martes, 12 de enero de 2016

La voz de Iñaki


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Juicio y prejuicio

EL PAÍS 

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Todas esas certeras y democráticas razones sobre la presunción de inocencia requieren también, Iñaki, un cierto grado de inocencia colectiva que los acontecimientos históricos, políticos, económicos y jurídicos nos han ido arrancando de la sensibilidad social a duros golpes de realidad institucional que nunca hubiésemos querido recibir. Y también forma parte del espíritu democrático comprender ese estado de finiquito de la justicia real, enredo inmundo de los tres poderes del Estado, con recortes no sólo de dineros y recursos sino también de derechos, libertades y dignidad, condiciones degradantes e inhumanas a que estamos siendo sometidos especialmente en las dos últimas legislaturas padecidas. La cosa no se puede reducir a los parámetros normales de la aplicación de la Justicia en condiciones de normalidad. No se puede pretender que la figura de una Infanta y su responsabilidad y la de su familia, tengan el mismo peso humano y ético que la de cualquier otro u otra ciudadana. La ciudadanía se automantiene con su trabajo casi siempre mal pagado y mal tratado y a su vez debe mantener con sus impuestos, no sólo a un Jefe de Estado normal, sino a toda una estirpe familiar que le sigue como una estela parásita, viviendo de los dineros públicos, que ya es un dislate; si además esa familia, -y la condena de Urdangarín, Matas y el bochornoso affair de Valencia con Camps y Barberá a la cabeza del mejunje son una evidencia y no una suposición- se pringa ostentosamente, ¿la culpa se puede diluir ahora en términos de consideraciones rituales y miramientos especiales hacia una casta cuyo abuso no es una especulación sino una evidencia indeleble? Estamos en un país tan ecuánime, en  donde un olvido de pago o una insolvencia en el IBI o un fallo en la declaración de la renta o un mal chiste como el de Zapata o un desnudo  en una parcela privada del dominio público como el de Maestre, puede suponer un desahucio, un multazo o una condena a prisión por parte de la misma justicia que ahora pretende hacer la vista gorda a causa del pedigrí de la acusada.
España sigue afincada en el patetismo tocinesco de siglos y siglos, de validos y balidos: si eres hijo o hija de papá oligarca o directamente oligarquesa, tranqui, que esto se arregla, carinyets. Que para eso están la Fiscalía y la Abogacía del estado de desecho y tote, toterreno, claro. 

Llueve sobre mojado desde hace tanto tiempo...La monarquía al cargo de la Jefatura del Estado, y desde siempre, se ha abstenido asépticamente de intervenir en, de comprometerse con y de ocuparse   de la situación social de calamidad extrema. No hace falta citar al viejo rey, que tampoco es un plato de gusto revolver los contenedores de las hemerotecas. Sólo basta limitarnos al papel irrelevante  por un lado y bochornoso por otro a que esta penosa situación de reyes por narices nos está condenando aunque no queramos. No es justo, don Iñaki. No lo es ya esta misma situación de anomalía única en la Europa del siglo XXI: una monarquía colocada por un dictador e impuesta por sus herederos políticos en una Constitución sin alternativa, una Constitución hecha a puerta cerrada, sin debate público ni información precisa, en plan  logia iniciática, aprobada como la receta de un médico en la farmacia: esto es lo que hay o el enfermo lo toma o lo deja, aunque el médico no le ha explicado qué le pasa ni por qué ese tratamiento es el mejor. Es lo que hay y ya está. La vieja medicina de conejo de Indias combinada con la vieja política de fórmulas concebidas en laboratorio e inoculadas como las vacunas experimentales en época de Franco, a la fuerza, en los  cuarteles y en la Universidad, si querías recoger las papeletas a fin de curso. Así nos fue impuesto este régimen de alta seguridad entronizada, y no para "el bien" de la ciudadanía, sino para el éxito de todo un sistema de control que se renovaba a sí mismo, eso sí, con la buena voluntad de que no pasase nada malo a nadie, por descontado. El miedo es así de camuflable y protector. 
Esa circunstancia hizo creer a los propios miembros de la oligarquía, incluida la familia real, que ya gozaban de un aura impune que les permitiría eternamente habitar una corte de poder 'democrático' sin democracia real, (monarquía y democracia son una antítesis por más que se fuercen y retuerzan los imposibles), pero con la cara lavada y recién peiná, -como si la hubiese diseñado el mismísimo Manolo Escobar- y en términos de aprovechamiento absoluto de hacer y deshacer a favor de los regios bolsillos. Con la condición, eso sí, de que nunca se supiese lo que había. Y si se filtrase algo, siempre estaba la salida al extranjero para cumplir deberes estatales y representativos...el protocolo, la liturgia, el disimulo del paripé. Apelar a la dignidad real, al cargo, a la grandeza del trono, a la estabilidad política...en fin...

Cuando ya el asunto se desparrama en la inevitable demostración de los hechos y desechos, aún se mueven las manivelas del estado descompuesto e incapaz de mirarse con objetividad, clamando desde la Fiscalía y la Abogacía estatales a favor de una presunción  de inocencia éticamente inexistente en este caso tan especial, precisamente por ser injustamente especial desde su origen. Hay una implicación irreversible y no sólo en la Infanta sino también en la familia cómplice, sabedora, y protectora de Urdangarín y sus rapiñas. La complicidad con el delito ya es delito. Y hay delitos tan flagrantes y en circunstancias tan crueles y dañinas para el prójimo machacado por los excesos de los reales  delincuentes que no son excusables, que no tienen atenuantes morales y los posibles y forzados atenuantes mecánicos de la jurisprudencia defensora no hacen más que aumentar el grado de putrefacción del propio Estado y de la misma Justicia que se envilece, como la monarquía, cuando se escuchan los alegatos de personajes togados defendiendo el absurdo.

No es saña contra la persona de Cristina de Borbón, cuya dignidad, no dinástica, sino simplemente humana, es ya intocable per se, como la de cualquier convicto o delincuente común o menos común. Por descontado que no debe ser insultada, ni humillada ni maltratada, sino simplemente condenada por su irresponsabilidad moral y cómplice con el saqueo de las arcas públicas y la evasión de impuestos.
Si Pantoja o Julián Muñoz han sido condenados por mucho menos, ella también, como Urdangarín, debe asumir su humanidad normal y los wiki-riesgos de las filtraciones del sumario. Cuando se ha delinquido a cualquier nivel, lo fundamental debería ser centrarse mucho más en las causas, consecuencias y responsabilidad de los actos punibles que en el hecho de que se filtren o no lo detalles de la causa judicial. Ser responsable penal de las propias debilidades en materia de trinque y descuido moral;  el precio que han pagado los españoles por los avatares personales de esta ciudadana no debe ser un derecho que ella tenga por naturaleza divina sino  el deber de la decencia responsable o, en caso contrario, pagar por la indecencia irresponsable. 
Si sólo por ser independentista en Euskadi te pueden enchironar sine die, sin matar, sin robar ni hacer daño al erario público en época de calamidades sociales cooperando a saco en el río revuelto de la corrupción del estado ¿no es justo que a cualquier miembro de una familia real que se comporta como a ojos vistas se ha comportado esta Infanta, se le corrija y se le obligue a devolver lo que su marido y ella han afanado del botín público? Ahora mismo la privacy ya no existe. Todo "secreto" por bien guardado que se encuentre, está a disposición de todos sin que ninguna autoridad de este mundo lo haya podido evitar hasta hoy. Y más si el secreto lleva consigo el tintineo de la pasta millonaria y el pestazo a podrido de la corrupción. Hay mails por todas partes, facturas, firmas, notarios arrepentidos por presiones de "la justicia" y su venda en los ojos, discos duros destruidos y papeles triturados cuya presencia ausente es seguramente peor enemiga del delincuente que loos  contenidos missing, pagarés y recibos de cómplices desconfiados o defraudados, líos de faldas con billeteras y maletines de por medio y secretarias despechadas o mal pagadas o esposas celosas y hartas de cuernos...Con internet y sus redes de por medio, robar a lo bestia, no tener vergüenza y seguir siendo la crème de la crème, como siempre se había hecho,  está empezando a ser un negocio de demasiado riesgo y estrés para estas élites tan poco perspicaces, que aún no han tenido tiempo de caer en la cuenta con el ajetreo de tanta jet al retortero, de que ya no vale la pena seguir en el mismo plan. 
Si la señora de Urdangarín y su esposo devuelven todo lo que se han llevado, piden perdón por sus malos modales éticos, cambian el punto de mira y se humanizan, ya estaría cumplido con creces el objetivo de la Justicia y del Derecho.

No hace falta que vayan a la cárcel si las penas pueden ser sustituidas por trabajos de integración social que les reeduquen y les den la formación ética de la que, a ojos vistas, carecen. Basta con la asunción adulta de la responsabilidad culpable, que, en efecto, la Infanta ya la tiene encima haga lo que haga y más la tendrá cuanto más se escaquee de aceptar lo que ha hecho y el Estado se emperre en cooperar con tanto fervor en el  fiasco de su 'salvación', y además debería recibir un tratamiento formativo y terapéutico donde también le enseñen a distinguir dónde, cómo y con qué es lícito enriquecerse y donde una persona honesta no debe nunca participar para ganar dinero fácil por medios enlodados por mucho que le ofrezcan y sencillo que se lo pongan. Tal vez un par de añitos echando una mano a Manuela Carmena en El Gallinero o a Enrique de Castro en Entrevías, les cambiasen el modo de ver la realidad y la gravedad de sus faltas éticas, sociales, financieras y penales. Su falta de compasión práctica por el prójimo y de sensibilidad colectiva. 

Hay inocencias, Iñaki, que no es posible presumir porque no se dejan. Y en esos casos lo mejor y más positivo para la propia acusada es aceptar con madurez adulta y  sabiduría las consecuencias directas de su manera de equivocarse, teniendo en cuenta precisamente quién es y de dónde viene lo suyo. En la justicia debe actuar el mismo mecanismo que en el sistema fiscal de impuestos justos: los que más reciben ( en educación, cultura beneficios y sistema de vida) y más privilegios tienen, más deben pagar. Es lo justo. Cuestión de lógica y de humanidad. Y de haber perdido la inocencia desde que aceptó la trama de la jaula de oro como modus vivendi sin plantearse si hay otras maneras más decentes y dignas de vivir para un ser libre y con tantas facilidades con que  lograr un estado de conciencia y conducta mucho más lúcido y honesto que el demostrado hasta ahora.

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