sábado, 1 de marzo de 2025

A ver si nos aclaramos, querida sor Lucía...El amor divino, que es Jesús, manifestación humana de la Energía Infinita que nos hace posibles, no se lleva a nadie, porque eso sería matar. Su labor creadora es la resurrección constante en todos los sentidos. Jesús no se lleva a nadie, porque él ya vive en nosotros, aunque , en este mundo de locos no sea nada fácil descubrirlo con tantas prisas y tanto estrés. Jesús y Francisco, son un tandem, como sucede con todos los seres humanos, la diferencia, en este caso, es que la mayoría no se entera, pero Francisco sí. Ya debemos superar el religionismo que durante milenios le atribuye a la energía espiritual y "divina", unas tendencias terribles, como el poder de matar, sin tener en cuenta el estado ni la disposición de cada ser humano. Si religiones, como la católica, condenan el suicidio y el asesinato, no tiene sentido alguno que se le pida y se le adjudique a las divinidades, en este caso, a Jesús/ Dios, la responsabilidad de matar o dejar vivir a los seres humanos, sin respetar el ciclo de sus vidas. Entender así la vida integradora del Espíritu en la materia y viceversa, es tan idolátrico e inmaduro como creer que si Dios lo hace todo, ya no tenemos que hacer nada los seres humanos. Lo que es un gran error. No hemos nacido aquí para que Dios decida por nosotros, nos lleve y nos traiga como objetos de su colección creadora. Si eso fuese así, jamás seríamos capaces de pensar, ni de elegir, ni de decidir. Un ejemplo clarísimo: la tortura y la muerte de Jesús; fue su elección. Él sabía perfectamente lo que le esperaba cuando subió a Jerusalén para abrir las puertas de las conciencias humanas a la Conciencia Infinita del Ser. En la oración en el huerto de los olivos, quedó clarísima la situación.Y el Padre no intervino para disuadirle. Le respetó. El Amor Infinito nos respeta siempre porque nos Ama de verdad y nos ayuda a evolucionar y a trascender las viejas estructuras de la mente y de sus rituales, que en vez liberar atan. Y en vez darnos alas, nos encadenan. ¿Tiene algún sentido que al Amor Infinito que nos crea y nos sostiene constantemente, tengamos que decirle lo que tiene que hacer y por qué? ¿No debería ser eso mismo lo que la humanidad debe desarrollar, en vez de pedirle a Dios que haga lo que ella no hace, porque está convencida de que "eso es cosa de Dios"? Es como si los niños les pidieran a sus padres cada tarde que les hagan los deberes del cole y eso fuese lo "normal". Con esas rutinas habituales no podemos crecer ni evolucionar, como dejó bien claro Pierre Teilhard de Chardin, ese gran precursor de lo que la Iglesia Católica de su tiempo se negó a descubrir y a comprender. A lo mejor, querida Sor Lucía, le ayuda leer tranquilamente "El fenómeno humano", "El medio divino" y otras obras fundamentales del autor para ayudar al cambio de conciencia en la humanidad, cada día más urgente. Nunca Teilhard fue un hereje, siempre fue un profeta. La vida y la historia le están dando la razón desde hace muchos años...Trabajando en esa onda, es seguro que el Planeta nunca habría llegado a seguir haciendo de la guerra su totem/banderín de enganche, como en Ucrania, en Gaza, en el Congo y donde quiera que haya intereses, poderes y dineros por medio... El Amor Infinito nunca nos rapta ni nos mangonea, como hacían los viejos dioses de las mitologías milenarias, y totalmente lo que hace eso que se identifica con el "amor humano"(¡?) No somos entidades manipulables "por dios", porque eso sería adorar a un ídolo. Somos notas de su partitura interminable, versos de su poema constante, pasos de su danza cósmica, uvas de su viñedo, palabras de su idioma infinito, gajos de su naranja, espigas de su trigal, hojas, flores y frutos de su árbol inagotable, hilos de su telar y puntos de su tejido, ladrillos y materiales de su divina y humana construcción, en la que, milagrosamente, también somos albañiles y arquitectos al mismo tiempo...Nada ni nadie se llevará a Francisco, mientras el no decida marcharse. Así es "la voluntad de Dios". Amor, ternura, luz y respeto son divinamente inseparables. Amén y aleluya!

 

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