Leticia Dolera: "Nuestro pecado fue morder la manzana del conocimiento"
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Reflexionemos. ¿A qué le llamamos conocimiento? ¿A saber cosas y detalles acerca de lo que nos rodea, vemos, oímos, nos sucede o imaginamos? ¿Qué significa ese concepto vital y ontológico vertido en la palabra, en el verbo, en el lenguaje? ¿Conocer o saber es lo mismo que entender , comprender y canalizar adecuadamente lo que se "sabe" y se "conoce"? Hacerse responsable de lo que se expresa,porque toda palabra y toda idea mueven resortes en nuestra humanidad; lo del efecto mariposa no es una frase graciosa, es una realidad.
En la matriz lingüística del Latín hay dos verbos diferentes para explicar esa diferencia fundamental, cuyo desconocimiento -valga la redundancia del oximoron- nos lleva a terminar por no saber lo que estamos diciendo; por un lado está cognosco, que equivale a "ver lo que hay" y por otro intellego, literalmente "leer por dentro", reconocer en lo profundo, asimilar conscientemente.
El primer síntoma de estar despiert@s es encontrar el sentido integrador entre lo que decimos y escuchamos con la realidad que vivimos y compartimos con nuestra especie. Esa relación vital se llama coherencia. Una herramienta básica para no desbarrar usando el lenguaje desde la "ocurrencia" instintiva y no desde su valor semántico real. A eso se refiere la frase tan oída como poco escuchada " hay que pensar antes de hablar", y mucho más si para remate se es un personaje conocido. Ser muy activos, creativos y famosos por las propias actividades no significa para nada que haya un verdadero intellego que le dé sentido y razón de ser al cognosco.El abecedario para intellegere es cosa del alma y de la conciencia. Por eso a quienes no son capaces de leer y escribir ese lenguaje fundamental en todo lo mejor que necesitamos para vivir en vez de vegetar, se les llama 'desalmados'. Sí, la vida verdadera comienza con nuestra alfabetización de interiores. Letra a letra. Palabra a palabra, que sea el retrato transparente de cada realidad de cada idea/bombilla que la ilumina y le da la luz necesaria.
No es el conocimiento la causa de nuestra desgracia, sino la ignorancia disfrazada de postre que nos lleva a morder el fraude de la manzana envenenada para una especie humana en plan Blancanieves ilusa, cegata y confiada en la apetitosa apariencia del regalo letal de una madrastra que es lo más torpe de sí misma. Es lo que le lleva pasando a nuestra especie desde hace milenios. El conocimiento no se adquiere a mordiscos y mucho menos la capacidad para leer por dentro lo que solo se "conoce" y se "sabe" por fuera.
Sócrates nos dio la fórmula magistral: sólo sé que no sé nada, y la prudencia y la humildad nos salen al paso cuando nos vamos de varas y con una sonrisa cariñosa nos recuerdan que con más frecuencia de la deseable "calladit@s estamos más guap@s".
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