lunes, 19 de diciembre de 2022

Qatar y sus jueguecitos o el triunfo aberrante del absurdo

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¿Puede ser el deporte la justificación de la barbarie aceptando las atrocidades del régimen catarí que construye sus espacios deportivos sacrificando vidas humanas, de los trabajadores muertos uno tras otro, en accidentes mientras construían los espacios deportivos para esa competición, y de la corrupción a mansalva hasta en la propia UE, precisamente afincada en la representación socialdemócrata en Bruselas, para facilitar el triunfo de Marruecos frente a España, y sin olvidar la marginación excluyente de los jugadores homosexuales, a los que se les prohíbe mostrar el símbolo del arco iris? ¿Qué valor pueden tener las competiciones deportivas en esos niveles represivos y amenazantes si los triunfos y derrotas no dependen de ser o no los mejores, sino de lo que paguen los corruptos para que ganen sus marionetas y, obviamente,  sus intereses? ¿Es justo que un país en ese nivel de primitivismo, pueda excluir, abusar y machacar lo que no comprende, porque el dinero y el petróleo se lo permiten? ¿Cómo hemos llegado a un nivel tan bajo de conciencia colectiva e individual? Ver los partidos, aunque sea por la tele, en ese plan debería repugnar en un mundo mayoritariamente decente.

Si esta sociedad fuese humana de verdad, en primer lugar, nunca habría aceptado participar en semejante propuesta de una dictadura desalmada, como la catarí,  cuyas atrocidades van envueltas solamente en el poder del dinero y de la especulación, que por lo visto tienen la llave maestra de la política internacional, mediante la manipulación visceral y mediática de las multitudes, que se tragan lo que les echen, con tal de emocionarse, gritar y perder por completo la conciencia y el alma, es decir, la base de le inteligencia real. Ante semejante cloaca gestora, una sociedad despierta y con valores humanos, como la ética, la justicia verdadera, no de paripé, compasiva, empática y sorofraterna, indudable y mayoritariamente, no habría prestado su atención a semejante esperpento amoral. Personalmente, confieso que me sentí aliviadísima cuando España perdió ante Marruecos y eso que aun no se había descubierto el basurero de fondo hasta en la UE. 

Por otra parte, nuestra civilización ya debería plantearse seriamente si los deportes tienen que ser necesariamente un enfrentamiento constante entre egos y no un disfrute libre y sano del ejercicio físico y sus habilidades. Es patético que el deporte no sea sobre todo la expansión gozosa del bienestar físico y dinámico, relajado y libre,  sin andar buscando las miserias egópatas de medirse con los demás para ganarles y sentirse superiores a ellos, hasta convertirse en hoolygans y haciendo de los deportistas, concretamente y en este caso, del fútbol,  una casta de esclavos millonarios, que los negociantes compran y venden como si fuesen animales de granja. Los valores del deporte se quedan en nada cuando no hay conciencia y solo interesa ganar caché y pasta. 

Me reconforta muchísimo el hecho de que España perdiese ante Marruecos, pues de haber ganado ese partido la selección española, es posible que se hubiesen desencadenado revanchas crueles por parte de un estado como el marroquí, como por ejemplo, utilizar multitudes emigrantes para invadir las fronteras, machacar saharawis o montar atentados, ya que, según las noticias antes del partido,  hubo amenazas veladas en ese plan,en el caso de que el resultado fuese nagativo para Marruecos. Lo dicho, convertir el deporte en amenaza y en chanchullo, lo destroza y pisotea la dignidad de los deportistas, tanto como individuos como de los estados participantes en el berenjenal. 

Los deportes como negocio se acabarían ipso facto si no hubiese espectadores y fanáticos dispuestos a  pagar lo que les pidan  por acudir a semejante sindiós y a la hora del partido, la gente saliera al parque a correr y a dar patadas a un balón con sus chiquillos, en vez de quedarse en plan muermo ante la tele comiendo palomitas, barritas de chocolate, patatas fritas, cocacolas o cervezas...fomentando el imperio del colesterol y el de la contaminación medioambiental.  

Barbaridades como la de Qatar, solo son posibles porque se costean gracias a los devotos de la competitividad supremacista que comercia con todo y con tod@s, de momento, una mayoría espeluznante. ¿Cuántos emigrantes de Yemen, de Palestina, de Siria, de Kurdistán, de Irak, de Afganistán, de la India o de Pakistán, de África o de Latinoamérica, podrían ser atendidos y organizados dignamente, con el pastón que se han gastado los qataríes y sus "fans", en ese disparate demoledor, que si hubiese conciencia despierta en el Planeta, nunca habría sido posible? 

Lo más preocupante es que ningún país ni estado  ni comunidad ni organización sanamente social y política, ni siquiera la ONU, hayan sido capaces de manifestar su oposición a semejante barbaridad, con lo cual, están aceptando como fenómenos "normales", la injusticia, la crueldad, la corrupción, la esclavitud del siglo XXI, el sistema del trampantojo miserable que cubre y tapa los juegos sucios para venderlos  como "deporte". 

Menos competiciones y más cooperación, menos figureo y más conciencia, más humildad y menos humos, más humanidad y menos avaricia, que siempre acaba por romper el saco.

Y para acabar repito: me alegro infinitamente de que el fútbol español no haya ganado ese mundial repulsivo. En casos semejantes, ser los últimos y los derrotados es un honor. Aunque el honor de verdad, hubiese sido no participar en esa  vergonzosa mascarada.


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