lunes, 11 de mayo de 2020

La voz de Iñaki Gabilondo | 11/05/20 | Comportamientos nada ejemplares




Hay una realidad indiscutible: no hemos sido jamás un país cívicamente educado y formado para gestionar adecuadamente su ciudadanía y su convivencia; tenemos que reconocerlo para poder corregirlo de una vez por todas y no estar pifiándola en cuanto se presenta la ocasión y la peña se cansa de "ser buena" por decreto, por miedo, por el qué dirán y no por convicción.


Puede que la causa esté enquistada en la noche de los tiempos: hemos sido durante centurias un conglomerado de seres humanos sin educación verdadera, solo domesticados hasta por una mediocre regulación "cultural", reglas de urbanidad y "buena educación" en plan señorita Rottenmayer, que no nace de la comprensión sino de la imposición. Echemos un vistazo a la Historia y con ello ya nos orientamos.
Eso no quiere decir que no haya habido individualmente y al mismo tiempo españoles muy conscientes y capaces de evolucionar de un modo más completo, universal, inteligente, responsable y con miras verdaderamente ejemplares. Por desgracia esos prototipos nunca han sido mayoría e indefectiblemente han sido considerados tan ejemplares como raros e inalcanzables para "la gente normal". Se les dedica una calle, una plaza, un colegio mayor o una universidad, pero de ahí no se pasa. 
Recuerdo en mi infancia los libros que me traían Los Reyes Magos: "Florilegio de hombres y mujeres ejemplares", "Reglas de urbanidad", "Héroes de nuestra Patria". Esa era la orientación. Disciplina en la escuela y en casa. Obediencia y un respeto tan encorsetado que reducía la vida a una especie de teatro de marionetas constante, donde para colmo estaba como telón de fondo la Iglesia y sus mandamientos sagrados y por si eso fallase en la retaguardia de dios, estaban los cuarteles militares, la Guardia Civil junto a Falange y la lucecita de El Pardo, donde el vigía, el señor feudal bajo palio, garantizaba una estabilidad y una existencia estupenda y comodísima: no había nada que pensar, nada que comprender, nada que elegir, ya estaba todo previsto y planificado; planes de desarrollo, plan Badajoz, plan Jaén, pueblos y  empresas de todo tipo fundados por el águila de El Pardo, fundando carreteras, escuelas, hospitales y regalando bloques de casas del estado a los obreros. ¿Qué más se podía desear y pedir? El gran jefe, tenía que reconstruir y levantar de nuevo todo lo que "los malos" habían destruído provocando una guerra civil porque querían que España fuese comunista como los rusos que hasta nos quitaron el oro del banco estatal, fíjate! Fueron los rojos los que dieron el golpe, menos mal que "los buenos"  nos rescataron de la debacle por la gracia de dios, porque contaban con la pericia y el talentazo milagroso de aquel estratega chiquitillo y regordete, con voz de pájaro-flauta, pero un pedazo de caudillo que no nos merecíamos.

 Así generaciones enteras nacimos, crecimos y soportamos lo que había, aquella normalidad para la que el resto del mundo era un verdadero engendro de rojos, ateos, libertinos e indecentes. Con toda la herencia de siglos, rematar la faena con una dictadura de cuarenta añazos, reduciendo la existencia y las posibilidades a un ritmo cuartelero, donde hasta las noticias se daban con toque de corneta militar y se remataban con un himno trivalente, entre milicia, falangismo y requetés cara al sol con la camisa nueva  y boina roja, donde si se llegabas a la Universidad te esperaban los grises a caballo y "la social" espiando en clase, torturando y matando en la DGS, y si había un tímido conato de huelga o de intentar un sindicato de estudiantes que no fuera el SEU, se cerraban las facultades a golpe de trimestre, y si querías recoger las notas para matricularte el cursos siguiente, tenías que vacunarte forzosamente y así  permitir a la ciencia descubrir sus inventos, a base de convertir a los presos, soldados y estudiantes en cobayas de laboratorio por amor a la patria. Sin preguntar ni rechistar. En semejante país de las maravillas y durante casi medio siglo sin que se moviera nada, se fraguó este cemento social que ahora parece sorprender e indignar tanto a la ciudadanía menos cafre. 

Tiene toda la lógica, que cuando llegó la democracia y se empezó a comprobar que nadie te metía en la cárcel por contar  un chiste ni los grises te apaleaban en los comedores universitarios o incluso en los retretas de la facultad, y que podías ir a la huelga con derechos y todo, la peña se haya rayado e incluso haya confundido la normalidad democrática con hacer lo que le da la gana y cuando le da la gana.  Esta locura reaccionario-dictatorial ya estalló en los ochenta. Los padres y madres, las escuelas y demás instituciones se volvieron locas. "La movida" fue un total cortocircuito a la sensatez y a la lucidez. Todo era saltarse normas y desterrar prejuicios, confundir la moral con la hipocresía, la sensatez con la ñoñería, el equilibrio con el aburrimiento, y la creatividad con el esperpento. De aquellas polvaredas vienen estos lodazales. En España no había valores cívicos desde nunca. Sólo cabreos con sus razones  o fijaciones. Sólo tripas desatadas y lo contrario: beatos de sacristía, corbata y bisoñé. Tiesos y tan formales que no tenían más sustancia que su forma, su apariencia que trataban de convertir en experiencia de la banalidad como única expresión del paripé. Todo era como una peli de Buñuel, o un cuento de Cortázar, o novela de García Márquez, Juan Rulfo o  Vargas Llosa: un realismo nada mágico, sino una recreación surreal del esperpento valleinclanista. Una constante greguería o un astrakán de Muñoz Seca, basado en cualquier remedo cínico y gracioso de García Lorca, por ejemplo. En ese popurrí se nos quedó "la patria" y ahí está todavía. 

Los años de democracia, sobre todo, 16 en total, en los que gobernó el Psoe, se desperdiciaron totalmente como un tiempo que podría haber cambiado para siempre nuestro patético destino. Pudieron esmerarse en la pedagogía social, en cambiar las actitudes caciquiles y campechanas. Pudieron convocar un referendum para elegir el modelo de estado, pudieron hacer que la ciudadanía participase del cambio verdadero, porque si ella no cambia, nada cambiará. Fue el triunfo de la fanfarria "socialista" pero de espaldas al socialismo, más bien en plan acopling: gato blanco, gato negro, da igual si caza ratones, decía el gurú taoista FG, confundiendo totalmente el sentido del adagio, que jamás puede ser aplicable a la ética , aunque lo sea, puntualmente a los mecanismos solamente formales de la política. Como por ejemplo nos pasa ahora: qué más da ser derecha o izquierda, catalán, vasco o andaluz, si la vida y la salud de todos está en juego. En este caso hay que valorar por igual a los gatos para que puedan hacer su trabajo, los ratones esta vez no son el motivo, sino los virus. Y es justamente por ética por lo que hay que cogobernar y cooperar. Si el avión está en peligro no es nada recomendable cargarse a los pilotos porque no te gusta su uniforme, sino hacer lo menos difícil posible el aterrizaje. La frívola banalidad socialista explotó como un globo en las torpes manos de los "listos" y la respuesta fue como el tango: el pp. O sea, volver con la frente marchita, las nieves del tiempo volviendo a crecer. Nubarrones que se hicieron burbujas de todo tipo, podredumbre institucional y basura pseudopolítica, el proceso de putrefacción se aceleró y ya hasta el propio Zapatero, que no es ni banal ni estúpido, ni amoral, ni corrupto, consiguió zafarse del tinglado. Quedó como las moscas en la miel: prisionero del mismo puturrudefuá. 

En ese mejunje constante, perdido, deformado, desorientado, aperreado y socialmente desolado ha ido naciendo y envejeciendo demasiada gente a lo largo de ya ¡80 añazos! Ha habido despertares contundentes y sanos como el 0'7, las plataformas sociales como sindicatos, Mareas o la PAH y el 15M que aunque lo parezca superficialmente no han desaparecido, al revés, se han ido  metabolizando en la parte de sociedad más responsable y consciente, que antes no daba señales de vida y son los que ahora saben asumir con responsabilidad  la situación desde la  solidaridad y orientada siempre al bien común. Son las mentes equilibradas, las emociones canalizadas adecuadamente y la referencia más civilizada, gracias a la cual, el desmadre tiene límites.
Esta urgente necesidad debe llevarnos a crear herramientas pedagógicas prácticas como lo son las asambleas de barrio, en las que se hagan cursos de crecimiento personal y colectivo, con psicólogos y pedagogos, y también con vecinos y vecinas que tengan experiencia en educación y acompañamiento para aprender a pensar, a reaccionar y a comportarnos desde la libertad como seres lúcidos, éticos y empáticos. Que se destierre la chulería, la horterada irresponsable, el concepto estúpido de que libertad es hacer lo que te da la gana cuando te da la gana, sin mirar si estás jugando desde la idiotez en el borde de la cornisa de un séptimo piso. 

El objetivo del bien común no es posible lograrlo si se carece de conciencia autoconsciente. Todo se arruina y se cae, hasta los mejores y más brillantes proyectos, cuando falta ese ingrediente fundamental, que no consiste en saberlo todo ni en tener respuestas inmediatas para todo, ni en ser jefes de nada, sino en ver, comprender, contagiar y compartir sencillamente y sin ínfulas, el proceso necesario para evitar el sufrimiento social y fomentar lo más sano, práctico, útil y justo para todos y todas, sin excepciones ni preferencias. 

Todos los males tienen arreglo pero para ello es imprescindible que conozcamos su historial clínico. Una sociedad tan torpe y zafia, no es normal, está enferma, y tan crónico es su mal, que solo lo nota cuando no puede hacer lo que quiere: ser como otros países que sí "pueden". En vez de comprenderlo, estudiar y aprender de sus propios fallos para cambiar lo que no le funciona, se burla de lo que no es capaz de alcanzar y se regodea en las 'originalidades' de su patología que considera simpáticos pelillos  a la mar e incluso cosa de "genios", - en plan la zorra y las uvas que no es que están demasiado altas para alcanzarlas , ¡qué va!, es que están verdes y tampoco serán para tanto ni tienen el salero y la gracias de "lo nuestro"- sacando punta y defectos a los  que la superan, que indudablemente es obvio que existen en todas partes, pero que a la hora de la verdad, le dan sopa con ondas y que tantas veces debe emigrar y aceptar otra forma de vida mucho más civilizada, justa y agradable, y eso, paradójicamente, la indigna y le molesta, porque por culpa de esos países repipis, no es "su" patria la mejor del mundo. 

Nos queda tanto que descubrir y aprender de quienes lo hacen mejor que nosotros, que no deberíamos perder el tiempo en piques, comparaciones y elucubraciones  egopáticas que solo distraen de lo fundamental. Tenemos una historia muy chunga y muy frustrante, mucho. Y por ello subirnos a los altares para presumir y enorgullecerse de lo que carecemos - ya sea como individuos o como territorios o comunidades- es simplemente de idiotas. Idiota, el idiótes griego en su origen significa centrarse solo en lo propio ignorando todo lo demás. Y en efecto, la experiencia lo demuestra: no se puede ser más tontos e inútiles.  Pero eso tiene arreglo. Nos ayudará una buena reeducación en humildad y lucidez, que nos haga descubrir quienes somos de verdad y comprobar, sin complejos, que los demás y uno mismo somos una realidad inseparable e imprescindible si queremos estar vivos de verdad y disfrutar de ello.

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