viernes, 24 de enero de 2020

Con este lujazo de hoy, hablando de homeopatía, el Doctor José Ignacio Torres nos regala material para disfrutar y reflexionar una buena temporada. La escritura también tiene su punto homeopático, nos sana el alma, desemboza atascos, limpia a fondo y nos hace crecer. Creo que todos los buenos médicos que he conocido y tratado, son escritores.Es más, creo que no es posible aislar la escritura de la medicina real. Se diría que el ser humano es una constante página en blanco que invita a escribir sin parar, con la tinta de la conciencia, la pluma del corazón, con la morfología del conocimiento, la sintaxis de la verdad transparente y la semántica del amor universal, en porciones y al por mayor, como fluido universal que da sentido a todo el proceso y al mismo tiempo es su resultado, su fluir, su estar y su ser. Gracias, muchas gracias, amigo y hermano José Ignacio por ser y realizar lo que eres: un ángel cuidador, en compañía de otros ángeles afines, y compañeros de camino homeopático, y siempre por libre elección vocacional, que es lo más importante; desafortundamente, hay quienes eligen lo contrario y emplean sus saberes y tendencias para frenar la evolución y boicotear el bien común, usando su libertad para suicidarse como seres humanos; igual que hacer el bien da una felicidad, una armonía y una paz que no tienen precio, hacer el mal a otros, con pensamientos, palabras y hechos, es un boomerang suicida, que no todos comprenden a tiiempo. La inteligencia vital es la cerradura y la conciencia la llave de la puerta universal que muestra lo que no parece ser explicable a simple vista



Aprendiendo homeopatía. Aventuras y desventuras de un médico de familia


El mundo de los demás
no es el nuestro: no es el mismo.

Miguel Hernández

Aún recuerdo aquella mañana fría en la que fuimos a Valladolid para matricularme en el curso de especialista universitario en homeopatía.
No sabía en qué consistía esta terapia y me embarcaba en una aventura que duraría al menos dos años como un marinero dentro de un barco desconocido en una mar completamente en penumbra, intentando salir de la niebla densa de mis múltiples limitaciones terapéuticas.
Supongo que la cosa salió bien por ese sexto sentido que afortunadamente me ha acompañado casi siempre, de modo que cuando me fijo en un libro, un disco o en una persona suelo acertar a la primera. Y esa elección volvió a ser un acierto y una suerte para el resto de mi carrera como médico y mi trayectoria vital.
En el aula de la Facultad de Medicina de Valladolid, rodeado de más de cien alumnos con distintas historias personales y bagajes profesionales comencé a salir de ese mar de gelatina en el que había estado tanto tiempo y sentir el viento en la cara y en las velas de mi nueva embarcación.
En un momento determinado, Lola sacó de su mochila los instrumentos necesarios para orientarme en la ruta y abrí oídos, ojos y mente para comprender que no había en mi elección ni un ápice de error. Aquello, era lo mío.
Aparecieron el sol, las nubes con sus distintas formas y colores en un movimiento continuo e incluso una luna brillante y cálida que me permitía ver las cartas náuticas rodeado de estrellas y constelaciones en un cielo de una limpieza espectacular.
Al día siguiente, después de una noche generalizada de insomnio decidimos en bloque cambiarnos al hotel Mozart que fue nuestra segunda casa durante esos dos años y más. Una casa en la que compartimos inquietudes, conocimientos, risas, y espichas.
Se creó una tripulación guiada con mano sabia por Lola y Antonio que en cada encuentro se reforzaba con expertos marineros franceses e ingleses que nos iban formando progresivamente en el difícil arte de la homeopatía. Y en el transcurso de tanto ir y venir, siempre Félix con su generosidad y su sonrisa permanente nos hacía todo más fácil y placentero, de modo que cada fin de semana se transformó en un aprendizaje y una fiesta compartida que terminaba a altas horas de la madrugada, lo que no nos impedía estar puntualmente en el aula para seguir la travesía con buen viento.
Terminaron esos dos años, pero ya no éramos los mismos. La convivencia con personas extraordinarias y el aprendizaje de la homeopatía nos habían transformado y éramos capaces de estar ante la vida y los pacientes con otra mirada.
Aprender a dudar, es aprender a pensar
Octavio Paz

¿Qué aprendí en Valladolid?

Lo único que recuerdo nítidamente de mi colegio es una clase de Filosofía en la que el profesor, un cura que repetía como ensalmo la coletilla “un poquitín”, nos dijo que la puerta al conocimiento está en la duda.
Desde entonces, vivir en la duda me ha parecido el modo más honesto, sencillo y lógico de estar, y quizás por ello, no me resultó difícil arriesgarme en esta nueva empresa.
Aunque yo iba pensando que aprendería medicamentos y herramientas de trabajo para mi consulta, desde el primer momento me fui dando cuenta de que me impregnaba de un aprendizaje mucho más profundo, de modo que fácilmente compartí valores como la humildad, la escucha, el respeto y la personalización de la asistencia médica.
Esto me ayudó a comprender claramente que los tres saberes del médico son saber medicina (diagnóstico y tratamiento), saber escuchar y saber comunicar, y que estos dos últimos dan sentido al primero. De un modo bíblico y metafórico también, puedo decir que si no tengo amor (escucha y comunicación) en la consulta, no soy nada.
Y sentí que había vivido tanto desamor en mis años de residencia y consulta a mi alrededor que la decisión que había tomado de estudiar homeopatía iba más allá de lo estrictamente teórico. Era una caída del caballo en mi trayecto hacia la medicina. Una forma de ver la luz, esa luz interior que alumbra permanentemente el camino verdadero de las relaciones de ayuda.
Si tratan una enfermedad ganan o pierden; si tratan a una persona, les garantizo que siempre ganarán sin importar las consecuencias.
Patch Adams
Lo más impactante para mí desde el primer día de clase fue la sensación de haber encontrado un tipo de terapia personalizada que podría permitirme entrar en el mundo del enfermo, del consultante, de su propia agenda como me habían enseñado en el contexto de la práctica clínica centrada en el paciente.
Esa posibilidad me pareció luminosa y desde entonces me ha acompañado siempre. Pienso ahora en relatos y películas que ilustran de modo tan lúcido y hermoso lo importante de la escucha, la compasión y la personalización de la asistencia y escucho en mi interior mientras escribo, la música de la Gran Belleza mientras el protagonista contempla la biografía de una persona a través de cada una de las imágenes que conforman su vida entera.
Me llegó la humildad, al comprobar que muchos de mis compañeros de clase que no se habían formado por el sistema MIR eran ricos en saberes que les ayudaban en el trabajo cotidiano en sus consultas. Humildad en un aprender desaprendiendo de todas aquellas cosas superfluas y superficiales que rodean el mundo de los médicos.
Porque para saber medicina no basta con aprender. Hoy y siempre es necesario desaprender y a veces, reaprender. Para aprender se necesita inteligencia, para desaprender valor y honestidad.
Estas reflexiones sabias me han acompañado desde entonces y, con mayor o menor fortuna, he intentado inocularlas en el alma de cada uno de los médicos residentes que han compartido camino conmigo.
Humildad, sentido común, respeto, prudencia a la hora de tomar decisiones y reflexión en la consulta, porque no hay médicos buenos y malos como le decía un eminente cardiólogo a su residente en la cafetería del Hospital Nacional Marqués de Valdecilla, sino profesionales que sienten con pasión lo que hacen y ponen la vida en ello.
Eso sí, los hay buenos, mejores e imprescindibles como diría el dramaturgo y poeta alemán. Y mis cuatro imprescindibles han sido Pedro Arnal, internista de la Fundación Jiménez Díaz que me enseñó a pensar, Juan Antonio Ayllón que con su ejemplo me descubrió la medicina de familia en toda su esencia, Francesc Borrell que me abrió los ojos y el alma a la comunicación como principal herramienta del médico y Dolores Tremiño que me regaló el método y los medicamentos homeopáticos.

Aprendiendo a enseñar, enseñando a aprender

De un modo casi automático tuve suerte de nuevo porque me surgió la posibilidad de seguir aprendiendo mientras compartía mi pasión y conocimientos con otros profesionales de la salud.
Y llegaron cursos del CEDH (Centro de enseñanza y desarrollo de la homeopatía) dirigidos a médicos, farmacéuticos y veterinarios que impartí en Madrid, Burgos, Bilbao, San Sebastián, León, Salamanca, Santiago de Compostela, Oviedo, Santander, Málaga, Murcia, Alicante y Tarragona entre otros de tan grato recuerdo en los tiempos y personas.
Cursos de los que salieron amigos, alumnos y maestros con los que comparto tantas cosas hermosas. Cursos que me aportaron la alegría de escuchar a algunos de mis compañeros decir que la homeopatía les había devuelto la ilusión de ser médicos.
Y con ellos también, los cursos impartidos en facultades de medicina y farmacia en Sevilla, Alcalá de Henares y Zaragoza. Sobre todo, Zaragoza que fue otro hogar compartido con los dos Javieres, como cariñosamente los llamábamos.
Una facultad que fue lugar de encuentro con profesionales sanitarios y con alumnos de medicina, además de punto de inicio de una línea editorial que nos enriqueció a todos con excelentes lecturas que nos han ayudado a mejorar los tratamientos de nuestros pacientes y preparar nuestros artículos, clases y talleres.
Recuerdo con cariño la asignatura optativa de homeopatía que impartí allí en 2013, a un grupo de alumnas entusiastas, como algo especial en mi vida que nunca olvidaré, sobre todo porque está relacionado con el trabajo arduo de dos personas extraordinarias que siempre sentiré en el corazón.
También llegaron congresos organizados por la SEMH (Sociedad Española de médicos homeópatas) que Lola había fundado con algunos de sus alumnos y en cuya junta estuve algunos años, y después ya todos juntos en la ANH (Asamblea Nacional de Homeopatía).
Congresos para incorporar nuevas herramientas terapéuticas, para aunar lazos, compartir con maestros y amigos y disfrutar siempre con la alegría de ser médicos homeópatas incluso en los tiempos de mayor zozobra.
De aquellos primeros años quedan nuestro entusiasmo y pequeña aportación a las mesas y ponencias comenzando en Madrid, en el Palacio de Congresos presidido por el hermoso mosaico de Miró y el imponente Santiago Bernabéu de mis sueños infantiles.
Cumplimos ya veinte años de sociedad científica y lo celebramos recientemente en Valladolid en un ambiente inigualable un grupo de amigos, con una jornada científica alrededor de la homeopatía, y como siempre Lola ejerciendo de sacerdotisa. Puso el templo y el alma a nuestra disposición de modo que todo volvió a ser mágico.
Y me acordé de esos días de Zaragoza trabajando juntos con Alberto con una orientación de coaching dirigida a mejorar la situación de esa sociedad científica que sigue viva y activa pese a las circunstancias adversas por las que pasa la medicina con mayúsculas en nuestro país.
La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos sino negarse a adquirirlos.
Karl Popper

Hablando de homeopatía

Antes de volver a Madrid y encontrarme con nuevos y viejos amigos que han dado tanta alegría a estos años de trabajo y aprendizaje y acompañado en todos los momentos incluso en los más difíciles, me embarqué en uno de los proyectos que más me han enseñado en mucho tiempo. Formar parte del grupo de personas que conforman hablando de homeopatía me ha ayudado a pensar, a sentir y a escribir. hasta el punto de que la necesidad de escribir se ha convertido en algo cotidiano y terapéutico para mí.
Su presencia y compañía, su sabiduría y sentido del humor son en estos momentos un regalo de la vida. Y compartir este regalo con mi familia y mis amigos me hace recobrar gran parte de los sentidos de mi vida.
Compartir ese hermoso verbo que intento emplear en cada encuentro en la consulta, en clase con mis alumnos, en las ocasiones increíbles en las que me he acercado a los grupos y asociaciones de pacientes que son los verdaderos sabios y agentes imprescindibles de salud, o cuando en la red estudiamos juntos o tenemos encuentros en congresos y reuniones me llena el alma de chocolates.
Por eso deseo seguir mi camino, con los mejores guías, aunque la información no me quepa en los zapatos y parezca que todo está prohibido, porque sé que estarán abiertos todos los caminos para seguir aprendiendo para aquellos que son capaces de tener la mente abierta para cambiar la medicina con la certeza de que la verdad no tiene dueño.
Transcurridos 25 años y con la mirada más hacia el futuro que nunca, pienso en las fortalezas y debilidades de la homeopatía en un mundo como el nuestro y las comparto con aquel grupo de amigos en la ciudad de Valladolid.
Sus fortalezas son su seguridad y efectividad, el ser medicamentos que no contaminan y que por tanto cuidan el medio ambiente, que pueden ser empleados en todas las edades, que ayudan a llevar a cabo un abordaje moderno desde la perspectiva de una medicina integrativa y holística, y cuyo estudio es apasionante para cualquiera que se acerca con una mente abierta de modo que permite redescubrir la medicina como profesión.
En mi opinión, sus debilidades pueden estar en el propio homeópata cuando su práctica no es libre, abierta y adaptada al conocimiento científico actual con el riesgo de caer en el dogmatismo, la doctrina y en el “otrismo” que conducen a un individualismo absurdo, viviendo la opinión y modo de trabajo de los demás como un error que nos convierte en “el experto” en su concepción negativa de la palabra.
Pero también hay debilidades que dependen del entorno como la actual situación política, social y científica que dificulta su aprendizaje por las limitaciones de acceso a su estudio en los colegios profesionales y facultades como hasta hace unos años se llevaba a cabo. Y una dificultad añadida es la complejidad de su estudio que puede llevar a la pereza de buscar otros caminos más fáciles y trillados.
La homeopatía para mí ha sido el camino para entrar en el mundo del paciente, resonar en su música en cada encuentro y ser capaz de ver lo que los demás no ven. Aquello que los demás deciden no ver por temor, conformismo, pereza.  Ver el mundo de forma nueva cada día.
Entremos en la consulta cada mañana y cada tarde con la magia del HADA. A de aprendizaje, D de disfrute, A de ayuda y H de honestidad. Porque sin honestidad y humildad, sin ser capaces de descalzarnos al abrir la puerta de nuestro rincón sagrado en el que recibimos a nuestros pacientes nada merece la pena.

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