Todos los comienzos son difíciles
Javier Pérez Royo

Las palabras que dan título a este artículo son las primeras palabras de El Capital.
Son las palabras con las que Marx encabezó el prólogo de la primera
edición. Marx sabía de lo que hablaba. Son muchos los años que Marx
necesitó para poder escribir El Capital y
únicamente publicó el Vol. I. No pudo pasar del comienzo de acuerdo con
el plan de trabajo que él mismo se había trazado. Dejó mucho más escrito
como borrador de lo que pudo publicar en vida. Los comienzos no
solamente son difíciles, sino que no garantizan, además, que se pueda
pasar a la o las fases ulteriores del camino que se pretende recorrer.
La dificultad de los comienzos no está presente exclusivamente en la
vida de los individuos, sino también en la de las sociedades en que los
individuos conviven. La imposición de un nuevo principio de legitimidad
sin el cual no es posible la convivencia exige mucho tiempo y superar
innumerables obstáculos. Para la imposición del principio de legitimidad
democrática han sido necesarias tres revoluciones iniciales, la inglesa
de finales de siglo XVII y las americana y francesa de finales del
siglo XVIII, la Guerra Civil en los Estados Unidos, y en Europa las
guerras napoleónicas, la revolución de 1848, la guerra franco-prusiana y
las dos guerras mundiales en la parte occidental del continente
europeo. El fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín en la
parte oriental. El principio de legitimidad democrática es muy fácil de
formular, pero muy difícil de poner en práctica.
Por eso, la democracia es una forma política muy
reciente. De finales del siglo XIX en Estados Unidos. De la segunda
mitad del siglo XX en Europa occidental. De los años setenta en Grecia,
Portugal y España. Y desde 1989 en Europa oriental. La proyección del
principio de legitimidad democrática del Estado nacional a la Unión
Europea nos va a llevar todo el siglo XXI, si conseguimos llevarlo a
buen término, que todavía está por ver.
Hay una
institución sin la cual no es posible el aprendizaje primero y la
implantación después de la democracia: el partido político. De ahí que
el Estado democrático haya sido definido como Estado de partidos. El
partido político, mejor dicho los partidos políticos, porque en
democracia solamente se puede hablar de partidos en plural, son la
condición sine qua non para la existencia de la democracia como forma
política. Sin los partidos políticos las sociedades no pueden aprender a
ser democráticas primero y operar como tales sociedades democráticas
después.
Es a través de los partidos como los
ciudadanos hacemos el aprendizaje de la democracia. Justamente por eso,
la democracia tiene que estar presente en la organización del partido,
de los partidos. Un partido en cuya organización la democracia no esté
presente, es una anomalía. Es cuña de otra madera. O se refunda o
desaparece.
En esta tesitura se encuentra el PP. Ha
sido cuña de otra madera en el Estado democrático construido a partir de
la entrada en vigor de la Constitución de 1978. En su origen está la AP
de Fraga y los “siete magníficos”, es decir, la clase política del
Régimen del general Franco. Y ese modelo de partido es el que se
reproduce en el Congreso Fundacional del PP en 1989. Así se ha mantenido
hasta la dimisión de Mariano Rajoy.
De ese carácter
constitutivamente no democrático del PP vienen buena parte de los
problemas de la democracia española. Un partido democráticamente
constituido no hubiera reaccionado jamás de la forma en que lo ha hecho
el PP en lo que a la Constitución Territorial se refiere. Pero Franco
dirigió el país durante muchos años y dejó una huella muy profunda en la
sociedad española.
En cualquier caso, al PP le ha
llegado el momento de poner fin a la anomalía que ha sido durante varios
decenios. A la fuerza ahorcan, dice el refrán. Y a la fuerza está
teniendo que iniciar el aprendizaje de la democracia.
Y los comienzos son difíciles. Los militantes del PP en general y los
dirigentes en particular lo están comprobando. Se les nota mucho que no
han practicado la democracia en su vida. La torpeza con la que se mueven
salta a la vista. El reglamento con unas primarias de descarte primero y
un Congreso de elección del presidente después es un disparate. Que no
hayan sido capaces de organizar un debate entre los seis candidatos a
las primarias y entre los dos que han quedado para la elección por los
compromisarios en el Congreso, lo dice todo. Sin debate no hay elección
democrática propiamente dicha. Al final el proceso está siendo todo,
menos transparente.
Al menos, es un primer paso, al
que tendrán que seguir muchos más, si el PP pretende continuar formando
parte del sistema de partidos de la democracia española. Volver al
pasado no es alternativa.
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