No es proteccionismo contra libre cambio: es guerra comercial
Si hay algo especialmente preocupante de entre lo que nos enseña la
historia económica de las guerras comerciales es que, con mucha
frecuencia, terminan en conflictos armados y a veces generalizados
El establecimiento de
aranceles y otras medidas de proteccionismo comercial en los Estados
Unidos se están interpretando como una agresión liderada por su
presidente con el fin de defender los intereses nacionales de su país a
costa del libre comercio que hasta su llegada prevalecía en el planeta.
Es verdad que Trump
emprende esta batalla afirmando a todo el mundo que "América es lo
primero y sólo América la primera" pero yo creo que ésa es una
interpretación simplista e incluso interesada que no refleja la realidad
de lo que está sucediendo, ni de lo que ha sucedido antes, ni permite
anticipar lo que muy posiblemente vaya a ocurrir en el futuro.
No es verdad que Trump esté combatiendo el libre
comercio por la sencilla razón de que el libre comercio no ha existido
nunca en nuestro planeta como régimen comercial mínimamente extendido.
Lo reconocía hace unos meses alguien tan poco sospechoso como Pascal Lamy,
ex director general de la Organización Mundial del Comercio: "El libre
comercio no existe (…) Es un falso tema de controversia. Estas
discusiones sobre el libre comercio son en gran medida fantasía. Lo que
existe en la realidad es un movimiento de apertura comercial, que ha
experimentado aceleraciones y desaceleraciones a lo largo de la
historia" ( Pascal Lamy: Libre-échange et discours protectionnistes).
Es verdad que en los últimos decenios se ha producido un incremento
continuado del comercio internacional pero eso se ha producido en un
doble contexto de protección comercial.
Por un lado,
las grandes potencias (Estados Unidos, Unión Europea, Japón, China…) han
protegido sus intereses, la mayoría de las veces sin disimulo, mediante
todo tipo de medidas: subsidios a su producción, aranceles cuando han
podido, cuotas de importación, devaluaciones competitivas de sus
monedas... Según el Global TradeAlert elaborado por CreditSuisse, a la
llegada de Trump en Estados Unidos se mantenían 1.280 medidas proteccionistas en vigor y según un estudio reciente en los últimos cuatro años se han tomado 3.439 nuevas medidas de este tipo en todo el mundo ( Protectionism. Trade war reloaded).
También es cierto, por otro lado, que se han firmado un buen número de
acuerdos presentados como "de libre comercio" pero, en realidad, no lo
son. Unas veces, porque se basan en tratar igual a los desiguales y eso
simplemente protege el interés de los más fuertes. Y otras, porque lo
que buscan y consiguen no es promover abiertamente el comercio en
general y en igualdad de condiciones sino proteger a las grandes
compañías transnacionales (proporcionándoles mejores condiciones de
actuación, jurisdicciones privilegiadas, menos controles o menos
sujeción a obligaciones sociales o medioambientales…).
El país más proteccionista del mundo
Es imposible poner un solo ejemplo de una gran potencia que haya
llegado a serlo renunciando al proteccionismo e impulsando sincera y
efectivamente el libre comercio. Lo que siempre han hecho ha sido
protegerse a sí mismas y a sus grandes empresas y utilizar su poder para
obligar a que las economías más débiles abran sus fronteras. Y Estados
Unidos en concreto ha sido, con mucha diferencia, el país más
proteccionista del mundo de 1990 a 2013, según el mencionado informe de
CreditSuisse.
El planeta ha vivido en los últimos
decenios bajo un régimen comercial de proteccionismo de las grandes
potencias mutuamente consentido (y que, precisamente por ello, ha podido
desarrollarse en condiciones de suficiente equilibrio), en un contexto,
eso sí, de progresiva apertura comercial.
La novedad de las medidas de Trump no es, por tanto, que sean proteccionistas o contrarias al libre comercio sino que
se están llevando a cabo de modo explícito, sin disimulos, unilateral y
agresivo, pudiendo llevar consigo una auténtica guerra comercial.
La diferencia puede parecer demasiado sutil o incluso un simple juego de palabras, pero creo que no lo es.
Es cierto que el proteccionismo de las grandes potencias, que nunca ha
desaparecido, como acabo de señalar, representa siempre una cierta
agresión hacia las demás: el resto de los países no han dejado de
reclamar a China, por ejemplo, que deje de manipular su moneda para no
darle ventajas artificiales a sus exportaciones, y Europa y Estados
Unidos no han dejado nunca de tener controversias y conflictos
comerciales por sus diferentes formas de regular o incluso por sus
subvenciones o aranceles. Pero lo que está empezando a ocurrir ahora es
que las medidas de Estados Unidos no se dan en el anterior clima de
concesión mutua y de respeto al status quo, que es lo que diferencia un clima de competencia económica, más o menos agresiva pero aceptada, de una guerra comercial .
Cuando se produce una escalada de respuestas más o menos generalizadas a
la agresión inicial (como ocurrió en 1930 cuando Estados Unidos elevó
unilateral y rápidamente sus aranceles), cuando se desata la guerra, lo que viene inmediatamente después es una caída en cadena del comercio internacional con efectos depresivos ya ampliamente analizados en la historia económica.
Hoy día sabemos que las guerras comerciales casi nunca resuelven los
problemas que supuestamente trata de solventar el país que las desata
con sus medidas proteccionistas. En este caso, Trump no va a defender
los intereses de América y de los americanos en su conjunto ni va a
salvar a los sectores económicos que pretende proteger. Actualmente, las
empresas estadounidenses y en realidad todo su comercio internacional
forman parte de cadenas internacionales de valor, de modo que las
medidas proteccionistas de Trump sólo van a producir subidas de precios
que proporcionarán beneficios extraordinarios a unas pocas empresas pero
menos renta efectiva y menos ventas al conjunto de la economía (los
aranceles sobre las importaciones de acero o aluminio, por ejemplo, van a
perjudicar a las industrias del automóvil y la construcción). Tampoco
van a hacer más competitivos a los sectores a quienes se trata de
proteger porque éstos tienen problemas estructurales que no se curan
eliminando la competencia exterior.
Cuando la
protección no es mutuamente consentida, como ahora, se busca hacer daño
con ella. Y eso es lo que harán China o Europa apuntando a los intereses
y sectores que más empleo generan en Estados Unidos o incluso a los que
en mayor medida apoyan electoralmente a su presidente. Trump ni
siquiera conseguirá mejorar el balance exterior estadounidense porque
está estableciendo aranceles a productos que se utilizan como inputs
intermedios en su industria nacional: lo comido por lo servido. Estados Unidos se va a pegar un tiro en el pie.
La historia económica también nos ha enseñado que las guerras
comerciales suelen traer consigo problemas monetarios de toda índole y
crisis financieras, que las medidas agresivas que llevan consigo se
imponen rápidamente pero luego son más difíciles de eliminar y que no
suelen tener vencedores sino que pierden casi todos los que se ven
involucrados en ellas.
Pero si
hay algo especialmente preocupante de entre lo que nos enseña la
historia económica de las guerras comerciales es que, con mucha
frecuencia, terminan en conflictos armados y a veces generalizados.
No lo olvidemos, porque quién sabe si detrás de una estrategia
comercial de apariencia nacionalista y de factura económica tan torpe lo
que hay en realidad es una ofensiva de la poderosa industria
armamentística.
Aspirar a que exista un comercio
completamente libre es una excusa para proteger a los más fuertes y
creerse el discurso de quienes dicen que lo defienden es una ingenuidad
que se paga caro. Pero pensar que el proteccionismo a ultranza puede
resolver los problemas de las sociedades modernas es una simpleza quizá
peor. Se necesita un sistema mundial de acuerdos multilaterales basados
en la equidad y el equilibrio, en la protección de los más débiles, en
el uso sostenible de los recursos naturales y en la salvaguarda de los
intereses futuros de la humanidad. Todo lo contrario de lo que lleva a
la guerra que se avecina
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