sábado, 19 de marzo de 2022

Interesantísimo y de lectura imprescindible. Gracias, Público!

 

Así se comunican los árboles entre sí para avisarse de peligros inminentes 

 16/03/2022 Una fotografía aérea tomada con un dron muestra el bosque de Oloolua, cerca de Nairobi (Kenya)

 Aristóteles Moreno

Público

 

Los árboles se comunican entre sí y se alertan de peligros inminentes. Cuando un animal herbívoro ataca a uno de ellos, segregan sustancias volátiles para avisar a sus congéneres. Y estos, a su vez, liberan componentes tóxicos para que sus hojas no sean digeribles. E incluso pueden llegar a ser mortales. Los árboles funcionan como sistemas complejos y fascinantes, que actúan cooperativamente para defenderse, tal como desvela el ingeniero forestal Enrique García Gómez en su último libro La inteligencia de los bosques.

 Las vacas, por ejemplo, para esquivar esos sorprendentes mecanismos de protección vegetal, comen la hierba en sentido contrario al viento. Si la ingieren a favor, los pastos son menos palatables. "Se trata de una ecoevolución desarrollada en decenas de miles de años", asegura García Gómez, vicedecano también del Colegio de Ingenieros Forestales de España y director de la revista Foresta. "Evolucionan los vegetales, pero también los animales para adaptarse a esas toxinas. Es una lucha alterna donde no habrá ningún ganador".

 El libro del naturalista toledano está plagado de secretos asombrosos sobre un ecosistema que ha sobrevivido cientos de miles de años y hoy se encuentra gravemente amenazado. Los árboles viejos, explica el experto, cuando se encuentran al final de su vida ceden sus reservas a los jóvenes para que prosperen con el vigor suficiente. "Y dejan espacio de luz, además de agua y nutrientes para los nuevos ejemplares", revela. Es una de las múltiples formas de colaboración simbiótica y beneficio mutuo que se produce en el interior de un bosque.

 La obra de García Gómez es una loa sin reservas hacia un ecosistema milenario que entrelaza la vida de componentes vegetales, animales y fúngicos en todas sus formas. "La inteligencia de los bosques es una licencia literaria. No intento poner en seres no racionales capacidades humanas, pero lo hago para hacer ver su enorme complejidad y cómo es posible que la vida nos haya dado esta maravilla producto de una larga evolución", argumenta.

 Los árboles de un bosque no solo cooperan sino que también mantienen una ardua competición. "No es una convivencia feliz", puntualiza. Y vuelve a establecer un cierto paralelismo con la sociedad humana. "Nosotros podemos ser los más solidarios, pero también los más crueles", subraya. "En el mundo vegetal sucede lo mismo". Aparte de alianzas para prestarse ayuda mutua, los árboles también luchan por sobrevivir y rivalizan por el espacio, la luz, el agua y los nutrientes. "Es una lucha sin cuartel", asegura.

 La lista de beneficios del bosque es interminable. "Palía un montón de males que producen los seres humanos", señala el autor del libro. "Limpian la atmósfera y absorben CO2, que es el gas más poderoso del calentamiento global. Se conoce su capacidad de retención. Los bosques son un sumidero impresionante, aunque no podemos erigirlos en los únicos responsables a la hora de amortiguar la concentración de CO2". El océano también actúa como extractor de CO2 pero, a diferencia de los bosques, no puede ser gestionado por la voluntad humana. 

 Los bosques frenan el calentamiento global, aunque también son víctimas de él. Numerosos estudios indican que las masas arbóreas están sufriendo ya las consecuencias del aumento de la temperatura. "En la península ibérica, por ejemplo, las encinas se están desplazando. Ya no se regeneran en ciertos lugares por causa de la temperatura o la escasez de precipitaciones y dan paso a otras especies más rústicas y menos exigentes, como las coscojas". Lo mismo ocurre con los hayedos, que están elevándose a cotas altas de montaña donde hasta hace poco el frío y el viento gélido se lo impedía. "En las zonas bajas aparecen otras especies mejor adaptadas a la ausencia de precipitaciones y un clima más cálido". 

Con todo, España es el tercer país de Europa con mayor superficie forestal. Tiene 7.000 millones de árboles y 15 millones de hectáreas de bosques, según datos del Inventario Nacional Forestal citados por Enrique García. La mitad del territorio español es forestal y la cuarta parte está arbolado. Y, en las últimas décadas, la superficie de bosques crece a un ritmo de 100.000 hectáreas por año.

 El proceso de reforestación de España se produce en paralelo al mismo fenómeno en Europa. La razón es clara: los pueblos se abandonan, la actividad rural decae y la naturaleza está recuperando espacios perdidos hace siglos. "No hay una actividad repobladora del Estado, sino una desactividad rural", explica el ambientalista. "La nueva cobertura vegetal y arbórea está producida por la labor de la naturaleza. Antes había un uso intensivo del territorio y no dejábamos que se reforestara por la acción de los arados y los rebaños". En los últimos años, por lo tanto, se están regenerando pinares, abetales, hayedos, encinares o robledales de antaño.

 Gracias a su orografía y variedad climática, España sigue liderando la biodiversidad en Europa. "Las diferencias de altitud y la cantidad de sistemas montañosos permite mucha diversidad de especies. En el resto de Europa eso no sucede", razona García Gómez. "Somos muy afortunados porque somos ricos en fauna y vegetación". La masa arbórea crece de manera sostenible en las últimas décadas, pero nuestro país contribuye negativamente a la preocupante deforestación del planeta. "En España y en Europa la superficie arbórea es mayor que hace diez, veinte y treinta años, aunque ese terreno que ganamos lo detraemos de otros países en desarrollo", lamenta. Y añade: "No nos gusta quitar bosques ni transformar nuestra masa forestal, pero seguimos trayendo derivados de la madera de Indonesia, Malasia, Vietnam o Brasil. No deforestamos aquí, pero lo hacemos indirectamente en otros países". 

Europa, por lo tanto, tiene una responsabilidad en el proceso de deforestación del planeta. Algunos cálculos cifran en un 15% la masa arbórea que los países europeos contribuyen a eliminar de las zonas sensibles del mundo. "Debemos controlar esas importaciones de madera", suplica. La deforestación planetaria se está produciendo a un ritmo alarmante. En el último medio siglo, asistimos a la mayor pérdida de superficie boscosa de la historia. En 50 años se ha evaporado el 15% de los bosques del mundo, un área equivalente a España, Francia y Portugal. Algunos expertos advierten que a ese ritmo las selvas tropicales y los bosques pluviales desaparecerán en cien años.

 "Los modelos matemáticos así lo predicen. Sería una catástrofe. Esperemos que la humanidad no esté tan loca. Brasil está permitiendo una extracción desmesurada. Es un desastre a nivel planetario porque los bosques son los pulmones de la Tierra", asegura García Gómez. Si desaparecen los bosques, aventura el ingeniero forestal, se sucederán las sequías, se extremará el clima, abundarán las riadas, se incrementará la contaminación y nos acercaríamos "al borde del caos de la humanidad". 


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Comentario del blogg:

Me parece muy importante y digno de reflexión el paralelismo que explica el autor entre la especie humana y las especies vegetales, respecto a la competitividad primaria, natural, instintiva y agresiva por lograr y establecer la propia supervivencia, como  sucede en el reino animal. La única herramienta que puede distinguir y liberar al ser humano de las tendencias negativas del instinto natural de la competición por la supervivencia, que compartimos con las demás especies  de la biosfera terrestre, es la innovación única y exclusivamente humana del desarrollo de la conciencia, esa energía cognitiva que establece vínculos mediante los sentimientos (la integración entre instinto, emotividad e inteligencia cognitiva), capaz de revertir el ego y sus tendencias "naturales", mediante el desarrollo de  una visión integradora en vez de hostil, más completa y evolucionada hacia el  nosotros desarrollando al mismo tiempo la capacidad cooperadora y consciente para lograr el  bien común. Un salto cualitativo fundamental para nuestra evolución. 

Episodios como el que vivimos actualmente, de guerra y confrontación agresiva entre Ucrania y Rusia, o cualquier otro, como el de Los Balkanes, Siria, Palestina o Afganistán, pone en evidencia y proximidad ese proceso: la guerra es precisamente la manifestación incontrolable , e incluso rebosante de "razones", nacidas de un estado primitivo más propio de las especies animales y vegetales sin más recursos que el instinto, y las emociones como el miedo, la violencia, la venganza y la incomprensión absoluta, ya convertida hasta en un aberrante "derecho" a matar, para conseguir la supervivencia, mucho más cerca de tigres, panteras, leones y pirañas que de una humanidad consciente que a estas alturas de la evolución ya debería haber superado el estadío ancestral de la agresividad, pues tiene inteligencia de sobra para subir de nivel cognitivo y autoconsciente para poder convivir sin ser letales para el prójimo ni para las demás especies vivas del planeta. Es esa visceralidad primitiva y sin encauzar mediante la conciencia, la que nos ha llevado a destruir una gran parte de nuestra Casa Común, la Tierra, para saciar más los instintos y sumergirnos en las emociones del poder, del consumir, del derrochar, del destacar, de agredir y quedar por encima del más débil,  que las necesidades reales de cada día. 

Es esa condición la que genera la enfermedad y las dolencias crónicas, la ansiedad, la depresión, los bloqueos constantes, las peleas y la competitividad enfermiza, porque la falta de desarrollo interior -del noumeno kantiano- nos desgasta, nos deteriora y nos agota, mucho más que la edad o el trabajo diario. Esa condición es el estrés que se desarrolla para no parar ni atender a las llamadas de nuestro territorio interno, de cuyo desarrollo depende nuestro equilibrio y la calidad de nuestra salud tanto biológica como mental, personal, convivencial y colectiva. El enfrentamiento y las guerras son el pico del iceberg sumergido en el inconsciente individual y colectivo, contra el que estamos encallados como especie. Solo son la manifestación externa del caos interno, imposible de suprimir si ni siquiera somos conscientes de su existencia,  y de cuyos reflujos siempre se culpa a los "enemigos" o a las "circunstancias", pero casi nunca se atribuyen a la propia torpeza, ignorancia, supeficialidad y escapismo, inmadurez, egocentrismo e irresponsabilidad, exigiendo a los demás lo que somos incapaces de desarrollar desde dentro para que lo de fuera tenga sentido y verdadero valor. 

Ahora mismo Valencia está desatada con la pólvora, son casi las 10'30 de la noche y lleva así todo el día, desde la despertà a las ocho de esta mañana. Es fácil que estos disparos y explosiones constantes, ensordecedoras  y sin tregua  durante horas y horas, y dentro de un rato hasta mil y pico hogueras de la cremà, nos recuerden lo que en contenido sonoro y contaminante sin piedad, deben estar padeciendo en Ucrania. Una guerra. Sí, una guerra encantadora para sus cofrades, contra el confinamiento, contra la obligación de limitarse en sus juergas callejeras, una explosión de instintos de revancha contra lo imprevisible, como lo es una pandemia. Las fiestas como agresividad y desprecio total de los demás seres humanos que se torturan y se dañan para pasarlo genial, a su manera, claro, -y encima con el certificado de la UNESCO convertidas en patrimonio inmaterial de la humanidad- rayan el trastorno mental colectivo, hay que estar fatal para que la propia  diversión consista en molestar, entorpecer, agobiar, invadir , contaminar sin miramientos y agredir el sistema nervioso de muchísimas personas a las que nunca se les ha preguntado su opinión sobre unas fiestas en masa delirante, que se imponen por la fuerza de unos instintos básicos y un fascismo emocional, del territorio y del abuso. 

Indudablemente los instintos primarios y sin canalizar mediante la inteligencia, la voluntad y la conciencia, son siempre demoledores tanto para los seres vivos como para  el medio ambiente,  y rayan la criminalidad, tantas veces disfrazada de campechanía y 'legítimas' ganas de juerga tradicional y hereditaria, tan primitiva como los toros embolaos o como los espectáculos de la antigua Roma con las luchas de gladiadores y con las fieras en el circo. Es muy lógico que en tales polvaredas se generen los lodazales que nos vemos obligad@s a soportar como consecuencia, en todos los aspectos: políticos, sociales, económicos, institucionales, de violencia doméstica, de género, de número y de casos constantes. Ains! 

La conciencia es la vía imprescindible para que esto cambie antes de que reviente del todo.

 

 



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