jueves, 26 de enero de 2012

La sentencia popular. ¡Pos que viva Pancho Villa, manitos!

Ayer se hizo pública la sentencia del jurado "popular" en el caso Camps. Resultado barruntado y temido por los ciudadanos, como una premonición casi segura; unos con aceptación, otros con indignada vergüenza ajena, según en qué estado se encuentre el listón despierto de las conciencias.

Desde hace años los mandatarios peperos de Valencia se han empleado en una tarea especialmente útil para la manipulación, que consiste en ir identificándose como símbolos de la quintaesencia valencianista, como los buques insignia de la valencianidad y de la patria chica, de tal modo que a lo largo y ancho de cuatro legislaturas han logrado una plena simbiosis representativa, incardinada, fundida en víscera, a golpe de petardo y de falla estrepitosa, a golpe de mandoble sin pagar, golpe de escurridizas maniobras oscuras de evasión irresponsable y despilfarradora, corrupta hasta las cachas, que han dejado la Comunidad en bancarrota.
Cuando por fin parece que el PP nacional ha descubierto un poco de sensatez y decide que se abra el proceso que imputa a Camps como cabeza visible y trajeable de la corruptosis pandémica de la región, se elige un jurado "popular", algo que ya en su propio nombre resume el contenido de la posible "sentencia". Si a este pueblo jaranero, chisgarabís y meninfot que ha votado y vota en mayoría aplastante por la corrupción personificada convicta y confesa, se le deja la responsabilidad de dar un veredicto sobre el chamán de la corru-tribu, o de la mafia gurtelera, presidida con toda propiedad por Don Vito Correa, ¿qué otra cosa podría haber hecho coherentemente sino declararle libre de todo cargo y de toda responsabilidad civil y penal? ¿Cómo se puede pensar que los súbditos y los fans, condenen las fechorías que ellos mismos consideran virtudes y buenhacer político de sus ídolos y gestores valencianos de pro, frente a un poder central que no tiene ni idea de lo que es ser un oriundo del paraíso de la horchata, los fartones, los toros embolaos, la tomatina y la paella? La verdadera sorpresa hubiese sido lo contrario. Que un jurado de tal laya hubiera podido reconocer el delito de choecho y prevaricación en lo que sus miembros consideran la "normalidad" absoluta.
Hé ahí el resultado. El ecce homo, pero al reves, ecce populus. Una sociedad hecha un cristo. Una ética crucificada y abofeteada, una moral apaleada y una decencia coronada de espinas. Un futuro alanceado y sometido a dieta de sal y vinagre. Una pasión sin todas las de la ley. Sin nada de ley. Un bochorno nacional e internacional, como el caso Garzón. Una mascarada carnavalesca y patética como el caso Camps.

Es posible que después de la exhibición judicial de las escuchas, de los testimonios vergonzantes de los implicados pillados en infragancia flagrante, de la actitud inmadura e inexplicable, grotesca, en una persona adulta, la del "honorable" Camps, el veredicto del jurado no sea precisamente un regalo piadoso, sino una especie de escupitajo irrisorio en la cara inalterable de la realidad y de la historia de la democracia.
Hay formas de vida, de relación interpersonal y de manejos tan repulsivos como ridículos, que son peores que una condena. Que retratan al sujeto en cuestión mucho mejor que cualquier etiqueta penal o punitiva. Camps no irá a la cárcel por esa ristra de majaderías filoprevaricadoras, guarretonas e insinuantes de lo peor mientras se demuestra y se desnuda lo más zafio y vil en que puede derivar la locura de las ambiciones, las pasiones y los entuertos del poder, pero quién sabe si un día, quizás no muy lejano, el inútil y desestructurado stripper Camps, no lamentará amargamente ese scanner público de sus harapos morales, dejados a la intemperie de la cutrez y del apaño de un "jurado popular". De un espectáculo rufianesco, desvergonzado y digno del lumpen más pringoso. Y quien sabe si el PP no terminará lamentando también ese mismo episodio surrealista que le minó los cimientos para siempre, tanto de la credibilidad, como de la capacidad para distinguir un kirie de un amén.

Por lo pronto hay un veredicto ciertísimo e inapelable: la condena a cadena perpetua -y quién sabe si no será además una condena a muerte- de la honestidad. De la honorabilidad. De la honradez. De la coherencia. Honorable. Un adjetivo que de ahora en adelante deja de ser la denominación de origen aplicada a un cargo tan corrompido y a una historia tan lamentable. Impensable en cualquier democracia real. En cualquier sociedad que esté sana y no in articulo mortis.

Honestas et conscientia valentianorum, requiem aeternan. Mortuae sunt. Quoniam sepultae. (Traducción para alumnos de la LOGSE: Requiem por la honestidad y la conciencia de los valencianos, porque están muertas y por eso enterradas.
Et lux perpetua luceat nobis, ( y que la luz eterna brille para nosotros) porque nos va hacer mucha falta si queremos salir de este pozo negro y pestilente.

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