Ayer vivimos en familia una experiencia preciosa y dramática a la vez. Nos fuimos a coger naranjas a Ribarroja del Tùria, a la huerta del abuelo Miguel. Nos quedamos de piedra nada más llegar. Todo lo que hasta hace poco eran huertos preciosos y muy bien cuidados, de olivos, naranjos, limoneros, hortalizas riquísimas, ahora son plantaciones de palmeras de los trópicos y del ecuador. Palmeras enanas decorativas creciendo a tutiplén, ni siquiera se han molestado en que sean palmeras de dátiles comestibles, como las de Elche, y no solo para vender a quienes se quieran decorar los jardines de los chalets, que la misma multinacional hasta ahora desconocida, construirá sobre la tierra que hasta hace poco producía los alimentos necesarios para el consumo de los habitantes del pueblo y de la comarca. Que todos los días, tras recogerse, se vendían directamente en los puestos callejeros del mercado, del agricultor al consumidor, sin transportes de larga duración, sin consumo de gasolina, sin gases tóxicos, sin conservantes para los productos, verdadero autoconsumo. El campo maravilloso y espléndido de Ribarroja se está convirtiendo en una maxiexplotación tipo Amazonia y Bolsonaro fashion. Un demoledor amontonamiento del mismo macro cultivo de palmeras raras. Miles de hectáreas dedicadas a la ruina ecológica. Lo que hace años se paró y se frenó por la ciudadanía y le costó el cargo al alcalde del pp, en plena crisis de 2008 en el parque natural de Porchinos, también en Ribarroja, ahora vuelve como un búmeran maldito y bestial dispuesto al destrozo natural de la misma vida.
Tras invadir los terrenos han colocado una cadena de hierro cortando el paso, de modo que quienes necesitan acceder a sus huertos -que no han querido vender a los filibusteros de las palmeras y los chalets- se ven con grandes dificultades para acceder, cultivar y recolectar sus productos, que en nuestro caso eran naranjas y limones que el abuelo Miguel nos había invitado a recoger como regalo. Llevábamos cajas de cartón, que montamos y llenamos de fruta, sin poder acceder ni con carretilla, transportándolas a pulso entre tod@s, un padre, una abuela y dos chiquillas. Detrás de los huertos "rebeldes" que aún no han aceptado las treinta monedas de Judas, ya están en obras, con máquinas excavadoras y camiones, eso sí, "creando empleo", como si la agricultura no fuese empleo suficiente.
Un modo demoledor de trastornar la naturaleza y la misma vida, haciendo que los chalets y las plantas invasivas nos dejen tan "españolamente vaciad@s" sin verdura ni fruta, ya imposibles de cultivar, pero que generosamente nos venderán los chinos o los rusos, seguro, a golpe de avión y queroxeno, que posiblemente serán los dueños multimegamillonetis de la misma multinacional de los chalets y las palmeras vicarias, mientras los agricultores de la contornada abandonan el campo que heredaron, para hacer carrera como hackers y chusqueros en las redes, al servicio del pastón, en cualquier sucursal de internet.
Hay tantas maneras de invadir y destrozar con éxito y total discreción enmascarada, que ya no tiene sentido alguno montar guerras incomodísimas y anacrónicas si se puede destrozar tan ricamente todo un país encantado de ser el número uno en turismo mundial, mientras su ecología y su mera supervivencia hacen balconing sin parar con un estilazo increíble, a ritmo de charangas, pasodobles como "Paquito el Chocolatero", "Amparito Roca" o coplas como "La biempagá", en este mismo plan:
"Mi huerto me lo compraron
estando de romería"
en la mismísima Inopia,
haciéndome millonario
y sembrando la entropía
igual que se siembra soja,
palmeritas de la jungla
para dar aire al jardín
cuando sople ese Poniente
que no nos deja vivir,
o aceite de palma virgen
que nos ayuda a sentir
lo que sienten los mosquitos
cuando se van a morir
untados de insecticida
por un chino mandarín
que ha venido en un avión
llenito de mascarillas
y de tests para el Covid,
que España nunca fabrica
porque nunca le da tiempo
a producir medicinas,
ni tiritas, ni algodones,
ni vacunas,
ni vendas, ni perejil...
ocupada hasta los topes
en un turismo febril,
que la tiene secuestrada
en un perenne bochinche
de trampantojo servil
y tierras abandonadas
sin presente ni futuro
con un pasado a la espalda
que se lo ha puesto muy crudo...
¿Para qué fabricar nada
si todo nos lo dan hecho
los mandarines de China
o los jeques siberianos
con su petróleo y su gas?
¿Para qué cultivar tierra
con lo que cansa agacharse
si traen cerezas de Chile,
bananas de Venezuela,
espárragos de Perú,
patatas de Cochabamba,
y virus de Singapur?
¿Quién va a cultivar la tierra
con naranjas, mandarinas,
limones, nabos, acelgas,
calabazas, alcachofas, espinacas,
estragón ,puerros, berzas, caquis,
peras...pudiendo comprarlo todo
con la magia de Amazón?
Pues, así nos va el progreso
cual selfi en fotomatón
y dando siempre en el hueso
de un estado campechano
donde el delito caduca
sin que se pueda juzgar
si es delito o no lo es,
sobre todo si la pifia
la comete el soberano
que disfruta de indulgencia
política y judicial.
Un país con tanta enjundia
en el vacío moral
de su historia delirante
sólo tiene tres salidas
si sigue en el mismo plan
sin que le paren los pies
los españoles más sanos
desde una conciencia limpia:
el delito o la carcundia ...
...o ambas cosas a la vez.
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