viernes, 21 de septiembre de 2018


Libertad de expresión

Celebro, con la cabeza y con el corazón, la sentencia que reduce a seis meses de cárcel una pena que, en mi opinión, no debería haberles impuesto ni un solo segundo de reclusión




Existen muchas frases célebres sobre la libertad de expresión, pero ninguna tan feliz como la de Voltaire: "no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo". Vivimos en una coyuntura óptima para examinar su vigencia. No hace falta que yo les diga a ustedes, que me escuchan todos los viernes, que mis opiniones no se parecen a las que se vierten en las letras que han llevado a los raperos de la Insurgencia al banquillo de la Audiencia Nacional. Sin embargo celebro, con la cabeza y con el corazón, la sentencia que reduce a seis meses de cárcel una pena que, en mi opinión, no debería haberles impuesto ni un solo segundo de reclusión. Ustedes pensarán que posicionarme en este asunto ha sido fácil para mí, pero algunas opiniones recientemente publicadas en un diario nacional, en concreto los artículos que Sánchez Dragó y Arcadi Espada han firmado en El Mundo, me han servido para comprobar hasta qué punto puedo amparar el derecho a sostener opiniones vergonzosas, manipulaciones groseras y expresiones vinculadas a la tradición política y cultural que más detesto en la historia de nuestro país. Otro asunto es la facilidad con la que el decoro ético y la elegancia verbal, que hasta ahora habían respetado todas las empresas de comunicación, han saltado por los aires desde que la derecha ha perdido el poder. En resumen, no es de extrañar que ciertos líderes de opinión sean enemigos de la memoria histórica. Para comprender por qué camino llegamos los españoles al 18 de julio de 1936, nada es más iluminador que leerlos.

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