viernes, 16 de agosto de 2013

Pedazo de artículo. Moncho Alpuente, como el buen vino, se supera con los años

El móvil del crimen

 por Moncho Alpuente
16 ago 2013
Ese aparato, esa prótesis que nos acompaña a todas partes, ese trasto que abulta en el bolsillo o se pierde en las profundidades del bolso, ese juguete imprescindible cada vez se parece más a la pulsera electrónica que les  atornillan a los delincuentes para tenerlos controlados en todo momento. Las grandes compañías que tienden las redes informáticas, nos tienen atrapados como insectos y seducidos por los atractivos señuelos que han repartido por su tela de araña. El teléfono móvil como el ordenador o la tableta nos ata y nos desata, nos da cuerda o nos estrangula un poco más. Siempre desconfié y sigo haciéndolo de tanta aplicación gratuita, de ese gratis total que facilitan los grandes operadores. Dudo de su gratuidad y dudo de los fines que pretenden con tanta generosidad y dispendio. Las redes nos dan información ajena a cambio de disponer de la nuestra. Lo comido por lo servido. A cambio de sus atractivas ofertas nos convertimos también en mercancía y entramos en un juego perverso que no ofrece más salidas que del ostracismo y el aislamiento. La felicidad, dice un proverbio chino, consiste en que te guste todo lo que te resulta imprescindible. Jodido estoy, pero contento, porque no puedo desprenderme del bendito, maldito, invento y he decidido rendirme a la evidencia.
He soñado muchas veces (y usted también, no lo niegue) con un mundo sin cobertura, sin redes ni ataduras, un Shangri. La pretecnológico, bucólica utopía en la que ni usted  ni yo no viviríamos más de unas semanas, un tiempo insuficiente para quitarnos el mono de encima, el síndrome de abstinencia digital. “De perdidos…Alpuente” es el lema que campea en mi escudo heráldico (Puente de plata en campo de gules). Fiel al axioma he decidido, casi voluntariamente, dejarme espiar. Espíenme cuanto quieran, la mayor parte de lo que maquino suelo ponerlo por escrito y publicarlo, y en cuanto a mis conversaciones telefónicas, escuchen a placer, ese placer que llaman del masoquismo. Si quieren transparencia, aquí la tienen a su completa disposición, o casi porque cuando conspiro suelo utilizar el boca a oreja o los “pizzini”, esos papelillos manuscritos con los que se comunican los capos mafiosos para no dejar huella. Si quieren espiarme tendrán que movilizarse, no les bastará con sentarse delante de una pantalla y teclear mi nombre. Les deseo un doloroso síndrome del túnel carpiano y algo de escoliosis en la chepa a estos corsarios y sicarios que comercian con nuestra identidad al servicio del mejor postor, jóvenes piratas en excedencia que cambiaron la libertad de los mares por un trabajo fijo remando en galeras de mucho porte patrocinadas por grandes empresas o pútridos gobiernos, que viene a ser lo mismo, porque desde que los papeles del Wikileaks afloraron, sonrojando a los democráticos líderes de  Occidente, la colaboración entre gobiernos y empresas privadas, entre tecnología y política, se ha intensificado hasta el punto en que se han borrado (si es que alguna vez las hubo) las fronteras entre lo público y lo privado.
Espíenme cuanto quieran pero por favor no molesten, no me agobien con sus “spams” y sobre todo no me llamen por teléfono. Quienes más llaman por teléfono, de forma reiterada y a horas siempre intempestivas son precisamente las compañías de telefonía móvil para quitarles clientes a las empresas de la competencia, se nota que las llamadas les salen gratis, aunque algo deben cobrar los telefoneantes. Si cobran a tanto la pieza atrapada, me compadezco de su calvario y sufro por ellas y por ellos. Debe ser frustrante que te cuelguen el teléfono con tanta frecuencia, pero yo lo hago por ellos para que no pierdan el tiempo y no gasten saliva inútilmente.
No estamos paranoicos es que nos persiguen, la conspiración no es solo una teoría y el espionaje ya no está en manos de agentes al servicio de Su Majestad o de la república. Desde hace unos meses los agentes del Centro Nacional de Inteligencia (sic) pueden pluriemplearse en sus ratos libres y dividir sus lealtades entre la Coca Cola y la Patria, Microsoft y la Corona. Los espías, a los que pagamos entre todos para que nos protejan están facultados para vendernos como mercancías del comercio global. Espero que algún día nuestro CNI empiece a cotizar en bolsa como una empresa de lo más rentable.

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