martes, 4 de junio de 2013

Aberración a la carta. Reflexiones bioéticas.


Un pedófilo logra tener una hija con un 'vientre de alquiler'

Condenado por abusos sexuales a menores, aprovechó un vacío legal en Israel para tener a la niña, que ahora tiene cuatro años, fuera de su país.

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Hay muchas asociaciones que defienden a las ballenas, a las morsas, al grillo silvestre o la foca monje, las hay que claman contra el aborto a voz en cuello, pero ¿hay alguien que reclame el derecho a nacer por la vía natural del amor entre humanos? ¿es posible que nadie se espeluzne ante el panorama de que cualquier enfermo mental, psicópata, desquiciado, sádico y chalado, en solitario y según su locura, si tiene dinero suficiente, se se pueda comprar un hijo de laboratorio, encerrarse con él en su mundo y hacerlo picadillo a su imagen y semejanza? ¿a qué se habrá reducido el Planeta dentro de un par de décadas, si la humanidad degenera en drones humanoides?

Una de las características de lo humano es la capacidad para amar, que  va mucho más allá que la de aparearse. El amor es la base de la evolución. En cada estado físico tiene una función adecuada. En el hombre es mucho más inteligente y elevado que en el instinto animal. Sin embargo cuando la conciencia voluntariamente se niega a ejercer, lo humano se reduce exclusivamente a lo animal, pero mucho peor, porque un animal es incapaz de trazar un plan estratégico para hacer daño a millones de animales, de plantas y de hombres.  Un animal no inventa bombas atómicas, no usa ni receta medicamentos tóxicos, no provoca crisis financieras que reduzcan a la miseria a generaciones. No se venga retorcidamente ni se esconde para lanzar ataques. El animal lucha de frente. Es noble. Mira a la cara y a los ojos de su enemigo. Se aparea y cría a sus cachorros con todo el cariño de su inocencia, en nidos, madrigueras y rincones que arregla y adecenta, les trae la comida hasta que aprenden a buscarla, enseñados por los padres y hermanos mayores de la manada o de la bandada. El animal corteja pero no engaña ni seduce y abandona. Cumple y a su manera, ama. 

Pero en lo monstruoso esa función del amor desaparece. No hay amor para copular, se copula por instinto ciego, por necesidad o simplemente por adicción enferma. Se cambia de pareja por divertimento, para que no se establezca ni vínculo ni raíz que genere vida y núcleo en el que la vida pueda crecer, no sólo en lo biológico, sino en tantos aspectos extraordinarios. La vida es un milagro del amor entre dos polos de la naturaleza y dos aspectos del espíritu, no de un onanismo del ego, estéril y vacío. Inestable, caprichoso y torpe.
Metidos en una melè informe, confusa y demencial, egocéntrica y deshumanizada, las patologías proliferan como setas bajo lluvia otoñal. Y el primer excéntrico, pedófilo, abusador o delincuente desequilibrado que disponga de medios, puede nada menos que convertirse en "padre" o "madre" a cambio de miles de euros o de dólares. Porque el resto de moneda mundial tiene otros objetivos que comprar como alimentos, agua o higiene y salud. Se compran óvulos y se añade su esperma ose  compra esperma y se añaden óvulos. El pobre engendro comienza su camino en el helado vidrio de un tubo de ensayo. Donde dos sustancias desconocidas se unen y crean otra, resumen de las dos que se ignoran y se importan un bledo. De genes imprevisibles, de energías dispersas que ningún sentimiento ha coagulado y fundido. Si la interesada en el mejunje es mujer, le implantarán la mórula en el útero y se la hará ilusión durante nueve meses de que es normal. Si es hombre, tendrá que buscar una madre de alquiler que le haga de incubadora de granja. Una clueca incubando huevos de otra gallina y de un gallo que no conoce ni le importa, pero le paga por incubar. 

Surgen preguntas de todo tipo. ¿Si ya es difícil evolucionar naciendo del amor, qué pasará cuando se nace como la oveja Dolly o como los gemelos de Miguel Bosé? Todo ser humano tiene derecho no sólo a la vida y su calidad material, sino también a un origen, a una raíz de amor, a un destino natural, a tener dos figuras de referencia palpables y sustanciales para su equilibrio: un padre y una madre. Da igual, que sean del mismo sexo, siempre que transmitan una fuerza yinn y otra yag. Un reflejo  de los polos internos: masculino y femenino. Y que la concepción y gestación sea entre dos seres que se conocen y se aman. Qué menos requisitos pueden exigirse para ser humanos y no clones o drones de la vanidad y el egoísmo de otros.
En este terreno falta una legislación bien clara, a nivel global y de cada país en concreto, que un tribunal internacional se ocupe de regular los casos y establecer una normalización ética, una exigencia deontológica, como es la declaración de derechos humanos para nacer, para que en lo posible, los abusos de una concepción y gestación patológicas de pago millonario, no condicionen la vida de ningún individuo de la especie ni con modificaciones transgénicas ni con aberraciones compradas en el mercadillo de la avaricia pseudocientífica de los vendedores y de la irresponsabilidad egocéntrica de los compradores.

Si reclamamos el aborto cuando las circunstancias de la vida futura son mucho peores que no nacer, porque es justo y compasivo Y una muerte digna porque también es un derecho del libre albedrío, pensemos igualmente en reclamar una digna concepción y una digna gestación para nuestros niños, que serán el mundo futuro, exijamos por ley que la paternidad y la maternidad se atengan a un código ético y amoroso. No les privemos de una raíz sana y natural, ecológica y responsable si queremos que la especie no se degrade hasta el extremo de autoliquidarse como tal especie evolutiva que partiendo de la animalidad alcanza la humanidad y la espiritualidad como vértice cósmico, que luego se plasma en el pensamiento, en el arte, en la música, en la ciencia y la filosofía, en la creación de sistemas y formas de vida, cada vez más perfectas e inteligentes.
Evitemos que se cumpla la profecía terrible de Aldous Huxley en Un mundo feliz

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