viernes, 29 de abril de 2016

España rajoyizada


El presidente Rajoy con un grupo de miembros de Nuevas Generaciones
Foto: Twitter oficial de Mariano Rajoy

 El día que se retire, Rajoy tiene la vida resuelta sin necesidad de puertas giratorias ni pensión de ex presidente: puede convertirse en coach de éxito, y dedicarse a dar conferencias para ejecutivos, escribir libros de management, presentar un programa televisivo de talentos, y poner su nombre a cualquier cosa, que se la compraremos: el método Rajoy, la dieta Rajoy, inglés con Rajoy, cocina con Rajoy, en forma con Rajoy.
Lo pienso cuando veo el consenso periodístico de estos días sobre Rajoy como el gran triunfador del momento político. Y no seré yo quien diga lo contrario, pues los hechos mandan. Yo ya he perdido la cuenta de las veces que dimos por muerto al todavía presidente, y ahí sigue. No iba a sobrevivir a las protestas ciudadanas, ni a los recortes, ni a los papeles de Bárcenas, ni al 20D, ni a los pactos políticos, ni a las voces que pedían renovación dentro de su partido... Y ya ven, hasta Sánchez ha acabado por retirar lo de “indecente”, mientras sus enemigos han ido pasando por su puerta en modo cadáver, uno tras otro, lo mismo rivales políticos que disidentes internos o directores de periódico.
Vosotros ya no os acordáis, pero cuando llegó a Moncloa hicimos la broma de apodarlo “Mariano el Breve”, porque la crisis se lo iba a comer por los pies; y en las manis cantábamos lo de “Mariano, Mariano, no llegas al verano”. Pues toma pedorreta: ha agotado su legislatura hasta el ultimísimo día legal, y le ha añadido como poco otros ocho o nueve meses en funciones. A lo tonto, “el Breve” se va a pasar cinco años en el cargo, eso como poco, que ya veremos tras el 26J.
Hemos criticado sus momentos de inacción, nos hemos burlado de su pachorra, lo hemos caricaturizado en siesta permanente, pero otra vez le ha salido bien: cuatro meses relajadito, en su Moncloa en funciones, dejando que los otros se desgastasen mientras él guardaba fuerzas para la siguiente campaña, que en realidad no necesita ni hacer. Podría no salir de casa hasta el 26J, y le iría igual de bien, porque lo que ha conseguido con la repetición electoral es que en las próximas urnas ya no juzguemos la legislatura 2011-2015, la de los recortes y la corrupción, la de la desigualdad y la precarización, sino la legislaturita de cuatro meses. Y él, dando lecciones: ayer recomendó a sus rivales “actuar en el futuro con más calma y tranquilidad”. Es decir, que se rajoyicen, que sigan el yoga Rajoy, la dieta Rajoy.
Si vuelve a ganar las elecciones, si encima mejora resultado como aventuran las encuestas, si crecen la abstención, la apatía y el desencanto, tendremos que admitir que el método Rajoy ha alcanzado victorioso sus últimas posiciones: la rajoyización total de España, la rendición de su partido, de la democracia y de la sociedad toda al tiempo que marca el reloj de Rajoy, todos contagiados de rajoyismo, España rajoyizada, quién la desrajoyizará.
No sé, yo mismo me empiezo a ver un poco Rajoy, a ratos, pero tampoco me preocupa: visto lo visto, es la fórmula para triunfar. 

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Querido Isaac, me encanta tu finísima ironía, lástima que en este país de nuestros soponcios y patatuses degradantes, la ironía sea un manjar demasiado exótico para ser entendido, así porque sí. Ya ves lo poco exigente que es el público a la hora del aplauso y cuán presto anda a regalar las urnas con el voto cerril o con la abstención de cualquier signo de inteligencia votante, que ambas opciones son tornillos y tuercas de la misma máquina de cabreos y comodidades varias. O sea, que son factores desordenados que acaban por dar el mismo resultado en la suma de calamidades ya sea del revés o del derecho. El producto siempre es el mismo.

Llevo algún tiempo sospechando que la ironía en España se entiende también al revés, como casi todo, o sea, como un serio y concienzudo sistema de dogmas saltarines que acaban por iluminar las oscuridades del intelecto, pero, justo, al modo Rajoy, en sentido contrario. Lo iluminan para que se autoafirme en las razones de sus oscuridades, de sus posiciones de siempre: banalizando y confirmando, que sí, que es cierto, que lo de Rajoy es el camino de Damasco, Eldorado de felices descubrimientos y la piedra filosofal contra la que se hace trizas cualquier intento de rescate lúcido. Es más, te diría que hasta los nuevos aires renovadores nacen ya con el estigma del rajoyismo cualitativo y contagioso. Fíjate en los grupos políticos, en los partidos y formaciones, y la poca garantía que generan las propuestas que intentan la regeneración en serio. O sea, la ética. 
Ya se pueden explicar y demostrar los hechos con todas las razones posibles. No sirve de nada, porque a continuación llega el discurso rajoyano vestido de revolucionario y vanguardista que es la cara esperpéntica y más chunga del sanchopancismo nacional y va y la pifia con toda la naturalidad de ese peculiar atributo tan marianil:  el shentido común, que no por ser común adquiere el tornillo cognitivo que le falta, sino todo lo contrario, en puritito perogrullo, como la loa rajoyana a la evidencia de la vajilla, por ejemplo o ese profundo koan donde refugiados y sentimientos se enlazan aleatoriamente con un sentido metafísico tan peculiar como esperpéntico. Ese razonamiento tocinero de toda la vida, vamos.
En esos trances la ironía se convierte en  boccato di cardinale del nihilismo habitual, en vez de ser el empujón de la lucidez que nos revela el estado miserable en que co-existimos tan resignada y estúpidamente con las zonas más míseras del cotarro personal y colectivo. Ahí la inteligencia no atina a  entrar. El acceso está cerrado, bloqueado, blindado y aforado cual político o gerifalte en dificultades. Compruébalo in situ, si quieres. En cualquier asamblea. El glamour que tiene el cenizo consensuado y tópico, el "prudente" que ya está de vuelta sin haber llegado a ningún sitio,  como el descarado que va de sábelotodo sin saber nada, pero es una máquina de datos combinados con los instintos y las obviedades, eso no lo supera el irónico ni de coña y no te digo nada el que además de irónico va al grano. Ése ya lo tiene fatal porque al tirar de la manta hace que la ilusión se quede de pronto en lo que es: un desencarnado cuento  chino. Y eso no le gusta nada a la claque que espera su baño de ilusión shenshata. O sea, su ración de oxímoron, o de soma, como diría Huxley, para ir tirando.

Lo más cercano a las entendederas patrias no es la ironía ni la metáfora, es exponer pocas ideas pero muy claras, con el ceño todo lo fruncido que dé la elasticidad del entrecejo, los ojos lo más abiertos y desportillados que se pueda ( Mariano, Soraya, Errejón o Monedero, son paradigmas ojimétricos) y todo ello acompañado de mucha mala leche rezongona y de una lista de culpables a los que cargar el muerto de los fracasos propios. Porque lo último es atreverse a ser decente y humilde, a reconocer en público los fallos y limitaciones tan naturales como vivir, simplemente, eso es ya la sentencia de muerte para cualquier político que pretenda llegar a algo en España y olé.

 ¿A quién no se le ha quedado grabado en la memoria que "la culpa de todo la tiene Zapatero", aunque la realidad haya demostrado que ese presidente, después de Suárez, haya sido el más decente y  el que logró un grado más alto de ética social, de democracia, de solidaridad, de derechos y libertades, desde la ley de la igualdad, a la memoria histórica, a la regulación ética del funcionamiento de TVE, a las becas y al apoyo a la educación y a la cultura, en las prestaciones sociales, en la creación estatal de puestos de trabajo cuando la crisis comenzó a mordernos con crueldad, un jefe de gobierno que  tuvo el valor de nombrar ministros que no fuesen militantes de su partido,  que supo entender a Catalunya y a Euskadi con respeto y visión federalista y además ser el gobierno que consiguió que ETA dejase de matar? Pero, claro, Zapatero no hablaba ni pensaba ni actuaba en rajoyano. Ese fue su gran error: no hablar el lenguaje del pueblo dormido, no supo cantarle la nana tan bien como Rajoy o Pablo Iglesias, una sintonía estilística que les une en una finalidad compartida: conseguir que España no pueda, aunque lo vote, ser una democracia plural. 

El triunfo del marianismo como del podemismo ha sido, precisamente anestesiar la conciencia y reducir el activismo y la participación ciudadana al despotrique e sofá y cervecita ante la tele, y conseguir la simplificación del cabreo en tres palabras: todos, (menos los míos), son iguales. En rajoyano como en podemita, la lengua pierde su capacidad de abrir la inteligencia. Es un cerrojo letal para el intelecto. Y se centra en el mantra jaculatorio. Poco, hueco, negativo y machacón para la campaña en contra. Poco, hueco, elogioso y machacón, para la campaña a favor. Y mientras el ganado bala encantado sus consignas de malos y buenos y arribas y abajos, la democracia real se difumina en el horizonte de la ilusión que nunca se realiza, que se dibuja y desdibuja como una entelequia imposible, para un pueblo acostumbrado a "palo largo y  mano dura para evitar lo peor", como cantaba Jarcha hace años.

 Un pueblo manipulado por miedos que le inoculan las ambiciones de los que nunca le han respetado pero le necesitan para hacer carrera y subirse a la limusina del poder, mientras ese pueblo les paga la gasolina y está encantado si además puede ser el chófer y hasta en momentos de dificultad vial, ser la rueda de repuesto o las cadenas si hay nieve. Una ciudadanía multiabusos. ¿Cómo se puede degustar en tales tesituras la exquisita finura de la ironía? Eso es pedir peras al olmo, cuando el horno desportillado de la paciencia cívica está cada vez para menos bollos.

Después de que Atila y el caballo de su ambición sin freno haya arrancado de cuajo hasta la última hierba disponible, no es nada extraño que Rajoy siga en la cresta de la ola con el aplauso de unos cuantos y la cansada indiferencia de muchísimos más agotados por tanta aberración, que se acaba asumiendo como un mal incurable, aunque solo sea el goteo mántrico de los grandes manipuladores, que en realidad están ahí solo gracias a que nosotros los mantenemos con votos que no se merecen. 

Ahora volveremos a tener  la ocasión para reivindicar nuestra horizontalidad, nuestras capacidades organizativas, nuestra pluralidad y nuestro valores humanos y colectivos. Si hemos podido parar tantos desahucios, conseguir negociaciones impensables con bastantes bancos para evitar el destrozo familiar de tantos, parar privatizaciones sin que ningún partido político interviniese,  incluso con todo en contra y en comandita con los bancos, es que sí se puede.

Solo hay que volver a las urnas con firmeza y con la pluralidad por delante unida en un único sentimiento razonador: hay que acabar con los bloques absolutos de poder sean del color que sean, hay que sustituir el enfrentamiento constante por la cooperación y el diálogo que negocia en limpio para que ganemos todos y nadie pierda el tren de la evolución y la dignidad. La mayorías sectarias en bloque y su poder absoluto siempre son fatales, son la muerte de la democracia. Unidos por la base en confluencias democráticas cada vez más numerosas y bien avenidas, ese juego de tronos se terminará cayendo a pedazos porque la democracia habrá podido humanizarse del todo en la solidaridad. Lo veremos si no tiramos la toalla antes de tiempo convencidos por el sistema de que esto no tiene más arreglo que la mano dura y la obediencia resignada; el mensaje que nos dan constantemente impidiendo la pluralidad de la democracia y su eficaz inteligencia colectiva; la única forma de conseguir el bien común y una imprescindible estabilidad social.

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