sábado, 31 de enero de 2015

¿Hasta dónde va a llegar la deshumanización?

El Obispado deja en la calle a una mujer y a sus hijos de diez y tres años

Rocío Medel con su hija pequeña, a las puertas del Ayuntamiento. / D.H.
Rocío Medel se siente “engañada” porque le dijeron que el Ayuntamiento la esperaba con una solución y, al ser recibida, se ha encontrado con la sorpresa de que el Consistorio desconocía el caso.
El Obispado de Huelva ha dejado en la calle este martes a una mujer y a sus dos hijos pequeños de 10 y tres años, que hace dos años ocuparon una casa “abandonada” del barrio onubense de Las Colonias gestionada por las Hermanas Sor Ángela de la Cruz y propiedad de una anciana que reside en la residencia.
Tras dos años, Rocío Medel, como se llama la mujer desahuciada, ha sido desalojada del inmueble tras haber recibido dos denuncias y dos órdenes de desahucio, aunque la primera no llegó a ejecutarse.
El pasado viernes le comunicaron desde el Obispado que este mismo martes tenía que abandonar la vivienda, aunque le comunicaron que en el Ayuntamiento estaban esperándola para ofrecerle una solución. Cuando la mujer afectada ha sido recibida hou en el Consistorio se ha encontrado con la sorpresa de que allí no tienen conocimiento de su caso. Se siente “engañada” por el Obispado y, lo que es peor, sin ningún techo en el que, de momento, vivir de una forma digna.  

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Parece imposible que el Evangelio de Jesús de Nazaret sea la lectura diaria de los esbirros del dinero católico y que hasta se lo sepan de memoria. Hay que entenderlo. El clero tiene sus normas:

*Pobreza para el prójimo.

*Castidad rebozada en pederastia repulsiva y silenciada bajo secreto de confesión y defendida por el Derecho Canónico.

*Obediencia al poder del dinero que gobierna este mundo, el demonio, que al lado de lo que hay es un promotor de ONGs y la carnaza corrupta pero forrada. Y al que Dios se la dé San Pedro se la bendiga urbi et orbe. 

No me podía imaginar que en la misma orden de las Hermanas de la Cruz, en cuyo colegio estuve desde los cinco a los nueve años, en un pueblecito del castellano-manchego Valle de Alcudia, donde mi madre fue maestra, pudiese suceder algo como esto.
Aquellas monjas era pobres como ratas. Pobres voluntarias. Limpias como los chorros del oro en su vacío de trastos y simplicidad absoluta. Dormían en un jergón, trabajaban sin parar, servían en el pueblo cuidando sin cobrar a los enfermos por las noches y nos daban clase con una gracia y una alegría que era una gloria ir al cole cada mañana y cada tarde, entrar en el huerto y ver que la profe que te enseña a dividir, está cantando mientras recoge las remolachas y remueve los caballones de las acelgas. Y los arriates de las margaritas y los dompedros perfumando el patio encalado del recreo. Madremía, qué deterioro! Ver ahora como esa misma orden 'gestora' de una casa vacía en un barrio de Huelva, que además es de una anciana que vive en la residencia que ellas regentan, permite que una madre y dos niños en la miseria se vayan a la calle por orden del obispo. Yo creo que "mis monjas" de entonces nunca lo hubieran permitido. Ni el obispo se habría enterado de algo así. Pues menudo corazón tenían ellas, que se quitaban la poca comida que tenían para darla a cualquier familia necesitada. Vivían del trueque. Nada más. El convento era una donación de una familia rica del pueblo que ni siquiera vivía allí. Y ellas hicieron un oasis de cultura, de acogida, de animación, de solidaridad y de buen humor. Hacían teatro al final de curso y se representaban obras de los clásicos adaptadas al lenguaje de los niños. El parvulario era mixto, una cosa rarísima entonces y más entre monjas. En fin, si levantasen la cabeza y viesen como está el patio, Maria Pura, Margarita, Dolores, Luisa, Asunción, Encarna...se morirían del susto.

No sé a qué espera la modernez papal para excomulgar a los buitres clericales por estas indecencias inhumanas. Pero sólo si algún día lo hace, empezaré a pensar que no miente cuando alardea de esa apertura desenfadada, que al parecer lo abre todo, menos los bolsillos y  el corazón de una iglesia denigrante.
Que vayan con Dios, a ver si él se aclara con ellos, porque lo que es los humanos normales no damos  una a la hora de encajar lo que predican con lo que hacen, dejan de hacer y pontifican o no, que se haga, haciendo del Evangelio una chirigota de su carnaval perpetuo. Malaventurados son.

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