viernes, 15 de septiembre de 2017

Barcelona en el corazón

  • Tras los atentados de Barcelona y Cambrils del pasado agosto, once poetas se reúnen para dedicar unos versos a la capital catalana
  • Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Antonio Jiménez Millán, Joan Margarit, Ángeles Mora, Lorenzo Oliván, Francesc Parcerisas, Miriam Reyes, Manuel Rivas, Josep M. Rodríguez y Ada Salas invocan su propio imaginario de La Rambla

Publicada 15/09/2017   (Infolibre)  

Vista de Barcelona.
Vista de Barcelona.
Luis Vioque
Tras los atentados de Barcelona y Cambrils del pasado agosto, los poetas Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Antonio Jiménez Millán, Joan Margarit, Ángeles Mora, Lorenzo Oliván, Francesc Parcerisas, Miriam Reyes, Manuel Rivas, Josep M. Rodríguez y Ada Salas se reúnen para dedicar unos versos a la capital catalana. 
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Felipe Benítez Reyes
Las Ramblas

En el lugar de las flores ordenadas,
las flores esparcidas.

En el lugar de la vida,
cadáveres esparcidos.

En el sitio de todos,
de repente la nada.

Y la falta de realidad.
Y un exceso de realidad.

Las flores de unas muertes esparcidas.



Luis García Montero
Minuto de silencio

En este duelo están todos los duelos
como en su nombre pueden estar todos mis nombres,
los de mis hijos antes en encerrarse en su cuarto.
Bienvenido a la plaza una vez más,
nos lo dice el verano o el otoño a deshora,
la vieja lentitud de un dolor sin palabras.
Bienvenidos a un resto del silencio.

Es el deber de las autoridades,
enterrar a los muertos y convocar la muerte.
Con la lengua de fuego de un avión,
con los tambores del patíbulo,
con el desahucio en la memoria
y la oración del atentado,
convocar a la muerte y enterrar a los muertos.

Ya lo hemos visto todo, pero escucha…
De nuevo están ahí
los casco del caballo, las casas incendiadas,
la violación y las banderas.
Hoy han sido cien víctimas,
tal vez tú y yo, nosotros,
vivos en el ayer de las ciudades,
rodeados de mar, de sangre antigua,
con palabras mal puesta en la cola
de una conversación interrumpida.

Claro que tengo miedo.
Dora la luz el rostro de un cadáver
todavía caliente,
el zapato de un niño todavía dormido
y el cálculo preciso de un misil:
los sesenta segundos mal contados
que tienen los minutos de silencio.
Claro que estoy aquí, en esta plaza
donde la historia abre los balcones
para reconocer su duelo y su catástrofe.
Están aquí mis nombres,
las sílabas heridas con las que llamaré
esta noche a mis hijos:
que la cena está puesta,
que es la última cena como todas las cenas,
que duele la campana del reloj en la plaza,
el principio del fin,
la sábana de olvidos para tapar un rostro.

Y, claro está, la sombra me persigue.
Duele también la buena muerte,
lo que se llama y firma la muerte natural.
Lo saben los doctores de la nada,
lo saben de verdad,
como lo saben las mentiras,
como lo saben todas las lápidas sin nombre.
En este duelo pueden estar todos los duelos.



Antonio Jiménez Millán
Las Ramblas, 1967

Recuerdo que llegamos por la noche,
un domingo de marzo.
Una pensión umbría en el Raval
fue nuestro alojamiento: se escuchaba
la radio a todo volumen. Y luego,
Las Ramblas se llenaron de banderas
del equipo de fútbol que a mí ya me gustaba:
las únicas banderas permitidas entonces.
Fue mi primera noche en Barcelona,
con toda la familia.
Mi padre era viajante de comercio.

Volví después a hoteles, no a pensiones,
muchos años más tarde,
con parejas distintas, con mis hijas pequeñas
en tiempos más recientes.
Quise fundirme con la multitud
—una sana costumbre—,
sentir el sol filtrado por los árboles
de los que hablaba Jaime Gil de Biedma
y pasear con los amigos nuevos;
me citaba con Joan en el Café de la Ópera,
con Pere y con Miquel
en el Zurich o en el Boades.

Me angustia ahora ver la violencia y la muerte
en lo que siempre ha sido para mí
un espacio de libertad.
Los fanáticos siembran el terror,
escogen las ciudades que hemos amado todos.

Regresaré, sin duda, cualquier día.
Y nunca he de olvidar aquel primer viaje
en el Seat azul oscuro y lento,
las pesadas maletas
con informes y muestras de tejidos,
moviéndose en las curvas del Garraf.



Joan Margarit
Coneguda crueltat

La mateixa ciutat només dura el seu temps.
Totes les Barcelones són unes dins les altres
com unes invisibles nines russes.

La ciutat que jo estimo encenia pocs llums
en les nits fosques d’un país infame.
La de la llibertat va començar a ocultar-la.
Residus menyspreats de veritat
van tornar a mi com roses
salvades de qui sap quines escombraries.

Ara ja és una altra Barcelona:
la que més llums ha encès,
la de la indiferència. La més cosmopolita.
Aliena i fugaç, una gentada emplena,
les nostres cases i carrers
igual que un escenari abandonat
on haguessin un dia rodat una pel·lícula.
Potser avui, si no fos per tants records,
ja no l’estimaria.

De sobte, res no acaba.
D’infant vaig veure assassins a missa.
Els mateixos silencis, flors, espelmes
per als mateixos crims.
Barcelona, quan torni a amenaçar-nos
aquella coneguda crueltat,
et tornaré a cantar.

Conocida crueldad

Una misma ciudad dura sólo su tiempo.
Todas las Barcelonas
están las unas dentro de las otras,
como unas invisibles
muñecas rusas.

Esa ciudad que amo encendía
pocas luces en las oscuras noches
de aquel país infame. Otra ciudad, después,
la de la libertad, la fue ocultando.
Despreciados residuos de verdad
volvieron como rosas hasta mí
salvadas de quién sabe qué basura.

Ahora es una nueva Barcelona:
la que más luces ha encendido nunca,
la de la indiferencia. La más cosmopolita.
Un gentío a la vez fugaz y ajeno
atesta nuestras casas, nuestras calles,
igual que un escenario abandonado
donde hubieran rodado una película.
Quizá no la amaría si no fuera
por todos mis recuerdos.

De pronto, nada acaba.
De niño pude ver asesinos en misa.
Esos mismos silencios, flores, velas,
por unos mismos crímenes.
Cada vez, Barcelona,
que aquella conocida crueldad nos amenace,
te volveré a cantar.
 
                                               (Traducción del autor)



Ángeles Mora
Mi Rambla de las flores
 
la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca
Federico García Lorca

Poco a poco la Rambla
se abarrotó de gente.
Sus voces silenciaron a los pájaros,
soliviantados pájaros
como flechas
de luz.

No tinc por, era el grito,
golpeando la tarde.
No, no tenemos miedo
porque tenemos miedo
a dejarnos llevar como una rama
que arrastra el río
en su aguas violentas.

No tener miedo,
no cerrar nuestros ojos,
no callar nuestra boca.

Somos muchas las voces
que arrastramos jirones
de una historia podrida.
Entre todos sabremos levantarla.

Non tinc por, non tinc por,
era el grito.

Y de pronto ensordezco.
Debajo de las voces
oigo un rumor lejano:
son mis pasos felices de otro tiempo
(era joven y estaba embarazada).
La calle más alegre del mundo
latiendo con un viejo corazón
que renueva sus pasos.
Me veo. Te siento.

Se desnuda la tarde
llena de gente
porque he vuelto a encontrarte,
porque he vuelto a ser tuya, Barcelona.



Lorenzo Oliván
Calle río
(Las Ramblas, Barcelona, verano 2017)

Esta calle nos lleva hacia el mar nuestro,
hacia el mar de los griegos, donde hunde
su primera raíz,
de savia azul,
la mejor concepción de la belleza.

Quizá por eso la estatua
nunca señala ni advierte,

hace el gesto tan sólo
de fijar el asombro al presentir
la aventura, el dorado
de playas nunca vistas,

las ínsulas extrañas,

las Ítacas de Ulises.

Esta es la calle puerto abierto al viaje,
la calle travesía
que invita a partir lejos
y hacia sí,
la calle inclinación al horizonte,
la calle siempre flor
en sensualísima actitud de entrega.

La gente quizá intuye
ese norte magnético
y vibra ciegamente.

Esta es la calle río
que va a dar en el mar,

que nunca
–nunca aquí‒
es el morir.



Francesc Parcerisas
Agost

Les parets blanques, la carn blanca.
Cossos blancs. Llicorella i la navalla
al tou de l'ull, imams mitrats
‒feblesa de l'ull o de la carn
que som nosaltres.
Alzina, pi, mimosa, figuera
i, al fons, una mar que sembla eterna.
Adormit, insensible, exànime, numb.
Llibertat sense causalitat,
sense déus o dimonis
que provoquin allò altre.
Còdols, sorra, ulls de sirena.
Fe i raó diluïdes en la transparència
de l'aigua: minvant, furient, plàcida.
Potser el fons del no-res també és blanc,
com ho és tot allò que no veuré
i que possiblement sempre hi és:
cruel horror sense artifici
endins d'allò que ens fa com som.
Sorra blanca, mar blanc,
blancor desesperada.

Cadaquès, 19 agost 2017


Agosto

Paredes blancas, carne blanca. Cuerpos
blancos. La piedra de pizarra y la navaja
en el centro del ojo, imanes con la mitra
‒debilidad del ojo o de la carne
que somos todos.
Pino, encina, mimosa, higuera
y, de fondo, la mar con su eterna apariencia.
Somnoliento, insensible, exánime, numb.
Libertad sin causalidad,
sin dioses o demonios
que provoquen lo otro.
Guijarros, arenal, ojos de sirena.
Fe y razón diluidas en la transparencia
del agua: decreciente, enfurecida, plácida.
Tal vez el fondo de la nada es blanco,
como blanco es lo que no veré
aunque probablemente estará siempre:
cruel horror sin artificio
dentro de todo aquello que nos hace
ser como somos.
Arena blanca, blanco mar,
blancura desesperada.

Cadaqués, 19 de agosto, 2017
 
(Traducción de Josep M. Rodríguez)





Miriam Reyes

donde haya un ellos
y un nosotros
habrá un muro

a cada movimiento de tierra sus piedras
caerán sobre nuestras cabezas sus cabezas que se parten
igual que las nuestras

un cuerpo es despedido o aplastado
siguiendo las leyes de la física
importan la masa la velocidad y el punto de impacto
no importa el signo de la violencia
ni de qué sudor fue creado

da igual cómo sus mejillas sus ojos sus dientes
las leyes de la física tratan a todos los cuerpos con la misma indiferencia
no saben del deseo de vivir ni de la locura de matar

nosotros sí
ellos también

28 de agosto de 2017



Manuel Rivas
A Inmortalidade

Eu non quero morrer.
Antes de ningún deus,
Xa estabamos aquí,
Na cova
Cun pigmento ocre
E un cuspe indestrutíbel
De muíño na boca,
Prendendo un lume
Cun vento desdentado
Na ánima da neve,
Abrazados a un abrazo
Aprendendo a signar
Con pel iridescente,
Outra vez, outra vez!,
Na invención da sombra.

Eu non quero morrer
Como os meus antergos
Que viviron
Crucificados polas asas
Como morcegos
Nas portas da aldea
Tomada polo deus
Dos enterradores,
El,
O derradeiro cravo.

Eu non quero morrer.
Non quero réquiem
Nin lápida de mármore
Contra o poderoso esquezo,
Nin ser cinza ao mar,
A pudorosa alquimia
Na vixilia das anemones.

Non, eu non quero morrer
Nin que me mate un odio
Inmortal.
Só quero durmir
Uns trescentos anos
De souto,
E espertar súpeto,
De raíz,
Pola  pobre arte
De morrer.


La inmortalidad

Yo no quiero morir.
Antes de ningún dios,
Estábamos aquí,
En la cueva,
Con un pigmento ocre
Y una saliva indestructible
De molino en la boca,
Encendiendo un fuego
Con viento desdentado
En el alma de la nieve,
Abrazados a un abrazo,
Aprendiendo a signar
Con piel iridiscente
¡Otra vez, otra vez!,
En la invención de la sombra.

Yo no quiero morir
Como mis antepasados
Que vivieron
Crucificados por las alas,
Murciélagos
En las puertas de la aldea
Tomada por el dios
De los enterradores,
Él,
El último clavo.

Yo no quiero morir,
No quiero réquiem
Ni lápida de mármol
Contra el poderoso olvido,
Ni ser ceniza al mar,
La pudorosa alquimia
En la vigilia de las anémonas.

No, yo no quiero morir
Ni que me mate un odio
Inmortal.
Solo quiero dormir
Unos trescientos años
De bosque,
Y despertar sin más,
De raíz,
Por el pobre arte
De morir.
                                            
(Traducción del autor)


Josep M. Rodríguez
Atardecer

Los coches, en hilera:
una deconstrucción del arco iris.

En la radio, palabras como muertos o furgón.

Llevamos ya dos horas retenidos
y una mujer se acerca a nuestro coche.
Su hijo tiene sed.

¿Cómo le habrá explicado lo que está sucediendo?

Yo también trato de explicarme el mundo,
quizá por eso escribo este poema.

(El sol de hoy no logra huir del tópico,
forma un charco de sangre.)

Llevamos ya dos horas retenidos,
estáticos,
como la superficie de un río congelado,
como el tiempo de las fotografías
que se verán mañana.

La muerte sigue estando tan lejos y tan próxima…
Nada ha cambiado.

Todo ha cambiado.



Ada Salas

El
sufrimiento no tiene
religión
no tiene
ni bandera ni patria el sufrimiento
dice
estoy aquí
no puedes
acallarme
no puedes
disfrazarme
no podéis
espantarme ocultarme
no
apropiaros de mí
no podéis
ni siquiera
hacerme más pequeño el sufrimiento
dice
puedo
adaptarme a la forma
de cada
corazón
trazar
en cada uno
la señal de la muerte.

(Agosto 2017)






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