viernes, 15 de julio de 2016

Cada vez más lejos


Cada vez que la locura teledirigida del terrorismo ataca a personas inocentes y crea víctimas por el mero placer de hacer daño, por puro sadismo egocéntrico e inútil en todos los aspectos en el más fiel retrato del cretino que describe Cipolla en su "Allegro ma non troppo", se va cavando un abismo infranqueable entre la vieja y la nueva humanidad. La que ya ha muerto voluntariamente a toda posibilidad de evolución y, como un residuo zombie, se auto sepulta en sus infiernos, y la que inicia un recorrido espléndido de lucidez e inteligencia resiliente, forjado en la superación de las pruebas más duras y en la regeneración constante del Yo más autoconsciente, autónomo, libre de pesos muertos y solidario. 

Afirma Mijail Aïvanov que 'normalmente' se aplaude a los amigos y se ataca a los enemigos, pero que desde la perspectiva del crecimiento integrador de nuestro ser, lo más inteligente sería lo contrario: no valorar tanto a los amigos que sostienen, 'comprenden' y disculpan nuestras flojeras y no se fijan con su admiración y cariño en nuestros defectos, y en cambio recomienda tener más en cuenta los beneficios que nos aportan aquellos que nos demuestran su hostilidad y su persecución; los amigos son caramelos que nos endulzan la vida, pero cuidado, que demasiado azúcar engorda, entorpece e intoxica el organismo; los segundos son terapéuticos, la medicina desagradable que nos libera del ego y de sus secuelas poniéndonos delante nuestras debilidades y tentaciones más frecuentes: odio, violencia, miedo, dispersión, estupidez, desánimo, voluntad desganada, cobardía, comodidad, bajeza de miras y resignación. Son ellos y no los amigos, quienes sacuden las inercias y las complicidades, nos ponen delante todo lo que aun no hemos cambiado para mejorar. Son nuestros  mejores y más eficaces entrenadores. Son el estímulo de nuestra inteligencia, de nuestra conciencia y de nuestros recursos humanos. Quienes nos consideran sus enemigos sin que lo seamos, nos ponen en tesituras importantes, que acabamos resolviendo y superando, desarrollando y experimentando herramientas que ni por asomos sospechábamos que estuviesen tan a nuestro alcance y que incluso, se van creando en nuestro interior como cosa natural en la respuesta a los retos evolutivos. Hay por ahí un dicho que refrenda esta realidad: "No se nos dan problemas que no podamos resolver". Y es cierto; también lo es que las formas y modos de resolverlos pueden ser, frecuentemente, sorprendentes e inéditas, por una razón: las creamos desde dentro y a veces, sin saber cómo, aparecen con una lógica y una fuerza irresistibles, sin que aparentemente hayamos hecho nada para obtener ese resultado; y, claro que lo hemos hecho: hemos resistido las pruebas sin rendirnos a la bajeza de buscar 'culpables' sin tirar balones fuera, sin rendirnos ante la aparente prepotencia del problema, sin asumir que éste, sea una persona o un grupo determinado, sino viendo en perspectiva que, venga de donde venga, el problema es un hecho que hay que solucionar, que procede de un sistema determinado, de un error de visión y de comprensión y que ése o esos, al los que consideraríamos el "verdugo", son víctimas también de la misma fuerza destructiva y enferma que se ha apoderado de sus mentes y de sus instintos, una vez que ha sido introducida en la personalidad individual o colectiva, por medio de la educación, de los genes, de las circunstancias y desde luego, por una voluntad, en singular y en plural, alienada, y fuera de lugar, con pocas luces y contando con la precariedad de unas mentes muy limitadas y empobrecidas, aunque tengan estudios, estatus importantes y sean personajes famosos o  millonarios. La miseria no es pobreza material, sino una condición que acompaña la ausencia  de alma y de conciencia, y que, paradójicamente, es más grave y acusada en los muy ricos y poderosos, que en los pobres materiales. El mundo al revés. Cuanto más menos. Y cuanto menos más.

Puede parecer una barbaridad lo que voy a decir, pero ante el terrorismo insensato y enloquecido de tristes y vacías marionetas sin raíces, manipuladas con el mando a distancia de ideologías sectarias, emociones estupidizantes, obsesiones on line y otras hierbas tóxicas, de las que se beneficia el mismo sistema que las produce, la respuesta más sana y eficaz es la serena  compasión por ellos, además de la que obviamente sentimos por sus víctimas. Y la forma más sanadora de superar el estado de manicomio global. 

Tanto si reaccionamos con violencia, rabia, miedo, odio y rencor, estaremos alimentando la energía-ambiente de ese terrorismo que tanto daño hace, con nuestros pensamientos y deseos de venganza y de castigo para los criminales. Ignoramos que ya los mismo verdugos y sus impulsores a distancia, se han cargado de tanta sustancia destructiva en sus mentes, instintos y deseos, que no necesitan "ayuda"exterior para terminar consigo mismos. En realidad quienes matan u ordenan matar, ya están muertos y no lo saben, aunque sí notan síntomas, como la incapacidad para ser felices, para pensar con lucidez, para dominar los demonios de su inconsciente que los devoran en larguísimas agonías desesperadas y deprimentes, que solo ellos conocen y sufren constantemente hasta que se agotan y desaparecen sin que nadie les haga nada. Ellos mismos se lo trajinan. Por eso merecen nuestra compasión y el olvido de sus inmundicias. Porque cada vez que destruyen una vida humana están más lejos de lo que soñaron un día conseguir como felicidad y perfección. Como sabiduría y belleza. Sus triunfos aparentes son piedras al cuello con que se arrojan al mar de sus alucinaciones letales. E intentando conseguir algo mejor, se hunden hasta desaparecer en el fango de lo peor. ¿Cómo no compadecer a esos hermanos enfermos y voluntariamente atados a su enfermedad destroyer?

En la narrativa, en los cuentos clásicos, en el teatro, en la ópera, en el ballet o en el cine  se representan constantemente tragedias y dramas en esta misma línea. Donde el protagonista, más que el ser humano, resulta ser su incapacidad para enfrentarse a sus propios fantasmas, cuyas maldades acaba achacando siempre al "villano", al "malo", al "poderoso", siempre fuera de él, mientras el personaje principal, buenísimo, noble y generoso, tan guapo y admirable como desafortunado, se consume en el sufrimiento que le ha tocado "por casualidad" en la rifa del mal fario que acaba con él. ¿Cómo no recordar las tragedias griegas, o los dramones románticos como El Conde de Montecristo, de Dumas, óperas como El Holandés Errante de Wagner o Madama Butterfly o Tosca y Turandot de Puccini, por poner algunos ejemplos, de los que se salva Los Miserables de Victor Hugo, cuyo protagonista Jean Valjean, es un héroe, precisamente porque no  se resigna a su papel y rompe esquemas y consigue su libertad íntegra: liberarse de su propios miedos, miserias y venganzas, más que "humanamente" merecidas por seres tan aberrantes como el comisario Javert, equivalente al instructor vital, al enemigo contumaz, al "perseguidor" del análisis transaccional de Berne, que junto a los roles de "víctima" y "salvador" se acumulan en el propio ego, sujeto a todas las falacias y simulaciones habidas y por haber. Sin llegar a historias novelescas tan enredadas y complejas, nuestro proceso vital tiene un gran paralelismo con el relato literario.
El arte, como verdadera espiritualidad, es una disciplina catártica y da muchas pistas, -creo, modestamente, que las da todas o, por lo menos, las suficientes-  para reconocernos en su espejo.

En realidad no hace falta tanto aparato escénico en nuestras vidas. Nos basta con despertar y unir el alma con la conciencia naturalmente, sin exhibiciones ni rimbombancias, y ver que son la misma cosa: la siembra del espíritu universal en todo lo que respira y aspira, del prana, del tao, o del espíritu santo...o de la fuerza inteligente y sutil que hace posible la vida y su inteligencia, sin definición posible, ni etiquetas seleccionadoras de perfecciones neuróticas y juzgonas, sin nombre  ni concepto predeterminado alguno más allá de todo nombre o idea que no lo puede abarcar. Se trata de otro lenguaje, de otra experiencia dentro de la que conocemos, en  nuestra esencia compartida, que cuanto más se comparte, más intensa es su acción y su presencia armonizadora.

Hay una novela y una película, -que como casi siempre es más floja que el libro- de los años 90, que en este sentido pueden dar pistas siempre que se quieran encontrar, claro y no quedarse en la mera anécdota del relato de aventuras, tras el que se esconden, como sucede siempre en los relatos que valen la pena, unas claves importantes para descubrir el nuevo tiempo y las posibilidades de la mente y la sensibilidad humanas. Las nueve revelaciones. Su autor es James Redfield, no sé si es un pseudónimo o es el nombre real, pero el autor sabe de lo que habla y de qué va esto. A veces, también sucede que un autor canaliza ideas que no entiende del todo, pero las transmite sin comprender nada más que la superficie formal de su escritura. Y con el tiempo, los críticos del futuro le sacan mucho más jugo intelectivo que el propio autor. De hecho es lo que sucede con obras como La Divina Comedia de Dante Alighieri o Il Cantico delle Creature de Francesco d'Assisi, en la Edad Media, o de Shakespeare y de Cervantes, como Hamblet, El Rey Lear, Macbeth; o El Quijote que en su intención primera, era una simpática novela divertida, para ridiculizar el mundo evanescente de la Caballería ya un poco friky y sobrepasada en el bajo renacimiento y a las puertas del barroco.

La humanidad nunca ha estado desprovista de un mapa íntimo diseñado en mosaico universal, donde cada uno de nosotras, las humanos, como piezas únicas, podemos ir construyendo el puzle infinito y cuánticamente mutable desde la conciencia y la mente mano a mano, dentro del tiempo y del espacio. Ese descubrimiento solo se puede hacer uno por una y viceversa. No vale que nos lo expliquen si no lo descubrimos desde dentro, e incluso si no hay madurez es contraproducente entrar en su ámbito, porque si hay poca evolución se cae en el engaño de la superchería y la automanipulación: la magia barata, la brujería perversa o  la ciencia prostituida y el conocimiento de mercadillo ambulante de ideas y parafernalias deleznables. Dos planos de la experiencia que conviene evitar desde el inicio del trabajo autoconsciente para no acabar como el aprendiz de brujo: causando estropicios estúpidos y muchas veces crueles, a diestro y siniestro.
Y lo mismo que la alquimia, que en principio era una ciencia espiritual ha derivado en  laboratorios farmacéuticos y la metafísica deformada en el bosson de Higgs o en el uso aberrante y erróneo de la energía nuclear o de las ondas electromagnéticas, así el trabajo interior fatalmente entendido ha hecho una religión de la astrología o de los arquetipos junguianos del Tarot o de la Kabala, hasta finalizar en los charlatanes  de la tele. Un desastre. Y ya se sabemos en qué consiste la clave del sistema que nos explota y nos devora: ya que hemos fracasado como grandes descubridores y genios de la ciencia y del pensamiento, hagamos un buen negocio vendiendo los escombros y los residuos de lo que pudo haber sido  y no fue y a ver qué pasa con el experimento de ponerle precio a todo y forrase entre cuatro desaprensivos sin escrúpulos ni entrañas humanas.
 Y ahí  tenemos, como resultado, las guerras constantes, sectas sedientas de poder de todo tipo, religiones, bancos, partidos, logias, parlamentos donde se parlotea pero apenas se resuelve algo, e instituciones de control político y financiero para que cada vez resulte  más imposible desarrollar la auto-soberanía personal y, como consecuencia, la soberanía colectiva. Y en esas tesituras, ante una UE a punto de diluirse por absurda, injusta, carísima e insustancial, ¿qué mejor medicina preventiva que el miedo y el terror, que ni siquiera llevan firma, pero que es terror al fin y al cabo y la firma, si eso, ya la pone el sistema que siempre cae algún mindundi del tercer mundo, nombre musulmán y curriculum emigrante. Para volverlo loco del todo ya  está la red manipuladora conjunta donde la ideología, la creencia, el dinero, los negocios, el odio fanático, las drogas y la locura van de la mano en un holding globalizado.Y absolutamente histérico; demente.

Sólo nos queda el retorno de la mirada al interior para poder reconocernos más allá de letanías y comecocos y cambiar el exterior hasta comprobar que como es dentro es fuera y como es arriba es abajo. Una dimensión infinita e inteligente sin límites ni barreras.

Mientras tanto, cada vez más lejos. Faraway



PostData:

Como en un revelador cruce de física cuántica, acabo de encontrar en Público, una entrevista a un profesor de la Universidad de Valencia, antropólogo, filósofo y físico. Y aquí dejo este párrafo que no tiene desperdicio, con la alegría de haber tropezado con las afirmaciones científicas de mis ideas intuidas y confirmadas en la experiencia. Un regalazo. El artículo está colgado más arriba y completado con un tutorial en Youtube del mismo autor. 

“Vivimos en un mundo devastado por la codicia que ha desatado el poscapitalismo. Y no es sólo una codicia material. Las energías espirituales son las que mueven el mundo. Ahora estamos a merced de energías oscuras, pero es posible no dejarse arrastrar por ellas. Se trata de cultivar la atención, la empatía, la cultura mental, sin entrar al juego del comprar, de la tecnología que, como en una guerra de trincheras, poco a poco va conquistando porcentajes más grandes de tu vigilia”. Y concluye su mensaje optimista citando a su admirado Agustín Andreu: “En la historia siempre se fracasa; en la vida no”.
“Las energías espirituales son las que mueven el mundo. Ahora estamos a merced de energías oscuras” 

Juan Arnau (Universidad de Valencia)

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