Macron se ha ido a la Casa Blanca
a ver cómo puede contener a la bestia. El objetivo del presidente
francés es trasladar a Trump la necesidad de que cuente con los países
europeos en las negociaciones con Rusia sobre Ucrania. Que no puede ir
por libre. Ha habido buenas caras y sonrisas en general, pero también
alguna pulla en la que cada uno queda como lo que es: uno, un calculín
de la geopolítica; el otro, el cuñado que se ríe de él mientras pide
otra ronda.
De
hecho, Trump ha aprovechado la presencia de Macron para decir que
pronto se verá personalmente con Putin, quizá en Moscú. Para que nadie
dude de que su sintonía con el Kremlin es tan sorprendente como sólida.
De hecho, EEUU y Rusia votaron juntos ayer en Naciones Unidas una
resolución sobre Ucrania. Es lo que hay.
Como
sabe que nadie se puede enfadar del todo con él, porque EEUU es EEUU,
Trump mantiene a todos bailando a su ritmo. Pronto será el propio
Zelenski el que quizá visite la Casa Blanca, pero no para negociar con
Rusia el futuro, sino “a firmar”, ha dicho Trump. A firmar un acuerdo
para darle a las empresas norteamericanas acceso privilegiado a tierras raras, los recursos naturales necesarios para la industria tecnológica norteamericana que abundan en Ucrania
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