miércoles, 10 de agosto de 2011

Repensarnos para repensar la sociedad

El desconcierto y el miedo. Dos esfinges sin alma, que en estos tiempos se están enseñoreando de los medios. A su insistente convocatoria, las noticias y los comentarios llueven a mares ofreciendo im-posibles salidas dignas y buenas para todos. Sin embargo casi todas esas propuestas carecen de capacidad de acción curativa para un sistema ya necrosado. Muerto. No es posible que lo muerto se reanime. Mortus est qui non respirat. Y esto no puede respirar, porque ha consumido el aire sano que le quedaba mezclado con el hedor del hambre, el abandono y la muerte. Es la imagen de un Macondo agonizante, donde se muere de basura autogenerada, de odio racial y xenófobo, de locura neocon incendiaria y represora. De vacaciones en el mar de los barcos piratas y concubinatos repugnantes entre los servidores públicos y el gangsterismo corrupto. El sistema ha muerto por apnea y autotoxicidad, envuelto en una global bolsa de plástico. Se ha asfixiado a sí mismo. Y no es una verdadera tragedia. Sino el comienzo de la liberación de ese estado trágico, de eterna agonía monitorizada, que arrastramos y nos arrastra sin conocer muy bien qué fue antes sí el huevo de la autocomplacencia sumisa e irresponsable o la gallina banco-política que lo puso en el nido de las falsas necesidades, de los sueños del bienestar de purpurina camuflada de oro. De felicidad reversible envuelta en plástico.

No se puede ya "reconstruir" con las mismas piedras egocéntricas o etnocéntricas, gastadas y cuarteadas, con los escombros de yeso fragmentados, con el pvc de la contaminación y la silicona de las chapuzas que intentan taponar el agujero negro de la nada. Hay que desescombrar. Limpiar. Despejar. Elegir lo que puede servirnos en la experiencia y sobre todo, volver a repensarnos. Como personas. Como seres humanos. Como ciudadanos de la comunidad de vecinos, de la calle, del barrio, de la ciudad y del mundo. Porque ahora el mundo se ha convertido en la ciudad de todos.

Hay un nuevo empuje de la medicina que está revolucionando el concepto de curación. Se llama medicina ortomolecular. Y cura por medio de poner "derechas", de reeducar, nuestras moléculas por medio de la alimentación, la higiene y la fitoterapia. No necesita operaciones traumáticas ni agresiones químicas ni radiológicas en los tratamientos. Simplemente recoloca la vibración molecular. La armoniza por medio de un cambio personal que supone la aceptación de nuevos métodos, la no resistencia del apego a lo viejo y el entusiasmo de aceptar la esperanza colaboradora de lo nuevo. Esa medicina es la metáfora perfecta del cambio social del sistema. El sistema no somos nosotros, es nuestra obra, como nuestra salud lo es. Y cuando nuestra salud falla, procuramos cambiar el sistema habitual de vida y costumbres, nos liberamos de aquello que nos enferma. Si queremos sanar no podemos seguir fumando y haciendo el aire irrespirable para los demás. No podemos seguir ingiriendo tóxicos ni machacando el hígado con borracheras y excesos de fin de semana, ni esnifando o tomando drogas blandas o duras, porque en realidad no hay ninguna droga blanda. Lo único blando es nuestra falta de voluntad y de valor para salir de la autodestrucción y dar pasos hacia la vida real. No podemos sanarnos desde la ira, la agresividad incontrolada, el rencor, los juicios constantes y las comparaciones de la envidia, de las palabras duras y violentas de nuestro ego intolerante y garrulo, que se enfurece y la emprende contra todo lo que escapa a sus pobres y dogmáticas entendederas. No podemos vivir por más tiempo ensamblados en esta cadena de montajes mediáticos y manipuladores, ni tampoco muertos de miedo por el futuro que no podrá llegar nunca a nada mejor de lo que estamos sembrando en el presente. Hay que repensarse para poder reconstruir la vida en un registro más humano. Más alto y más libre y no encadenado a esa falsa libertad que "da" el coche último modelo o el teléfono móvil de última generación, a cambio de tu esclavitud. De pasarte la vida hipotecado por las facturas y las letras que mantienen puestos de trabajo que conducen al destrozo del medioambiente. A una carrera enloquecida hacia la destrucción de la tierra que te sostiene, del aire que respiras, del agua que bebes y riega los cultivos y lava tu cuerpo, pero además agua que desperdicias en campos de golf o en piscinas al lado del mar.
Hay que repensar nuestro modo de disfrutar. Por ejemplo, si quieres una piscina, llénala con agua de lluvia y aprende a purificar el agua para que te dure. Hazte un algibe en el jardín o en el huerto y recoge la lluvia, así podrás regar y tener agua para el uso doméstico y ahorrarás agua de la red del municipio y dinero de tu bolsillo. Puedes ahorrar en gasolina y caminar más o usar la bici y si dejas de fumar y te sanas de tus enfermedades iatrogénicas, es decir, enfermedades producidas por los tratamientos agresivos de los médicos del sistema y los fármacos de los laboratorios, y si además te planteas unas vacaciones culturales y sanas en tu ciudad y apovechar la ropa del año pasado que aún está nueva, te podrás costear una par de placas solares que te darán electricidad gratis el resto de tu vida. ¿Vacaciones alternativas? Claro que sí. Hay parques y jardines, bosques, playas o ríos, barrios preciosos, paisajes naturales cerca de ti que ni siquiera conoces y al los que puedes acercarte por tres o cuatro euros, en tren. Museos con días de visita gratis. Monumentos históricos que los turistas visitan y tú ves cada día pero cuya historia desconoces. Bibliotecas públicas para explorar y leer al fresco. Cine al aire libre por tres euros, en la filmoteca. Paseos nocturnos por las plazas de la ciudad...o saliendo con los amigos y vecinos a charlar sentados en el parque, plaza o acera de tu casa si te es más fácil. Lectura, música, y el gozo de poder estar en medio de tanta oferta sin tener que ser esclavo del stablishment. De "conseguir" un dudoso bienestar que tú no has elegido, sino que te es impuesto para que le consagres tu energía, tu salud, tu tiempo, tu libertad y el fruto de tu trabajo. Tu dignidad de ser humano libre y autodeterminado.

Esta aventura individual de repensarse hace posible la otra aventura colectiva de repensar la sociedad entre todos para hacerla mucho más humana, bella, sencilla y feliz.

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