miércoles, 29 de septiembre de 2021

En los retos que debe asumir la humanidad, las ultraderechas e incluso las derechas pastacéntricas no solo ya no son útiles, son la antítesis de la sociedad que el Planeta necesita cada vez con más urgencia. Los tiempos del abuso impune, del narcisismo sistémico, de la mentira y la máscara institucionalizada como sistem in failure, del "estar en política para forrarse" y manipular a lo bestia, están en un vertiginoso proceso exponencial de autodestrucción irreversible e insostenible. Intentar rentabilizar constantemente la mierda como único recurso,es lo que tiene: un búmerang que acaba por despertar la conciencia personal y colectiva. Es lógica la desesperación con que los filibusteros de siempre intentan hacerse ominpotentes a cualquier precio, porque ese ppoder es su única razón para existir. Pero cuando la razón carece de alma y, por ello, de conciencia, tiene los dìas contados en el actual estado planetario, y no porque nadie la amenace materialmente, sino porque ella misma se bloquea y se deshace, al no tener sentido en la realidad cotidiana del a humanidad. La razón deja de ser razonable cuando se deshumaniza y en vez de vida, crea devastación, miseria contaminadora y enfermedad biológica y social, así pierde el propio sentido para existir. De Ser, ni hablamos. Sus acciones desportilladas producen efectos demoledores en la sociedad, que ya no es la misma de otros tiempos, eso desautoriza y deja en ridículo y fuera de lugar a sus mentores y voxceros constantemente , y no porque nadie lo haga aposta, son los propios efectos de actos y decisiones contra natura social, psicoemocional y cultural, que en el siglo XXI ya no tienen sentido en esta aldea global donde nada está oculto y donde ellos, los saqueadores sin escrúpulos, para más inri, se exhiben sin parar, eso les valió y envalentonó a principios del siglo XX, pero a día de hoy es la rúbrica de fracaso absoluto. Obras sanas y acertadas son sentimentos y acciones, no solo egópatas y patológicas 'razones'. Hemos llegado a un punto evolutivo irreversible donde no hay más remedio que dar un salto cualitativo de conciencia para que lo cuantitativo funcione en otra dirección ya tan inevitable y urgente como el bien común, y que así la vida material sea posible para tod@s o no lo será para nadie. Ya no es la ideología lo que funciona como mando a distancia, es la praxis de la ética concreta en el día a día renovable y sostenible, de la fraternidad universal y de la justicia natural que la acompaña inevitablemente. La energía del espíritu que somos colectivamente es la única posibilidad de supervivencia individual que nos queda. "Dios" no era la escapatoria extraterrestre y en las nubes, que nos contaron las derechonas imperiales durante siglos, "Dios" -en realidad ningún nombre lo puede definir, sino es el concepto experimentado psicoemocional y práctico del Amor y su lucidez compasiva y diversa en la unidad- es el único presente y futuro que vive y se expresa en la humanidad mientras evoluciona en tiempos y espacios. O sea, el despertar para vivir de verdad. No la feria de dimes y diretes para mangonear y explotar mejor al prójimo, en la que se han fundamentado durante centurias y milenios los poderes de lo más deshumano, inmaduro voluntario, o sea, imbécil que se pueda imaginar. Ya es hora de que la caducidad haga su función. Y eso lo conseguirá, sin duda, la bifurcación sistémica de una conciencia universal, convertida en nueva vida creciente y nuevos horizontes compartidos 'en amor y compaña', como se decía en La Mancha cuando yo era pequeña. O eso, o fenecer ahogados en la mierda...Por fortuna, ya en la Tierra hay una masa crítica consciente con más tendencia natural a la normalidad y al bien común, que imbecilidad egópata y destroyer. Y ese fenómeno ya es contagioso e imparable.

 

Dominio público

¿Y si Vox ya no es útil?

Hace unos meses traté de resumir en Público la complejidad de las estructuras de la ultraderecha en España, que ni son solo Vox y parte del PP, ni vienen todas del pasado franquista y nacionalcatólico de España, ni tuvieron en la victoria de Donald Trump su único logro internacional, aunque todo esto sea importante. En el artículo Se busca líder para la ultraderecha, trataba de resumir la complejidad y lo retorcido de un proyecto que tiene como objetivo la destrucción de las democracias y el control de la ciudadanía, y como herramienta básica, la mentira.

Se me ha venido este texto a la cabeza al seguir estos días la batalla campal que libra la extrema derecha en las redes sociales y algunos medios de su misma naturaleza. En teoría, la división la han provocado las vacunas contra la covid entre negacionistas de la ciencia y quienes reivindican su utilidad, y hasta necesidad, para acabar con la pandemia. En medio del fuego cruzado han pillado a Vox, muchos de cuyos representantes públicos -sabedores de que el negacionismo campa en sus papeletas- se niegan a informar sobre si se han puesto la vacuna anticovid o no.

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Lo mejor de todo este pifostio, cuyos argumentos en redes sociales no tienen desperdicio, es que unos y otras blanden la bandera de la libertad como argumento: el que se vacuna lo hace en libertad; el que no se vacuna, porque es libre de hacerlo, y el que no dice si se vacuna o no, porque su libertad le permite callarse, lo mismo que la del que lo grita a los cuatro vientos. Nadie apela al derecho del resto de ciudadanos/as a no ser contagiados, es decir, a su salud, cuya existencia es la que nos garantiza la libertad real, no el libertinaje. Ya saben, aquello tan manido de que la libertad de una termina donde empieza la del otro. Creo recordar que con esto de las vacunas -cuyo negacionismo es un movimiento muy minoritario en España en comparación, por ejemplo, con EE.UU.-, es la primera vez que asistimos a un acobardamiento en toda regla de Vox, con sus medios de difusión divididos y su soldadesca virtual a leches en Twitter.

Cuando escribí el texto al que me refería al principio, Isabel Díaz Ayuso no llevaba ni un año en la Presidencia de la Comunidad de Madrid, no había ganado las elecciones, gobernaba gracias a los pactos con Ciudadanos y Vox y lidiaba con un vicepresidente de Cs empoderado, Ignacio Aguado, con quien mantenía una relación complicada, por decirlo de manera suave. La ultraderecha, su verdadero poder, buscaba en 2020 un líder -o lideresa- que le proporcionara lo que ni Santiago Abascal ni Pablo Casado podían darle, decían: poder institucional, mucho poder institucional y territorial, justo donde más y mejor calan sus ideas fascistas neoliberales. ¿Se les ocurre un lugar mejor que la Comunidad de Madrid, con los organismos de las administraciones nacional, autonómica y locales juntos? ¿Con su monarquía y Jefatura del Estado, sus más altos tribunales y sus ventajas económicas y financieras por ser ese núcleo institucional y de infraestructuras? Sí, parece que la extrema derecha empieza su reconquista ahora, pero por el centro, no por el sur. Vox se ha quedado pequeño.

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