jueves, 15 de marzo de 2018

Hawking


Tras desafiar a la ciencia médica durante 54 años, el profesor de física y de unas cuantas cosas más, Stephen Hawking se nos ha ido.  A los 76.  Y eso que a los veintidós le aseguraron los brujos de la tribu que nunca cumpliría los 25. Como para fiarse y creerles a pies juntillas...

En realidad este científico del universo nunca habría sido nada del otro jueves sin su enfermedad como camino experimental en el desarrollo personal de la ciencia práctica del espíritu humano que, por cierto, nunca creyó posible desde su convencimiento simiófilo, y aplicada a su propia vida. 
Como físico no ha dejado rastros comproblables de la materialización tangible y cognoscible de sus hipótesis cósmicas, de hecho hace poco negó que existieran los agujeros negros que según los especialistas eran lo más cult de sus hallazgos siempre detenidos en la última fase de suposiciones numéricas posibles en la calculadora cerebral y sin más base terrestre que la pizarra o la pantalla por la que se comunicaba, y una falta de comprobación tangible en la que se basa toda ciencia seria, razón por la que nunca se le ha podido otorgar el Nobel en su especialidad y eso que ganas no faltaron  a la hora de proponerle como el más brillante candidato para ese reconocimiento.
Lo cierto es que si mereció un Nobel es porque hizo de la ciencia teórica el mejor antídoto contra lo humanamente irremediable. Una escapatoria inteligente y productiva para huir del fatum y darle la vuelta a su encerrinamiento terminator propio de un destino implacable y hacerse el amo consciente  de su tiempo, de su libertad interior y de sus oportunidades para aprovecharlo al 100%, en vez de inclinarse con toda legitimidad por  la resignación religiosa o por el suicidio perfectamente lógico y humano en casos tan insoportables.
Ha sido un maestro del escaqueo biológico sostenido por la inteligencia vital y cuántica que abarca, -como él afirmaba igual que los antiguos griegos presocráticos-, desde lo ínfimo a lo máximo y viceversa en esa unidad indiscutible e interdependiente entre el mundus maior et mundus minor de los latinos. En realidad su verdadero descubrimiento consistió en aplicar -nunca sabremos si como científico o como superviviente- la teoría del èlan vital de Henry Bergson,  a su propia existencia. Convirtiendo la entropía en resiliencia, por medio de un intento de bifurcación no completa, pero sí útil, en el mejor estilo Prigogine, al que sí le dieron el Nobel de Física. Y que ha sido un éxito total para él. Una victoria sobre una maldición irreversible según la ciencia médica a toca teja, un constructo vital más que un hallazgo, que por un lado le ayuda a vivir y por otro  desautoriza y contradice sus afirmaciones negativas sobre las posibilidades de su propia especie, a la que augura una hecatombe total como final de fiesta, desde el mirador de su observatorio astrofísico y sin poner de su parte ni una miguita de idea, ni una empática sugerencia que abriese alguna posibilidad para la sanación de la humanidad. En su estado era lógico que odiase este mundo que no podía disfrutar nada más que desde su mente prodigiosa.

¿Qué cosas podrían cambiar en el destino de la humanidad si los científicos de alta gama cómo ese genio que se acaba de ir, en vez de emperrarse en conocer con avidez obsesiva la intendencia, entresijos y detallitos del Cosmos, los diseños de la tecnología espacial, las entretelas de los años luz, o la descomposición del átomo que da lugar al desastre radiactivo convertido en  guerras frías y calientes, o a catástrofes como Chernobil y Fukushima aplicasen sus estupendos cerebros a diseñar planes urgentes de saneo y regeneración en la Tierra y a descubrir cómo esa física cuántica practicada con inteligencia, salud mental y ética hace verdaderos milagros, no sólo alargando vidas, sino sobre todo haciéndolas más dignas de vivirse, más hermosas y ricas en lo sostenible e igualitariamente justo, en vez de inventar posibilidades destructivas tan eficaces en lo devastador y mortíferamente rentable? 

¿Cómo habría sido la vida de Hawking, su ciencia y su enfermedad atroz, de haber nacido en Kurdistan, Palestina, Bangladesh, Sahara Occidental, Somalia, Mauritania o Cameroun, o simplemente en un barrio obrero de Londres, en Harlem,  en Entrevías o en La Coma, en vez de haber nacido  en una familia burguesa y con recursos, en la culta y estupenda ciudad de Oxford?

Seamos claras y coherentes. Poco vale  la ciencia especulativa que sólo hace pergeñar y vender como ciertas  hipótesis frikis si no ayudan  a nadie a ser mejor ni a inventar sistemas de vida que nos humanicen y nos hagan más empáticos que narcisos egocéntricos, a no convertirnos en creadores y exportadores de una eterna, demoledora e inútil Star's Ward con la ciencia a su disposición para confirmar sus ocurrencias y hasta sus solemnes tomaduras de pelo. Conociendo un poco y según las crónicas el crácter irónico y nada simple del genial S.H. no estoy  segura de que muchas de sus maravillosas especulaciones no hayan sido un bromazo colosal de proporciones globales. Una forma de pitorreo soberano envuelto en la seriedad y hasta en el drama personal como espectáculo, con ese talante tantas veces soberbio de una ciencia pensada por un mundo arrogante y sin fuste, adicto a los golpes de efecto y a la engañifa mediática y ya sistémica. ¿Tal vez una ingeniosa  revancha por el castigo inmerecido de una enfermedad degenerativa y letal, ante la que nunca quiso rendirse el inteligente, simpático y vital Hawking?

Que nuestro hermano Stephen sea feliz, tenga paz y disfrute a tope la vida cósmica donde quiera que sea y en cualquier estado físico y energético que se encuentre. Pero la Tierra ya está cansada de tanto estropicio, saturada de sudokus irresolubles, de charadas, jeroglíficos y pasatiempos estupidizantes y mortales de necesidad, de genialidades con secuelas demoledoras y no necesita tanta ciencia en las nubes especulativas de los Simpson, sino que los seres humanos empiecen ya a tener más valor que los bienes de cosumo, la contaminación subsiguiente y  el dinero que producen como esclavos voluntarios del Gran Hermano global.
Lo cierto es que si Hawking, con la misma enfermedad, la misma inteligencia y genio, hubiese nacido en el lado pobre de la economía de este mundo no habría tenido educación ni cultura, ni sanidad ni tecnología auxiliar, y  habría muerto mucho antes en el anonimato absoluto del anbandono, como un refugiado sin refugio, como un ser sin derechos ni dignidad reconocida, que ni siquiera habría podido alcanzar una patera en la que huir de su discapacidad y del exterminio. Y me sigo preguntando qué pasaría si el sistema depredador se  permitirse el lujo de no exterminar seres tan inteligentes como tantos alumnos refugiados que vienen a clase y en un par de meses aprenden el castellano y el valenciano, trabajan y resuelven con una inteligencia asombrosa asuntos que a muchos españoles les resultan difíciles de gestionar. Inmigrantes que acaban yéndose a Francia, Alemania y países nórdicos a trabajar en proyectos solidarios por su experiencia y sus mentes privilegiadas y entrenadas por la supervivencia resiliente que les hace tener esperanza e ideas donde a Europa sólo le queda miedo, comodidad y resignación.

Lo siento de verdad, pero mientras siga viendo a mi alrededor tanta miseria perfectamente solucionable y que nunca  desaparece por falta de voluntad de los mismos que manejan la prensa desde sus sillones y bancos, no me  sale del alma ni del corazón ni de la voluntad sumergirme en las olas mediáticas de una alienación emocional bulímica, teledirigida y engatusadora a lo bestia, para distraer la atención echando leña a tutiplén en la hoguera del establishment liquidator.  Ya está bien xd! Ojalá algún día comprendamos que la inteligencia no consiste tanto en pensar mucho y contarlo como en aplicar lo que se sabe a lo que se vive y desechar de lo que se vive todo el egocentrismo de lo que se piensa y creemos saber y controlar sin experimentarlo en vivo y en directo junto a los demás hermanos de especie.

Por si sirve de algo os dejo aquí unas sugerencias que  a mí me van bien cuando leo o escucho noticias diversas:

¿En qué se basa: en una realidad constatable y objetiva o en una opinión que manipula esa realidad desde lo subjetivo?

Cuando la leo, la veo o la escucho ¿me siento más informada que cabreada o al revés? ¿Me da qué pensar, me ayuda a ordenar las ideas y a ver más claro o me absorbe, me lava el cerebro y me confunde hasta no dejarme pensar en algo mejor sin que pueda plantearme un análisis personal al margen del relato mediático?

¿Me siento más consciente, implicada y responsable colectiva tras esa información o me repugna y me indigna su demagogia?

¿Me anima a ser empática y mejor persona o me hace más distante y egoísta, asustada, desconfiada y negativa?

Y en ese análisis elijo lo que me hace más consciente y más implicada en el  bien común. O sea, más serena y feliz, más objetiva y dueña de mi conciencia aunque sea en medio de la dificultad y los imposibles que con el tiempo, tantas veces no son tan inalcanzables como parecen si aprendemos a mirarlos de otro modo. Una aplicación del sistema vital consciente que Hawking elegió para afrontar la vida y la ciencia.





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