lunes, 29 de julio de 2019

Mahatma Vicente Ferrer, un verdadero revolucionario, como Gandhi



Estos días han proyectado en la tele la biografía de Vicente Ferrer y algún reportaje sobre su trabajo. Y ha sido un aire fresco muy de agradecer, en un momento planetario tan espeso y calentujo, en que todo lo imaginable se ha convertido en una chanfaina, una especie de pisto catalán que mezcla todas las verduras. En las cocinas sociales no hay una orientación definida hacia algo más que a  encontrar verduras exóticas para añadirlas al totum revolutum general; poco importa de dónde procedan la verduras, si son producto de la explotación esclavista o de cultivo exquisito ecológico y personalizado, si son de importación o aborígenes, si vienen con tres envolturas de plástico o a quemarropa, así directas, expuestas al riesgo de contaminarse con bacterias y microbios que nadie hasta ahora ha conseguido domesticar y educar y con los que convivían tan ricamente hasta que las arrancaron de la tierra para llevarlas primero al mercado y luego a la cocina. Que la naturalidad y la lucidez de Vicente Ferrer aparezcan de repente en la pantalla de la tele es como un pellizco despertador. 
De repente se abren las ventanas de la rutina y entra el hermoso huracán de la conciencia haciendo estragos en la mediocridad del "sistema". Vicente Ferrer es el prototipo del revolucionario incombustible. Luchó siendo un crío en la guerra civil, en el bando republicano, era catalán, claro. Fue a la cárcel en el franquismo. Preso político para que la tradición no pierda comba. Cuando salió de la prisión se hizo jesuita para seguir saltando barreras con la pértiga del espíritu como apoyo. Le destinaron a la India y allí siguió su revolución, fue descubriendo en su búsqueda constante que  el espíritu en profundidad es también la materia, que nada les separa si la conciencia los lleva puestos como zapatos o guantes inseparables y capacidades complementarias. Porque ninguna materia es posible sin energía que la ponga en sustancia y en marcha al mismo tiempo y poco puede realizar lo inmaterial sin el apoyo de lo tangible. Pocos lo entienden y muchos lo ignoran, a pesar de ser muy 'espirituales', creyentes y fieles devotos. O por cerrarse en las ideas fijas de lo únicamente demostrable con números y cuentas, peso y medida.
Para Vicente el evangelio no son homilías estupendas ni ejercicios espirituales sin conexión con la tierra, el tiempo y el espacio, y sobre todo con las urgencias más cañeras del ser humano: la justicia, la igualdad, la salud, la educación, la agricultura capaz de darnos el alimento y el logro de no ser limosna-dependientes, sino seres dignos, libres y responsables autónomos. Optar, elegir. Educarse, aprender a vivir en común y a ser válidos a pesar de ser ciegos, sordomudos o imposibilitados motrices. Escuela. Hospital-consultorio. Recuperar y hacer otra vez fértiles  los campos asolados por la deforestación y las lluvias torrenciales de la región como consecuencia del esquilme comercial de la madera, que hace ricas a las empresas y mendigos a los trabajadores temporeros, que habitaban las tierras destrozadas. Vivienda digna construida por ti y tus convecinos, como en Marinaleda, pero en la India, y en ambos casos con un ex-cura-maestro y un maestro de escuela del pueblo como monitores del cambio. Ninguno de los dos era político de profesión, pero ambos han acabado haciendo la mejor política posible. Qué curioso, ¿no? Y qué cerca Karl Marx de Jesús el galileo. Quién lo iba a decir, ¿verdad, fieles católicos y ateos materialistas?

Vicente siguió su revolución, y cuando encontró a Anita, una periodista inglesa implicada hasta el tuétano en la ayuda humanitaria, con una capacidad gestora paralela a su ética, capaz de dejar su  carrera y su país para dedicarse a sus semejantes mediante un proyecto concreto sobre el que ella llevaba tiempo reflexionando antes de encontrar a Vicente, que entonces comprendió que el amor es inseparable de la unión en el compromiso fraterno y que cuatro ojos, dos cerebros, dos corazones, cuatro pies y cuatro manos, dedicados al bien común sin barreras de credos, de ideologías, sectarismos ni de negocios, son capaces de multiplicar no solo y puntualmente panes y peces, sino también de canalizar y dar cuerpo a derechos y deberes humanos, inteligencia colectiva, almas y cuerpos rescatados de la oscuridad por el amor sin barreras. El resultado, aun en medio de las dificultades, las persecuciones, los retos, la incomprensión, la crueldad sistémica de leyes desalmadas, pero muy legales, ha sido y sigue siendo un resurgir de la fraternidad productiva, inteligente, responsable y libre. Sin libertad despierta y lúcida no hay conciencia ni discernimiento, ni es posible que nada llegue a buen puerto por mucho que uno quiera autoengañarse y engañar al prójimo mediante la "ilusión" y la "seducción". El espíritu y la materia solo producen verdad tangible y realizable, no dogmas y cadenas ideologizadas, que ejercen como venda en los ojos e impiden reconocer y reconocerse, porque se ha elegido la vía de la apariencia y la recompensa inmediata y veloz, por ello superficial, inconsistente e infeliz, porque lo que llaman "felicidad" es solo el disfrute momentáneo de un estímulo, que como llega se va dejando vacío y frustración en lugar que en realidad nunca hubo nada que valiese la pena. Lo que la vale, nunca se pierde. Nada ni nadie tiene el poder de arrancarlo de la esencia una vez manifestada como SER inclusivo y cósmico. Mientras que el trabajo íntimo de la cohesión entre materia y energía, es por sí mismo felizmente inagotable, pase lo que pase en el entorno, aunque sea lo 'peor' en apariencia, porque en profundidad, como reconocía Vicente Ferrer, nada es negativo ni imposible en los infinitos caminos del puzle esencial, que unos pueden llamar dios y otros conciencia, otros sinergia, otros milagro, otros física cuántica y otros serena y empática normalidad cotidiana.

Son actitudes de ese tipo, unidas y contagiosas en el compromiso y en la acción,  las únicas que pueden hacer de este mundo algo mucho mejor, aun a pesar de lo que estamos padeciendo. Mientras hay vida y capacidad para despertar, todo tiene arreglo. Hasta lo que parece imposible. Pero hay que desarrollar constantemente una fuerza crítica común desde dentro del sí mismos. Sin ansia de poder. Sin soberbia ni vanidad por gustar, ni vencer a nadie ni a nada, ni siquiera lo que veamos más horrible. Porque vencer no es nada si dejamos vencidos por el camino. Nada se gana de verdad dejando perdedores y arruinados por todas partes así no cambia nada y el tiempo repetirá siempre el mismo problema en nuevas circunstancias, porque no se ha resuelto en realidad, aunque se haya erradicado en apariencia a base de fuerza, imposición, violencia y malas artes.

Es posible que uno de los fallos de la religión católica  más perjudiciales y nefastos psicoemocionalmente para la humanidad, haya sido calificar de pecados mortales las siete enfermedades más comunes de los seres humanos.  Ira, soberbia, lujuria, avaricia, envidia, gula y pereza, mas que pecados graves, son enfermedades psicoemocionales , cuyo origen es la falta de conciencia, de profundidad interna, que nos trivializa y nos ata como esclavos irremediables de nuestras deficiencias y carencias, que no reconcocemos porque están "normalizadas" en nuestra educación y ahora hasta por las redes sociales, que las ensalzan y les ríen las gracias.
Se  toma aspirina para el dolor o productos que facilitan la digestión, pero ¿qué tomar cuando la verdadera causa del trastorno físico sin aparente relación con él, es la rabia, el descontento consigo mismos porque se está acomplejados por el peso la soberbia, la avaricia, la insaciable atadura a la comida o al sexo o al dinero o la droga, a la presunción, al poder absoluto sobre los demás,  motivos muy duros que solo se pueden ver desde dentro, con el microscopio de la conciencia? ¿Cómo pasar por alto que Jesús de Nazaret  cuando curaba a los enfermos los liberaba al mismo tiempo de los 'pecados' como de la enfermedad? Porque en realidad ambos casos tienen el mismo origen. Y de eso hace 21 siglos, aun no había psquiatras ni psicólogos, pero ya era evidente que el "pecado" es una patología, que al primero que enferma es a quien la padece. No en vano la medicina hipocrática en el frontis de los templos-hospital, colocaba grabada en piedra siempre la misma frase como recomendación inicial para estar sanos: conócete a ti mismo.
La religión ha convertido en pecado mortal las tendencias más primarias y enfermizas del ser humano, que le privan de la buena convivencia con sus semejantes y de  armonía y felicidad consigo  mismo, en vez de enseñar desde la escuela a contactar y experimentar con la energía sanadora que somos todos y todas y que puede convertirse en todo lo contrario cuando no conocemos más remedio y medicina que la culpa, el castigo, el disimulo hipócrita, la chapuza de la confesión con perdones de pegatina que no resuelven nada en la enfermedad del "pecador" y el castigo de los tribunales cuando la epidemia del "pecado" lo convierte en delito, como únicos remedios a tanta ignorancia enfermiza de nosotros mismos. Humanidad superficial, fanática de modas y modos e ignorante de lo mejor sí misma=humanidad enferma. Humanidad enferma=mundo y planeta enfermos. Evidente, por desgracia.

Los seres como Vicente Ferrer, Anita ,Gandhi, Lanza del Vasto o Luther King, parece que descubrieron a tiempo esa realidad y desde la salud integral han podido cambiar a mucho mejor, mediante  el "contagio" de la conciencia emprendedora e imparable, las vidas de  miles  de personas, por no decir millones, en el mundo entero. Tal vez sea esa la causa por la que los destrozos de las enfermedades capitales y mortales aun no han podido terminar con nuestra especie y el Planeta que la alberga. ¿Y quién sabe lo que puede pasar a tantos niveles, si ese despertar se hace mayoría absoluta energética, quién sabe si no se estará estableciendo ya una red natural sincrónica de contagio a ese nivel de inmunidad fraterna, humilde y sabia?

Gracias a todos y a todas las que no se escandalizan de la luz e inventan interruptores de amor incandescente para que desaparezcan las tinieblas.

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