domingo, 20 de junio de 2021

El búmeran

 Luz de Amor: Dios es Luz

 

Está lloviendo barro. 

Un barro color sepia y despiadado, 

recurrente,

esparcido entre el suelo, los coches, 

los cristales, las ventanas 

y los contenedores de basura,

por los escaparates, los tejados 

y antenas colectivas

las farolas ya en estado de shock 

por tanta opacidad encenagada

sin poder distinguir 

el día que no acaba de encenderse

de la noche dudosa 

que ya no atina a ser del todo oscura,

inmerso el horizonte en un barro imprevisto,

refugiado y migrante 

que chorrea borbotones y se pega

al próximo solsticio de verano

sin pedirle permiso 

a las autoridades competentes

ni tener los papeles en regla

como mandan las leyes y el buen juicio.

 

Un barro que nos llega del desierto

como un escupitajo planetario, 

masivo al por mayor

-insiste sin parar la meteorología

tan experta en dar definiciones

contundentes-

de un Sahara agotado por el llanto

de los niños perdidos

secuestrados entre Ceuta y Melilla,

de las mujeres solas 

y los hombres al pairo 

entre dos monarquías desnortadas 

a ambos lados de la misma concertina,

compitiendo en las aguas del Estrecho

a ver cuál es más lista, más cínica,

más cult 

y saca más tajada del cotarro.

 

¿Cómo no llorará la tierra golpeada

por cada asesinato de mujeres y niñas,

por cada desgarrón de los derechos

y de la dignidad en la familia humana?

Las lágrimas de tanto sufrimiento

planetario

ya son un océano en plena migración

que ahora en forma de lluvia

y unido a las arenas solitarias 

convertidas en nubes y borrascas

de tantas injusticias, olvidos y abandonos,

nos llueve lodo encima 

sin tregua ni medida sobre este mapa antiguo

y agotado, que se va deshaciendo 

de cortijo en cortijo

al paso del cacique que más tenga

y más pueda,

entre los tribunales tan amigos

siempre tan comprensivos y eficaces

y el huevo de Colón por las esquinas

 animadas por toros y muletas,

zarzuelas y entremeses,

un país de países divertidos

de taberna en terraza, de mascarilla en virus, 

del ERTE al hospital y de la depresión

al botellón,

del spa para ricos a las mesas de juego vacunado

para pobres adictos a las casas de apuestas,

contra toda razón en equilibrio

pasando por la tele que ahora es

casino provinciano a domicilio. 


El barro que nos llueve no es solo coincidencia

ni capricho de danas y borrascas,

es cosecha directa de aquello que se siembra,

se cultiva y se merece. 

Si se esparce basura en los estados,

las cloacas dictan leyes, la verdad se persigue

y se amordaza, el funcionario honesto

se castiga, se premian la indecencia

y sus silencios

con los cargos más altos, 

se premian la mentira y la calumnia

como estrategias sanas y "normales",

el abuso amoral, el lucro corrompido,

la injusticia y la lacra de la desigualdad,

el odio, la violencia y la venganza

se revisten de ley y de jurado,

se escapan los monarcas

a la Isla del Tesoro

con el botín completo 

de todo lo robado y evadido

cobrado por vender el patrimonio

del estado

al país que mejor pague las comisiones,

y en el caso español,

al monarca gestor del gatuperio,

y no se pone freno ni remedio  a la inmundicia, 

se está rompiendo todo en mil pedazos,

hasta el clima. No hay efectos sin causa

ni causas sin efectos.

 

Que la Naturaleza forma parte de nosotrxs

y nosotrxs de ella.  Que la vida en el Cosmos

es una realidad indivisible

que nunca se destruye, 

aunque aparentemente "se muera"

y se transforme 

solo como materia,

la muerte no es el fin de lo infinito

sino solo la pausa necesaria 

entre tiempo y espacio 

para que lo perverso y lo más tonto 

se recicle y vuelva a tener vida 

en planos más despiertos de energía 

siempre que descubramos la conciencia

y con ella el amor que nunca juzga

ni premia ni condena, amor 

es la energía incombustible 

que nos hace vivir y nos integra

que nos hace posibles y felices,

completos como luz en las estrellas

y música en los átomos del viento,

que nos hace silencios y palabra,

compasión que revela los misterios

e inocencia de sabios que se asombran

por la gota de agua, la chispa singular

de cada instante,

la mirada de un niño cuando nace, 

por la flor del camino interminable,

por la sonrisa limpia 

del que ayuda y comparte,

por respirar espíritu y verdad,

o por mirar el cielo simplemente.

Y dar gracias, así, por todo eso. 

Por nuestra herencia eterna

y nuestro verdadero capital,

del que formamos parte,

que para colmo aumenta

cuanto menos se aferra y se acapara,

cuanto más se reparte y más se da.


Está lloviendo barro. 

Durante la pandemia

lo ha hecho sin descanso.

Y ese barro es ahora 

mensaje del encuentro

que aun no ha sucedido. 

Que nada nos distraiga de este empeño.

Traduzcamos el roce del sentido.

Despertemos por fin. 

Y apliquemos el cuento.


 

 


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