viernes, 12 de diciembre de 2014

Aquí y ahora





        


Hoy ha venido el cielo.
Se ha quedado prendido en los tejados
con la ropa tendida, dócil y en paz al toque de la brisa.
Hoy ha venido el cielo a sorprenderme
con su azul impecable de invierno cristalino,
y me ha pillado así, de sopetón,
como una bici rodando por la acera y fuera del carril.

En vez de echarme a un lado, me he dejado querer,
me ha envuelto
en esa partitura repentina que interpreta la luz.


Y no sé quién gritaba cualquier cosa.
Todo estaba completo y sucedía
porque era lo acordado desde siempre:
El pájaro furtivo en el alféizar,
un camión del butano atascando la esquina,
la gente en la terraza de algún bar
coleccionado cromos de tiempo,
caras y sensaciones
en las que refugiarse para seguir estando.

El cielo se derrama por las calles, barniza las acacias,
los alcorques, las máscaras opacas del que huye
inútilmente de la magia celeste,
la soledad del ficus centenario viendo pasar la vida
que es la suya y la tuya también.

El cielo, a veces, llega de este modo.
Y merece la pena dejar que te rescate
para mirar la tierra en toda su frescura;
desde dentro. 


           

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