El colapso del caos de la Contra-Ilustración
Los bulos podrían autodestruirse al colisionar entre sí y el agujero negro de la desinformación acabaría por engullirse a sí mismo.
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Kant nos propuso hacer una historia filosófica con ánimo prospectivo. Su filosofía de la historia intentaba desentrañar un hilo conductor que nos mantuviese animosos ante las catástrofes y los avatares más tormentosos del devenir histórico. La Revolución Francesa, por ejemplo, debía considerarse, junto a otras revoluciones políticas homólogas, como un triunfo del republicanismo, es decir, del declive de los gobiernos autoritarios que caracterizaron al despotismo ilustrado. Como no se habían llevado a cabo las reformas políticas adecuadas, un proceso revolucionario pondría las cosas en su sitio para sustentar los derechos de la humanidad.
Tal y como anda la escena política internacional, esta reflexión de Kant nos puede parecer ingenua, máxime al ver cuán poco efectiva es la ONU, inspirada en las ideas kantianas relativas a una confederación internacional que debiera solucionar los conflictos políticos diplomáticamente sin el concurso de la guerra. Sin embargo, deberíamos tener presente con cuánta ironía se mofaba Kant del peligro que los poderosos veían en la filosofía moral y política. Esto sigue siendo así. No es nada casual que Trump considere a las universidades norteamericanas una grave amenaza y que las fuerzas de ultraderecha quieran privatizar la enseñanza pública.
La cultura en general es el enemigo público del neofascismo reaccionario, que se caracteriza por su radical Contra-Ilustración. Creer que las ideas pueden transformar el mundo no se compadece con su manipulación sectaria. Esta requiere de fanáticos que no se hagan preguntas ni cuestionen sus absurdos dogmas. Cuanto menor sea el talante reflexivo de la ciudadanía, tanto mejor para sus lucrativos intereses, que solo buscan el desmedido enriquecimiento personal de una pequeña élite plutocrática. Esto lo han denunciado todas las distopías de corte orwelliano. Si los líderes de turno deciden que dos y dos no suman cuatro, sino cinco, pobre de aquel que no recite sus consignas, por estrafalarias que sean.
Las artimañas del trumpismo han hecho fortuna y se cultivan por doquier alrededor del mundo. Su ramplonería, emulada con gran éxito entre nosotros por Miguel Ángel Rodríguez y su títere, se muestra harto eficaz al jugar con el sensacionalismo y las emociones más primarias del auditorio, encantado de que sus problemas puedan resolverse como por ensalmo, de una manera mágica e instantánea. Si Trump desapareciera del escenario, acorralado por los papeles del caso Epstein, la cosa podría empeorar, teniendo en cuenta el perfil psicológico de su vicepresidente, a quien apoya decididamente un oligarca como Peter Thiel, cofundador con Musk de PayPal y accionista mayoritario de la compañía Palantir, especializada en el asesoramiento financiero y el contraterrorismo. Ahí es nada.
El problema de la IA es que sus aplicaciones más vanguardistas están en esas manos y son utilizadas para realizar asesinatos a distancia con un escalofriante tino, por muy malvados que sean sus objetivos al día de hoy. La gente no es un factor a considerar por este tipo de inversores, cuya única vocación es incrementar sus patrimonios hasta el infinito y más allá. ¿Debemos resignarnos y dejarnos arrastrar por este aciago destino? Sería un craso error no advertir que contamos con una poderosa herramienta para combatir tanto desatino. Esta no es otra que nuestra capacidad para pensar y formarnos un criterio propio tras contrastar las fuentes de información. Es muy cómodo permitir que nos den todo hecho, pero esa delegación de responsabilidades nos deshumaniza y puede acabar convirtiéndonos en unos autómatas insensibles.
Incrementando las cuotas de un bienestar material que satisfaga las necesidades más básicas de la población y propiciando un acceso generalizado a los bienes culturales, obtendríamos una inmunidad colectiva contra el pavoroso virus de la desinformación. Los bulos acabarían por destruirse mutuamente, presas de sus contradicciones internas, y los hechos alternativos acabarían siendo engullidos por su propio agujero negro. Esto significaría el colapso de la caótica Contra-Ilustración que aniquila nuestra pacífica convivencia y siembra una maniquea polarización guerracivilista que anula toda política. Urge recuperar la dimensión moral que ha desaparecido de nuestra vida pública y privada.


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