sábado, 20 de agosto de 2011

Los discípulos acudían cada mañana a la sala de la plegaria desde hacía dos años, aunque el maestro, extrañamente, no se dejaba ver como era su costumbre. Al principio algunos se quejaron de la falta de responsabilidad y delicadeza del hombre sabio que les había guiado con tanto empeño y cuidado a lo largo del tiempo de su enseñanza. Pero pronto se resignaron sólo a escuchar su voz en el piso de arriba, a donde seguramente estaba dedicado a sus meditaciones y prácticas que no deberían ser interrumpidas y tal vez ellos, los alumnos deberían tomarse este desapego como una seria e importante lección para desprenderse del ego impaciente y tan dado a aferrar los signos materiales del mundo intangible. Seguramente, aquello era un dura prueba para acrisolar firmemente la voluntad y la obediencia.

Así que llegaban y con gran unción cada uno ocupaba su lugar, en silencio y con los ojos cerrados respiraban expectantes, hasta el momento en que la voz del gran sabio volvía a repetir el mismo mantra cada día. "No es lo mismo San José de la montaña, que Pepito el alpinista". Después el silencio por unos instantes y luego la repetición. Los primeros días estuvieron muy confusos. No sabían como interpretar las palabras del maestro. Pero pronto fueron comprendiendo que tal vez aquella frase aparentemente sin sentido era una clave secreta de gran poder iluminativo. Y se dedicaron fielmente a dejarse empapar por el sentido secreto e iluminador, que de momento no veían, pero que con la fe y la determinación, llegaría a transformar sus vidas. Y así habían transcurrido tres años de práctica. Vivían en paz repitiendo el rito y desarrollando paciencia, humildad y aceptación. Cambiaban con pulcritud sus hábitos menos agradables y se abrían a un modo nuevo de vivir.
Por fin una mañana llegaron a la sala de meditar, iniciaron su trabajo interior, pero no escucharon la voz del maestro. Continuaron en silencio pensando que aquello era otra prueba y lo aceptaron sin preocuparse. Permanecieron en esa actitud hasta que de pronto escucharon junto a ellos la querida voz. ¡El maestro estaba allí en medio de ellos, había regresado de su aislamiento! Y abrieron los ojos al unísono. Se quedaron de piedra. En medio de la habitación había una jaula y dentro una cacatúa con su brillantes plumas blancas y negras que los miraba fijamente mientras repetía un mantra con la mismísima voz del querido y añorado maestro. "No es lo mismo San José de la Montaña que Pepito el alpinista" El animal había aprendido a imitar la voz de su amo, con tal exactitud que nadie hubiese sospechado ni por un instante que no fuese el maestro mismo quien repetía la misma frase.
Curiosamente los discípulos no dijeron nada. Sólo sonreían dulcemente y se miraban con ternura y complicidad unos a otros.
Pasados unos quince minutos, el maestro entró en el cuarto partido de risa. "Pero , a qué esperáis, idiotas, para sacar vuestra ira y enfadaros conmigo por esta broma de pésimo gusto?"- les dijo mientras lagrimeba en plena carcajada.

Ellos le miraron con la misma dulzura con que se miraban entre ellos mientras se levantaban. Y haciéndole una reverencia respetuosa fueron saliendo al jardín en dirección a la calle. El maestro no entendía aquella reacción tan poco natural. Les había tomado el pelo durante tres años, se había ido de viaje a Londres, a Berlín y a Oklahoma dejando a la cacatúa parlanchina en su lugar repitiendo estúpidamente una idiotez, y aquellos pobres idiotas se habían creído que era él. Había previsto gastarles aquella broma para despedirse de ellos definitivamente, porque ya se había cansado de ir de guru pobre y quería liberarse de aquel rol y de aquellos imbéciles que no le reportaban ningún beneficio. Mientras en su largo viaje había dado conferencias y cursos de yoga y espiritualidad, que le habían pagado estupendamente. Había conocido personas de muchísma fama y poder. Hasta en la Casa Blanca había sido recibido por el Presidente. Y aquellos mentecatos, allí. Meditando con una cacatúa. Qué absurdo. Y siguió riendo y pensando en escribir un libro sobre la estupidez humana.
Tras un tiempo de visitas y charlas en las emisoras de la región, entrevistas y coloquios contando su aventura internacional y el ridículo de sus torpes discípulos como anécdota graciosa, el maestro derrapó con su coche por una carretera de montaña y murió mientras llegaba una ambulancia a recogerle.
Nada más expirar se encontró en medio de una luz relajante y maravillosa. Y empezó a ver los rostros de los discípulos burlados. "¿Pero qué haceis aquí, es que os habeis muerto conmigo?", "No maestro, hemos venido para ayudarte a volver a la vida. Todavía debes aprender algunas cosas antes de irte, por eso nos han encargado que te curemos con el mismo amor que tus palabras desarrollaron en nosotros durante tu ausencia." Y con una sonrisa le soplaron en el corazón y en el cerebro para devolverla vida, mientras le decían cómicamente: "No es lo mismo San José de la Montaña que Pepito el alpinista, ¿verdad?".

Y el amaestro comprendió. Y dejó de permitir que nadie volviese a llamarle maestro para el resto de su vida. Y pidió, llorando amargamente, a sus antiguos discípulos que le perdonasen. Ellos le contestaron que no tenían nada que perdonarle y sí, mucho que agradecerle y que por esa gratitud habían ido a socorrerle en su accidente mortal. "Pero si os humillé y os abandoné, cómo es posible que ahora seais tan nobles conmigo?". "Porque gracias a la espléndida experiencia que nos proporcionaste, somos felices, sanos y agradecidos. Por eso te bendecimos".
Y el antiguo maestro nunca más necesitó salir de viaje para ser glorificado, liberarse de las rutinas ni ganar mucho dinero. Aprendió a ser de verdad un ser humano y eso le proporcionó tal felicidad que todo lo que necesitaba aparecía en su vida antes de que él se diese cuenta de que tenía que conseguirlo. Se convirtió en salud y en prosperidad para todos. Y supo que la gratitud y la aceptación son dos compañeras imprescindibles para vivir feliz.

Swami Yogasakti Namasté ( "Volver, no es sólo el título de un tango")

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