miércoles, 22 de julio de 2015

¿Cómo vivir en un mundo tóxico sin intoxicarse uno mismo?

           


                       
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La entrevista al profesor Bruce Lipton, que acabo de colgar a continuación de esta reseña, da respuestas claras a la pregunta que encabeza este post. Sí, se puede vivir en un entorno tóxico sin entrar al trapo en esa toxicidad. De hecho eso lo sabe la humanidad más consciente, desde siempre. Pero cada vez que lo ha intentado manifestar y compartir se ha visto marginada, bloqueada, atacada y silenciada por el miedo de quienes dominan el mundo tóxico y sí, están intoxicados por el peor de los venenos: el del ego y sus terrores a perder el poder material y a quedarse sin recursos, no tanto para sobrevivir como para acumular todo lo que desean y que ese poder les permita someter y aplastar a los demás sin que nadie lo impida. No saben que ese mismo afán y ese miedo son el síntoma de su estado. Al llegar a él, cargados de dinero y recursos, y viendo la limitación que tiene ese círculo, se han empeñado en conseguir poderes "mágicos" buscando fórmulas y ritos y aplicándoles tecnología de satélites y drones  y expansión mediática en la imagen, la palabra repetitiva en mensajes cortos o en relatos terroríficos, violentos y destructivos, en las canciones acompañadas de mensajes subliminales y sonidos perfectamente estudiados para que impregnen el inconsciente colectivo y así  conseguir lo que la mente y el descontrol de pensamientos y emociones no les permite alcanzar: influir y dominar multitudes para ponerlas a disposición de sus deseos, porque pertenecen a un rango primitivo de evolución del que no podrán salir, paradójicamente, mientras permanezcan en el plano del autoengaño que es la ambición de dominar y de ser protagonistas y controladores de todo lo que existe. Un modo de locura que se representa muy bien en el lado enfermo de "El Loco" del Tarot.
Pueden hacer mucho daño en el medio ambiente, en los cuerpos físico y psíquico y en las relaciones humanas, pero nunca pueden dominar el espíritu porque no alcanzan a compartir su esencia, su densidad y oscuridad se lo impide, porque la vibración cuántica del espíritu es incompatible con el miedo, con la posesión, con el sometimiento, con la crueldad, la venganza, el odio, la obsesión, las adicciones, la falta de ética y de compasión verdadera como la hicieron patente seres de la categoría de Buda, Jesús, Gandhi, Sócrates, Kant o Mikao Usui y tantos y tantos chamanes desconocidos y anónimos, como relata el Don Juan Matus de Castaneda o Don Rodolfo Flores, al que tuve el privilegio de conocer en persona. 

En un mundo tóxico la normalidad es vivir intoxicados y creer que eso es la salud. La salud, al contrario de lo que vende la medicina al uso y la farmacopea que la acompaña, no es vegetar en un estado inocuo donde no hay riesgos que afrontar porque hay vacunas que insensibilizan y fármacos que mitigan las sintomatologías, pero como no pueden curar el alma ni ayudar a dominar el ego, sus desequilibrios y sus locuras expansionistas y miedosas, son incapaces de impedir la enfermedad, a la vista está que el fármaco que se toma para quitar un síntoma, provoca males de mayor cuantía como efectos secundarios, precisamente porque los remedios son tóxicos y no pueden hacer milagros, sino impedirlos.
Los aprendices de brujo de este mundo lo solucionan todo acumulando dinero y técnicas de control mental aplicadas en plan radiónico, con máquinas cibernéticas que trabajan a distancia y pueden provocar por concentración de ondas alteraciones en las mentes, en el clima, en el magma terrestre, en los movimientos telúricos y en el equilibrio emocional de mucha gente, mediante programaciones científicas pero amorales, que pasan y extienden por amplios circuitos donde trabajan juntos las ondas electromagnéticas y el psiquismo que "ataca" provocando verdaderas epidemias de desequilibrios tanto mentales como físicos, económicos y hasta bélicos. Hay muchos casos en los que personas aparentemente normales sufren alteraciones mentales y emotivas sin venir a cuento que pueden provocar asesinatos en masa con suicidio del criminal, pánicos que hunden bolsas, que hacen caer gobiernos o arruinar empresas o extienden por histeria colectiva una epidemia que ni siquiera existe...Para ello se sirven de los medios de comunicación, de modo que éstos comuniquen lo que interesa con la intensidad necesaria para crear un estado de saturación de miedo, hipersensible, de irritación o de sumisión, según sea el objetivo. Y así van hundiendo el mismo organismo colectivo del que forman parte, pero al que creen dominar estando protegidos por sus poderes que solo obtienen gracias al dinero. Sin él se verían a sí mismos como son y están en realidad: frágiles, miedosos, indefensos y vulnerables a la menor contrariedad que los pone histéricos y sin capacidad alguna para el autodominio, que es el único poder que no pueden conseguir; la soberbia, la vanidad y la crueldad se lo impide. No es la prepotencia la que nos salva de nosotros mismos, sino la honestidad y la humildad capaz de reconocer nuestra verdad, nuestra carencia, nuestra interdependencia para lograr el bien común, que es la única medicina que nos puede sanar e inmunizar de verdad y con consistencia.
El bien común comienza en un estado individual de conciencia agradecida, capaz de valorar el don de la vida en TODOS los seres, en experimentar hacia ellos una fraternidad, no porque sean iguales, idénticos o afines, no porque haya que hacer méritos para ganar un "cielo" y evitar un "infierno", ni porque una ley obligue bajo la amenaza de un castigo, sino porque es lo justo para vivir en armonía, y son diversos y están en el plano que deben aprender a trabajarse, con la determinación de no odiar ni maltratar a ningún ser vivo, y, especialmente a los semejantes, en la capacidad para decir la verdad de lo que ven, de lo que hay, para denunciar sin miedo y con limpieza de alma las injusticias, pero sin vengarse de los injustos, sólo con la intención de cambiar las cosas a mejor, no con la de destruir a los que las hacen mal.
El bien común nunca puede fructificar en la oscuridad de las intrigas, de los rencores, de las fijaciones, de las zancadillas, de la envidia y los celos, de los miedos absurdos ante lo que se desconoce o se teme sin fundamento alguno, o ante lo que se quiere poseer y se envidia sin comprender que uno tiene todas las posibilidades de alcanzar lo mejor si se lo propone, con métodos creativos, inteligentes y que beneficien a los demás como a uno mismo, y que lo mejor para él no tiene por qué ser lo mejor que consiguen otros, sino ese empeño con que cada uno viene a este mundo a emplear su vida, pero si se empeña en conseguir lo peor para otros, también conseguirá ser él mismo su primera víctima, en descontento, en ambición y avidez insaciable que nada puede calmar, en confusión, en falta de comprensión y visión global y parcial de la realidad,  en infelicidad, en desequilibrios mentales y emocionales que pueden enfermarle somatizando el mal que piensan y desean para otros, aunque finjan lo contrario en público. Como viven en la vieja Ley del Talión, decaen, se degradan y mueren por el mismo hierro con que intentan matar y, a veces, matan inocentes cuya sangre clama justicia en el Cosmos y en sus leyes implacables, matemáticas, en ese plano donde los infractores se manejan, pero benévolas y misericordiosas en los planos donde hay misericordia y compasión. Lo afín va a lo afín en el plano del espíritu que está completo, pero no es así en el plano de las emociones y los pensamientos que son incompletos y necesitan constantemente el test del contrario para confirmarse y asumirse en su incompletez.

Mientras no evolucionamos estamos atados a esa experiencia. Al titubeo desasosegado, al miedo a morir tanto como a vivir.  Miedo al error, al ridículo, al fracaso, a la opinión de los demás, a la pobreza, a la insignificancia, a no ser nadie, a no protagonizar nada, porque en realidad como no se protagoniza la propia vida con el brillo deseado, no se sienten vivos si no dominan las circunstancias en la vida de los otros, para eso desean dinero, fama, poder...es una especie de vampirismo que a la vez que malnutre, frustra la autoestima y hace perder el precioso tesoro del tiempo en la inutilidad del control de personas y circunstancias y el engaño. Y digo inutilidad, porque todos, en el fondo, saben su verdad, la verdad de lo que no son por más que se empeñen por el camino que no lleva a lo que buscan, sino a lo contrario.

Es una pena, pero al parecer, este estado de miseria es lo que los humanos hemos conseguido como modelo de sociedad. Los resultados son lo que hombres y mujeres en mayoría teledirigida decidimos a cada instante: automatismo robótico, satisfacción instantánea, alternancia entre euforia y depresión, según sean los resultados de lo que piensa, se desea, se dice y se hace, velocidad en lo insignificante y retrasos milenarios en lo fundamental, prisa para ganarlo todo y lentitud de tortuga para crecer como Adultos capaces de gestionar dignamente este rincón maravilloso del Universo.

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