lunes, 2 de julio de 2018

Hay agonías cartón piedra fashion que duran todo lo que el cortejo fúnebre permite que duren. España es muy necrófila y los duelos le ponen, aunque se arruine con la manutención de los fiambres que además se llevan el 0'9% del PIB. Inexplicable porca miseria...pero ahí está, tiesa como la mojama y esperando a Godot con su paraguas de la Señorita Ppeppis


La Corona agoniza






Felipe de Borbón y Letizia Ortiz con un paraguas en Vilablareix, Girona.
Felipe de Borbón y Letizia Ortiz con un paraguas en Vilablareix, Girona.
Para las cosas esenciales nunca es el momento ni hay tiempo, así que es obvio que el gobierno de Sánchez no va a hacer nada que ponga en cuestión la Jefatura del Estado, el Reino de España. Los socialistas monárquicos (esa contradicción en sus términos) dirán que no es el momento. Los socialistas republicanos dirán (entre dientes) que en esta legislatura no hay tiempo. O viceversa. Tanto monta monta tanto. Tiempo tampoco hubo ni era el momento en las legislaturas anteriores. Acaso en las del más allá.
Pero se pongan como se pongan unos y otros socialistas o no la Corona agoniza. Se la puede mantener como se mantuvo a Franco: enchufada al aparato para mantenerla con vida, aunque vegetativa; entubada para que le llegue el oxígeno a un cerebro de encefalograma plano. Me refiero a la muerte orgánica de la monarquía, a la expiración gráfica del régimen (no vaya a ser que acabe en la cárcel acusada de faltar a los Borbones, cosa a la que, por otra parte, tengo todo el derecho, faltaría más). Otra cosa es la imposición, que nos obliguen a tener una muerta encima (no hay más que verla, por lo suelos, valga la paradoja). Se impone con provocación: el exhibicionismo de la fuerza necrófila.



La última escenificación de esta muerte tan poco apasionante ha tenido lugar en un recóndito paraje de Catalunya. Allí, en un salón de bodas de los célebres cocineros para omnívoros hermanos Roca (ni siquiera en su muy exclusivo restaurante, donde la factura asciende a unos 300 euros por barba hipster) se hizo entrega este año del Premio Princesa de Girona, que concede la Fundación homónima. La transacción tuvo lugar allí porque el jefe no electo o rey solo fue bien recibido en un salón de bodas de pueblo (no se me ofendan los de pueblo, que yo también lo soy, a ver si nos entendemos). Tras la entrega de estos exóticos galardones (para quien no lo sepa, la princesa de Girona es Leonor de Borbón y Ortiz, 12 años, heredera del trono no electo de España, y dejo  aquí la Wikipedia para los más noveleros) solía celebrarse en el Auditori de Girona un encuentro llamado  Rescatadores de Talento (baste decir que es patrocinado, entre otros, por Ferrovial, Nestlé, Novartis, Gas Natural, Abertis, Indra, BBVA… En fin, gente talentosa que sabe lo que rescata). Pero este año no pudo ser: el Auditori de Girona se encontraba en obras. Work in progress.
Fue todo muy pedestre y tan premonitorio como la chupa de agua que cayó el día de la boda entre Felipe de Borbón y Letizia Ortiz hace catorce años. Tanto ha llovido desde 2004 que hasta tienen un cuñado en chirona y una hermana que fue infanta de todo y es duquesa de nada. En Girona también llovía el otro día. La escena exhalaba una atmósfera de acto semiclandestino que solo rompió la llamativa apariencia de la ahora llamada reina (vestido rojo como rosa de un logo, pelo tirante como negociación de un divorcio). Felipe y Letizia llegaron juntos en un coche que no conducían y se trataron como si no se hubieran dirigido la palabra jamás. Parecían esos invitados a una boda incapaces de ocultar que se han pasado la noche discutiendo.
El aspecto terrible que ambos lucían, esa mezcla entre soberbia y tristeza, entre altivez y desolación, es la viva imagen de la monarquía, la representación más gráfica de un régimen que, aunque se desmorona, se aferra a su existencia como a un paraguas gris. Todo en su espacio es falso y falaz. La presunta calma de él. La presunta autonomía de ella. Todo es tan presunto. Ya no está arriba la Corona: flota en una altura abismal que solo conduce al precipicio, al vacío. Por algo los acompañaba un astronauta.
¿Por qué seguimos haciendo el paripé? ¿Por qué seguimos diciendo que el rey está vestido? ¿Por qué se nos obliga a simular que no nos damos cuenta de que esa institución (esa familia, esas personas, esa gente) a nadie sirve  ya ni nada une? ¿Por qué no reconocer que son perjudiciales o, al menos, que agonizan? ¿Por qué esos patrocinios? ¿Nadie que llega al poder va a hablar nunca con sinceridad? ¿No es el momento? ¿No hay tiempo? ¿Cuándo es el tiempo de la evolución? ¿Cuándo el tiempo de la dignidad? Si es tiempo de exhumar los restos del dictador que nos legó a los Borbones, es tiempo de liquidar su herencia. Todo ante notario, por supuesto (no se me vaya a malinterpretar y acabe en Brieva).

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