestos del negocio
en el patio del templo lleno de fariseos.
Jesús no hacía sufrir "para ser buenos",
curaba a los enfermos, quitaba los dolores,
resucitaba muertos,
aligeraba cargas, no juzgaba,
abandonó este mundo
perdonando a sus propios verdugos,
no castigaba nunca a pecadores,
al contrario, les lavaba las culpas con amor,
les abría los ojos interiores
con la misericordia y el perdón,
pues solo así quedamos como nuev@s
cambiad@s para siempre. Curad@s de sí mism@s
y abiert@s a un nosotr@s compartido.
Y nos comunicó con su ternura
la gracia y los caminos
de otro mundo de luz en construcción,
de un nuevo día,
donde ser como niñ@s es la prueba del nueve
de una felicidad siempre a estrenar
que aparece de pronto y por sorpresa
y nunca más nos deja abandonad@s
en el rincón de las melancolías,
si además sacudimos y olvidamos
el miedo que se esconde en las mochilas.
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