jueves, 3 de marzo de 2022

Reflexiones de lectura obligada desde la conciencia, claro!


Todos a tocar los tambores de guerra

El presidente de Rusia, Vladímir Putin

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eldiario.es

Aquí somos todos muy de ponernos el casco y coger el fusil para pegar tiros, pero desde Twitter, claro, que es como la barrera de los toros, donde todo se puede decir sin riesgo de cornada ni de que la sangre te salpique. Cosa distinta es hacerlo en Ucrania frente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Admiro a la resistencia ucraniana y es cierto que hay países más débiles que han acabado expulsando a un invasor más fuerte, bien lo saben tanto rusos como estadounidenses, pero admito que el envío de armas para armar a civiles me parece el camino más rápido para provocar una carnicería, invocar a las cabezas nucleares y enriquecer a los vendedores de municiones. A lo sumo, puede prolongar la agonía y forzar a Putin a negociar, pero Putin ya ha dicho cuáles son sus condiciones: “rendición total”. Lo llama “negociación” por no llamarlo “mis cojones” que suena feo. 

En la guerra civil de mentirijillas que son las redes, se apela a nuestra Guerra Civil en la que las democracias nos dejaron tirados frente al fascismo y luego el fascismo arrasó Europa y casi la devora por completo. Se apela también a Chamberlain que se puso de lado frente a Hitler y Hitler se creció, a pesar de ser tan bajito. Pero les voy a dar dos datos, que diría Yolanda Díaz: en 1936 lo que necesitaba España era que la ayudasen los aliados con sus bombarderos como hicieron Italia y Alemania con los sublevados y en 1945 apareció la bomba atómica que lo cambió todo. En 2022, lo único que podría parar a Putin militarmente es la intervención de una potencia equivalente, pero eso nos abocaría a una guerra mundial que no se libraría precisamente en Twitter. 

Ya sé que la guerra no se para con batucadas pero tampoco tocando los tambores de guerra como si fueras Tito Puente en un concierto de misiles. Se para cortándole las manos, o sea, la pasta, al que quiere tocar, que es Putin. Se para cerrándole todos los grifos y cortándole todo el aire para que se ahogue. Se para aislándole hasta que se quede solo y obligándole a dejar de tocar para que se oigan las palabras de la diplomacia y callen las explosiones. El déspota ruso no contaba con encontrarse en contra a la mayoría de ucranianos y de países del globo (141 en contra en la ONU, sólo 5 a favor, 34 abstenciones). No contaba con que hasta China se abstuviese. No contaba con fortalecer a la OTAN y despertar al león dormido de Europa. No contaba con la oposición de parte de su pueblo y con la mayoría de la opinión pública enfrente. 

Contaba con acabar con Ucrania de un plumazo, desplumar a Zelenski y con una de esas plumas firmar una victoria que colgar como un diploma junto a la cabeza de los opositores en su despacho del Kremlin. Puede que gane esta batalla pero está perdiendo la guerra, nunca tendrá a los ucranianos bajo su yugo y sus flechas. Se le está ganando con las armas del dinero, que es el arma más poderosa. Atacándole donde más le duele, que son sus rublos y sus gerifaltes. Como siempre, quienes lo pagan son los ciudadanos, los rusos y los europeos, que tendremos que asumir la factura. Ahí es donde Europa tiene que poner sus fichas, en amortiguar el golpe en la economía de la gente. 

Me escama este clima bélico, esta retórica beligerante, este ardor guerrero alimentado por un discurso único en los medios que no admite el disenso ni la información que no venga de Occidente, que no admite el pacifismo ni a quienes pensamos que el futuro de Europa no es más OTAN al servicio de Washington sino una fuerza propia europea y una fuerza global que ya existe, que puede ser la OSCE o la ONU, nacida del deseo de paz mundial después de dos guerras salvajes. Se llama ingenuo al “No a la guerra” pero no hay nada menos ingenuo que gritar contra las guerras imperiales que masacran a los más débiles. No es ingenuidad, es instinto de supervivencia. 

No es ingenuo señalar que ya enviamos armas a Arabia Saudí para matar yemeníes y a Israel para matar palestinos, pero no a los yemeníes ni a los palestinos para defenderse. La única diferencia es que ahí las mandamos a cambio de dólares. Cuando los sátrapas agresores son colegas, entonces los pobres indefensos nos importan un carajo y nos importa un carajo que los exterminen con nuestras armas. Las armas que fabrican otros pobres en la bahía de Cádiz o en Euskadi, por ejemplo, para ganarse el pan de sus hijos. Al final, es lo de siempre, los señores de la guerra se hacen inmensamente millonarios a costa de los muertos de hambre y de los muertos en combate que pierden la vida para defender imperios que ni les van ni les vienen. 

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Comentario del blogg


¡Gracias, Javier Gallego, hermano! No hay como poner puntos sobre íes para que se haga la luz y la limpieza de ideas y pulsiones en medio de tinieblas y de mugre. Es fundamental que mantengamos la esperanza y la energía en medio del pifostio; ningún pensamiento, deseo o emoción son en vano, para lo bueno y para lo chungo, por eso, la compasión, la esperanza, la fraternidad y la empatía son fundamentales para mantener encendida la luz y transmitir sus ondas, que no por invisibles son menos necesarias y eficaces. Ondas que llegan a todas partes, como las del teléfono o las de internet. Ondas que son modificadoras y sensibles. Que nunca nos "visitan" en vano y dejan siempre un rastro de esencia a su paso integrador o desintegrador. Nosotros decidimos qué emitimos o qué preferimos emitir o no, en esa cuántica inevitablemente cualitativa. La conciencia decide la calidad de la sustancia, la intensidad, el espacio y el tiempo del reparto, en la zona de la voluntad, también se puede elegir la "dirección postal", a quien y a quienes va dirigido el envío.

Existe un potencial del inconsciente colectivo en el que todo está unido y mezclado y es ahí donde debemos volcar la ayuda inmaterial del pensamiento y los mejores sentimientos para tod@s, incluidos, los de peores comportamientos: no necesitan médico los que están sanos, sino los que carecen de buena salud. Si queremos que el mal se acabe no lo multipliquemos ni le hagamos el coro, pensemos en ello como heridas profundas e infectadas que necesitan curarse tanto y a veces, más que las víctimas, justo, para evitar que haya verdugos que produzcan esas víctimas y más aun. 

Llamar a esa realidad "buenismo" es no haber comprendido aún la dinámica del comportamiento humano en su evolución de la animalidad primaria a la humanidad emergente en modo exponencial, a más conciencia más aporte de lucidez, más madurez, más serenidad, más ética,  más despertar y más soluciones positivas para tod@s, sin necesidad de castigar ni vengarse, actitudes que refuerzan el lado más negro de los problemas. Quien se da cuenta de sus fallos no necesita 'ser castigado', él/ella mism@, se pone los límites, comprende, pide perdón, pide ayuda, cambia de visión y evita volver otra vez al mismo nivel de ceguera, que en el fondo le impide ser feliz y estar centrad@, tanto por el bien de los demás como por el suyo. Ha nacido a un nivel más sano e inteligente de su propio ser. 

En ese punto se centran las psicoterapias del sistema racionalemotivo de nuestro tiempo. A veces son los mismos afectados los que piden la ayuda, al verse desbordados por su propio caos, otras veces, es la misma vida y existencia la que les hace de terapeuta espontáneamente. Es el caso de los partidarios de la "guerra justa" como solución. Todo ser humano equilibrado y verdaderamente humano, jamás afirmará que una guerra sea justa, aunque sea en defensa propia. Conservar la vida matando a nuestros  semejantes que nos amenazan da lugar a un estatus existencial que para los seres más despiertos carece de sentido, es un infierno demencial, en el que queriendo lo mejor para sí mismos y los semejantes a sí mismos, podemos convertirnos en aquello que tememos, rechazamos, incluso despreciamos y no querríamos ser bajo ningún concepto: es decir, criminales, aunque sea con la idea de hacer justicia y construir una paz precaria, vengativa y sangrienta, cosas que siempre serán imposibles si para conseguirlas hay que degradarse y destrozar la propia conciencia; un mundo así no vale el precio en vidas masacradas que pretende y que no le importa cobrarse. Por eso solo el cambio de los seres humanos puede cambiar el mundo, un mundo hecho a la imagen y semejanza del desequilibrio egópata no vale la pena mantenerlo en pie. Más vale que se caiga cuanto antes para poder regenerarlo desde abajo, nunca se podrá regenerar "desde arriba". Ése y no otro es el gran fracaso de las religiones: esperar que un ser lejano y controlador, como sus "dioses" salve al ser humano de sí mismo, apalancado en su yo más elemental y salvaje, incapaz de descubrir la energía divina en sí mismo y en la vida que le sostiene. En luz que ilumina todo, hasta las mismas tinieblas, que se disuelven para siempre cuando por fin comenzamos a vivir, en un segundo nacimiento, precisamente suele tener lugar en medio del hundimiento total de nuestras seguridades, esas que nunca soltamos porque son las únicas asas que nos han enseñado a valorar como tal: el modo de vida, los valores, las creencias, los intereses, hábitos, costumbres, cultura, "patrias", etnias, rituales sociales, cultos religiosos, etc...

La mejor y más eficaz opción no es eliminar al enemigo, sino que el enemigo despierte y nosotr@s también, que deje/dejemos de hacer daño, porque ha/hemos visto y experimentado mejores y más acertadas maneras de "ganar" con el bien común y no con los intereses particulares. Lo canta Violeta Parra en una de sus más sabias canciones: "al malo solo el cariño le vuelve puro y sincero". Quien dice cariño, dice comprensión, escucha y serenidad para entender por encima de nuestras pulsiones, miedos, juicios y prejuicios. Doy testimonio de que es cierto. Lo he vivido en directo, no una ni dos veces, si no las suficientes como para poder afirmar y confirmar lo que acabo de escribir. Y es una realidad que debe estar en primera línea, como derecho y deber que se intercambian para hacer posible un mundo distinto de este desastre enloquecido al que nos hemos acostumbrado y asumimos como "normalidad", cuando es una patología ametralladora, pero, también  reformable y reinventable, empezando siempre la casa por el cimiento silencioso y humilde de la conciencia y no por el tejado soberbio e irresponsable de los tambores, y mucho menos si son de guerra. Gracias por estar ahí, querido Javier y eldiario.es

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