jueves, 12 de agosto de 2021

  Plaza Pública

Contra ellos

Publicada el 12/08/2021 a las 06:00
 

Si estás un buen rato delante del televisor acabarás pidiendo auxilio. La pantalla es una invitación al harakiri o a convertirte en un asesino en serie. Ahora más que nunca la violencia se ha convertido en un chollo para el negocio televisivo. Un asesinato machista se salda con dos o tres entrevistas al vecindario. “Parecía buena persona”, dicen. O: “de vez en cuando se oían gritos”. Y a otra cosa, mariposa. Un crimen homófobo se narra como una secuencia cinematográfica a cámara lenta para dejar bien claro que el horror es más horror si los detalles convierten ese horror en una sesión de Sálvame. Y luego, más entrevistas a quienes pasaban por allí. Los índices de audiencia suben cuando se ofrece sangre en vez de una información que potencie el conocimiento de las cosas. A mayor información, menos conocimiento. Es su eslogan. Les conviene que la gente no piense, que se trague sin rechistar lo que le echen. Lo dice ese gran escritor y amigo imprescindible que es Jorge Riechmann en Z, su último libro de poemas: “la información sin conocimiento / nos lleva al desastre…”.

Y cuando los discursos ultras están en su esplendor mediático, llega Ana Peleteiro, la joven atleta gallega que acaba de ganar en Tokio la medalla de bronce en triple salto, y desnuda las secuencias televisivas del odio. Ese día, su amigo y también medallista olímpico, Ray Zapata, dice en TVE que los dos eran “de color”. Entonces lo corrige la atleta: “No somos de color, somos negros. De color son ellos, que cambian más de color que el sol”. Una lección magistral sobre la dignidad, sobre la necesidad de hablar claro para que no nos llenen de cuentos, como escribía León Felipe en su exilio mexicano.

Thank you for watching

Con ese “ellos” se refería Ana Peleteiro a quienes extienden el odio por todas partes. Después de esas declaraciones, han saltado los de extrema derecha (¿sólo Vox?) acusándola de no ser española, de ser medio africana porque su padre seguro que venía de allí. Para “ellos” (¿sólo Vox?) un buen español tampoco puede ser “maricón”. Y aunque mucha gente más pobre que las ratas no quiera saberlo y los vote, también odian a los pobres. Por eso no paran de clamar por la pureza de sangre, por la arrogancia del macho, por la valentía racial contra los malos patriotas, por la riqueza aristocrática aunque sea muchas veces esa riqueza cosa de chorizos. El fascismo con tintes nazis –ésa es su verdadera patria– prolifera en los últimos tiempos. La fuerza bruta se ha convertido en su manera de estar en el mundo. Sus consignas son como flechas que señalan una dirección para llegar al centro de la diana. Y esas flechas acaban llegando a su destino. Amenazas telefónicas y llamadas a salir de caza para que se caguen de miedo los malos españoles. Como aquel falangismo matón de los puños y las pistolas que había convertido la Segunda República en el centro de sus objetivos a batir. No es que hayan vuelto los herederos de aquel matonismo uniformado: es que nunca se habían ido, y ahora ocupan asientos en las instituciones democráticas. La democracia les importa un pito. Cuando la nombran es como si la insultaran. Fuera de esos asientos hay gente que sigue las flechas que ellos dibujan con sus proclamas: y las palizas convierten los cuerpos en garabatos trágicos, en muerte porque la vida de quienes no piensan como ellos a esos tipos les importa una mierda.

Y por si no hubiera bastante con esa violencia, llega la justicia y la cubre de besos. Casi todas las denuncias contra Vox son archivadas. Eso le da alas a la extrema derecha dentro y fuera de las instituciones. Se siente protegida. Las televisiones banalizan su violencia contándola como si fuera algo inevitable, cotidiano, como un chascarrillo sin importancia entre el vecindario. La violencia contra las mujeres, contra inmigrantes, contra personas relacionadas con el mundo LGTBI no son para una crónica de sucesos, sino para la más exigente crónica política que aclare por qué sucede lo que sucede y por qué la justicia dicta a su favor, en tantas ocasiones, sus sentencias.

Menos mal que de vez en cuando sale alguien como Ana Peleteiro, o como ese otro joven atleta y también medallista en Tokio, Alberto Ginés, que en marzo escribía un tuit respondiendo a Vox y sus soflamas patrióticas sobre la juventud española: “Los jóvenes no os queremos a vosotros”. Y añadía lo que le decían en twitter: “Que no me merezco representar a España en los Juegos Olímpicos porque soy rojo”. Pues la ha representado y ha conseguido la medalla de oro en escalada. La única medalla que se pueden colgar los de la extrema derecha es la que lleva inscrita en su cara y en su cruz las palabras odio y violencia. Esto que escribo es el desprecio a ese odio, a esa violencia. Y cómo no: a esos de Vox y a su amenazante patria sembrada por el miedo. Contra ellos, como decía Ana Peleteiro, va esto que escribo hoy en infoLibre. Contra ellos.

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa)


Comentario del blogg

Querido  Alfons Cervera, el análisis que haces de nuestra situación con el fascio hereditario y pperppetuo es indiscutible y muy completo. Lo comparto totalmente. Lo que ya no puedo compartir es el constante "contra ellos", porque es justamente lo que "ellos" quieren provocar: la preposición "contra" como sistema demoledor y cadena perpetua para nuestra sociedad, para nuestro inconsciente colectivo, para nuestro mundo. El fachitriunfo es conseguir que la lucha perenne esté justificada constantemente. 

La guerra como forma de vida, crear constantes motivos para el enfado, la rabia, el castigo, el rencor y la mala leche resignada o a tortazos de todo tipo. Apoderarse de los tribunales colocando jueces y magistrados del propio cotarro para que las sentencias sean siempre a favor del enjuague propio y "contra" lo que no interesa ni conviene al mejunje. Así hemos soportado la misma historia desde siempre. 

Seguir ese juego es entrar y no salir nunca de las cuevas paleolíticas en que la sociedad miedosa e irresponsable por tradición, se encierra y encadena, sin superar sus propios prejuicios, costumbres y hábitos primarios, pero maquillados estratégicamente de "civilización". 

Trabajar desde la paz y el entendimiento es ir contra corriente, la verdadera rebeldía en este sistema adicto a la gresca por todo, por lo malo y por lo bueno, que se convierte en malo cuando se actúa con las mismas herramientas: el 'contra ellos  perenne', si no se comparten ideas, métodos de vida, sensibilidad social y comportamientos ad hoc. Estar eternamente a la contra de los que hacen daño es caer en la misma ciénaga en que están sumergidos esos "enemigos". El mejor "contra" es actuar al revés que ellos sin atacarles ni despreciarles. Dejándoles como al rey desnudo, destapando a los sastres timadores del enjuague porque somos capaces de distinguir la trola de la verdad y desde esa evidencia "ellos" estarán social y políticamente más de sobra que en contra. Y estar de sobra es mucho peor para ellos que estar de uñas "por la patria" que ya no les tiene en cuenta, debido a sus enredos que solo sirven para que los gobiernos que no son suyos no puedan hacer casi nada a favor del pueblo que les ha votado.

En realidad, la única victoria posible sobre esa tensión devastadora y paralizante del trabajo comunitario, justo e imprescindible, es que el martillo pilón que golpea a la sociedad más vulnerable se desactive y desaparezca, porque no logra machacar a nadie. No sirve para nada que ayude a mejorar el panorama estatal, solo a los caciques corruptos, como siempre. Y cuando eso queda claro, casi nadie les sigue el juego. 

¿Cómo combatir y derrotar al "enemigo"? Con la paz, la serenidad y la alegría de poder ser mejores que la mierda generalizada por la irresponsabilidad violenta y sus torpezas esperpénticas, que su misma ineficacia y retrocesos sociales en todos los aspectos, dejan bien patentes cuando pillan los mandos del Titanic. No hay que cogerles el guante del desafío. Pero sí hay que empezar a llamarles hermanos de especie, que es su y  nuestra realidad inevitable. ¿Acaso en muchas familias no hay "ovejas negras", y siguen siendo familia, e incluso en muchos casos se les disculpa y ayuda a ver si mejoran, y cuando no es así, en demasiadas ocasiones, se acaba en tragedia? 

La justicia como castigo y venganza, sin comprensión, ni humanidad, ni sentimientos sanos, sin capacidad pedagógica para desarrollar el arrepentimiento y el perdón, es también una criminalidad "legal", al margen de la propia ética, del básico imperativo categórico kantiano: "Obra de tal modo que tu conducta se pueda convertir en ley universal", solo así puede ir cambiando una sociedad primitiva, autobloqueada y fosilizada en sus instintos más ancestrales, muy "naturales", claro que sí, pero a años luz de su mejor camino evolutivo, de esa "Ética a Eudemo" (en griego: eu=bueno, feliz y démos=pueblo) que Aristóteles nos dejó como guía social. Es el mismo sentido que tiene en el evangelio la invitación a no responder a la violencia con violencia, sino, con una actitud mucho más inteligente; la metáfora de poner la otra mejilla tiene ese significado: que el ataque de quien te odia no te contagie ni te arrastre emocionalmente a su terreno, para que tú no pierdas el oremus y te hundas en el mismo laberinto encenagado sin salida del odio y el rencor. 

Una cosa es denunciar la injusticia y la malas acciones, para que se corrijan y no se cometan como lo más natural, y otra es condenar y odiar a los seres humanos atrofiados y ciegos psicoemocionales, desalmados y atroces, que las cometen. La gente de VOX y quienes se dejan arrastrar por esa onda, lo mismo que quienes hacen del dinero y del poder a cualquier precio, de los dogmas y la opresión, el único objetivo de sus vidas, están gravemente enfermos y automutilados: carecen de alma y de conciencia, de sentido y sensibilidad, como diría Jane Austen. Y ni siquiera lo saben, no conocen otra forma de estar en el mundo. Hasta las religiones que les enseñan en colegios privados y carísimos, les fomentan la enfermedad que también comparten los maestros y gerifaltes. 

Si de verdad estamos liberados de esa miseria, no les sigamos el juego cuando nos ataquen y hagamos que nuestra conducta les interrogue, les dé que pensar, rompa sus inercias, les desmonte el juego y acaben comprendiendo la irracionalidad de su "normalidad" conductual y lo inútil que resulta para la convivencia. Necesitan terapias y psiquiatras, no "enemigos" que se contagien de su mismo mal, haciendo en ese tinglado que todo sea ingobernable en plan batalla o genocidio permanente si los orcos de Mordor ganan el primer premio en las Olimpiadas de los Juegos del Hambre y la Miseria. Sólo entendiendo plenamente esa canallada, la India en tiempos de Gandhi consiguió echar al Imperio Inglés sin disparar ni matar ingleses, empleando su energía para vivir al revés que sus invasores y reinventarse como nación de naciones y subcontinente previamente invadido, machacado y explotado. 

Así, de entrada, trabajar para la paz y el acuerdo, no mola ni da caché a los "luchadores" humillados y ofendidos, ni es fácil ni productivo como negocio con prisas, a lo que estamos acostumbrados, pero es la única manera de cambiar la muerte en vida, el veneno en antídoto, el odio social de la desigualdad en fraternidad y bien común. Las soluciones buenas y necesarias para el buen estado de todos no se fraguan nunca en los campos de batalla, sino en las mesas de negociación inteligente que impiden las masacres. 

No hay otra forma de cambiar un mundo de cafres autómatas en un mundo verdaderamente humano. Solo el cambio de cada persona puede cambiar su entorno y solo un entorno ya saneado, puede educar y mejorar el futuro de la colectividad, quitar los miedos, las amenazas y la chulería estúpida de adolescentes desquiciados a banderazos y odios hereditarios, que ya no cumplen los cuarenta. 

 Si combates a golpe de odio lo que te duele en vez de curarlo, la misma enfermedad que quieres erradicar acabará contigo. Úsala y trabájala con dosis mínimas, como homeopatía, y se convertirá en tu mejor vacuna multiusos y tu entorno dejará de provocar contagios, así el virus "enemigo" se desactivará porque nada lo alimenta ni lo justifica, por eso, ya no  habrá materia disponible ni rebaño atrapado en los establos para el contagio. 

El conflicto constante y sin aparente solución, es el establo que nos convierte en manada y "a ellos" en los gañanes controladores, gerentes pperppetuos del Ppatio de Monippodio.

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