Hay un hábito político ejemplar y muy sano en València desde que gobierna la coalición del Botànic y es la transparencia y el contacto directo entre la ejecutiva política y la participación social, formando un organismo integrador de realidades imprescindibles. La desaparición exponencial de las opacidades que engendran la corrupción, las desigualdades, injusticias y la miseria de los pueblos. Esta transparencia es el aparato cardio/respiratorio colectivo de toda democracia, sin duda. No puede haber política eficaz y decente donde la mentira, lo tenebroso y el chanchullo son los amos de todo, como sucedió en València durante más de veinte años en manos de una gürtel infinita.
Personalmente no comparto la decisión del Gobierno Central de enviar armas a Ucrania ni a ningún otro estado, para cooperar en una guerra exterminadora y absolutamente contra natura, como son todas las guerras. Es como invitar a los ucranianos al suicidio y proporcionarles el material para su propio funeral colectivo. ¿Cómo reaccionarían Putin y el ejército ruso, si el pueblo ucraniano saliese desarmado y en masa a las calles, con pancartas de bienvenida, invitándoles a unas infusiones tranquilizantes por las esquinas, llamándoles hermanos y vecinos? Tengo en la historia de mi familia materna un caso muy similar, -en versión mínima, por supuesto, pero una buena referencia experimentada, para orientarse- durante el inicio del golpe de estado fascista en 1936.
Un inciso ad hoc.Mi abuela materna y mi madre que era una niña de trece años, pasaban aquel verano en el pueblo de Guareña, en Badajoz, en una finca de la familia de mi abuelo, que estaba sufriendo el golpe directo, como guardia civil, en Castilla La Mancha. Una noche, aparecieron de golpe en la finca dos camiones llenos de milicianos, enviados por el Frente Popular, que asaltaron la casa fusiles en mano y gritando "¡Os vamos a matar ahora mismo y os vamos a quitar todo, la finca lo primero!" Los tíos de mi abuelo, -María y Valeriano- que ya eran ancianos se quedaron sin fuerzas, aterrorizados, incapaces de decir nada. Pero mi abuela Virginia -catalana de Organyà- se fue hacia ellos y les dijo: "¡Pobrecitos, a estas horas y todavía sin parar, algunos descalzos, otros con las alpargatas rotas! Debéis estar hambrientos y agotados, seguro que ni habéis cenado y habéis pasado muchísimo calor en pleno mes de agosto..." Se hizo un silencio instantáneo y un parón en el alboroto. Bajaron las armas, se empezaron a sentar por todas partes, hasta en el suelo, cansadísimos y deshidratados. Mi abuela llamó a Angelita, la trabajadora de servicio fijo que vivía también en la finca: "Venga, chicos, descansad, tomad, bebed agua fresquita de los botijos, nosotras os vamos a hacer la cena, y a curar esos pies descalzos con heridas..." Angelita, mi abuela y mi madre les lavaron y secaron los pies, vendaron alguna herida que otra con tiras de lienzo de sábanas desgastadas. Una frió huevos, picó ensalada, cortó jamón y pan, la otra calentó agua y la puso en dos o tres barreños con jabón, sal y vinagre para desinfectar y relajar los pies descalzos. Sacaron sandía y melón en rodajas que se cultivaban en la huerta, como los tomates, pepinos y lechugas de la ensalada. En cosa de media hora, la horda salvaje se había convertido en un grupo de amigos asustados, cansados, desorientados, hechos papilla por abducción, y algunos hasta lloraban, porque no tenían ni idea de lo que les podía pasar. Les contaron sus vidas, les hablaron de sus familias, de su pobreza, de su abandono, de su analfabetismo, mientras ayudaban, sin que nadie se lo pidiese, a recoger los platos y a tirar las cáscaras al cubo de los desperdicios. Y cuando la 'terapia' terminó con la cena y los pediluvios reconfortantes, se despidieron asegurando que nunca más los milicianos de la zona volverían a la finca si no era para saludar, ver cómo estaban, y echar una mano si fuese preciso en medio del aquel infierno. Se salvaron cinco vidas del "enemigo" que resultó ser hermano, además se despertaron los mejores sentimientos y las conciencias de aquellos asaltantes, que al subir de nuevo al camión ya no eran los mismos. Si eso lo hicieron dos mujeres y una chiquilla de trece años más dos abuelitos de fondo, que callaron y asimilaron la situación sin ira, sin rabia ni odio por el susto del asalto y la agresión inicial, seguro que lo puede hacer mucha gente. Y desde luego, el resultado nunca sería un horror, sino un stop que cambia las vidas de los stopados, seguro. Fin del inciso ilustrador.
Muy de agradecer este cambiazo maravilloso al President Puig, "Ximo", para tod@s y por supuesto a la coalición del Psoe con Compromís y UP. Nos encantaría que en esa coalición también participase la derecha, en vez de hacer por sistema el cafre destroyer, como es su "normalidad" completamente de espaldas al bien común que es especialista en sabotear.
La vida y su gestión es un criadero natural de problemas, la política es la ciencia y el arte moral de afrontarlos, exponerlos, resolverlos o de reducirlos y minimizarlos al máximo hasta que dejen de ser problemas y comiencen a ser soluciones, transmutados por la ética de la inteligencia in crescendo, que como un árbol nace con raíces en el pueblo, crece, acoge y da frutos, cuyas semillas vuelven a ser raíces de futuros árboles y frutos.
La derecha no entiende de agricultura vital, le va más la ganadería de granja y la tauromaquia. Quizás por eso, cuando todo va funcionando entre nosotros como Comunidad de verdad, en vez de echar de menos a la derecha en una gran coalición para tiempos tan difíciles, solo la echamos de más y le agradecemos que no haga de las suyas, que nunca son las nuestras, las de tod@s .
No hay comentarios:
Publicar un comentario