jueves, 6 de agosto de 2009

La única hora buena

Había una vez un prestamista muy cruel que cobraba intereses elevadísimos por sus préstamos a la gente que tenía dificultades, sin pensar jamás en el dolor y la angustia que causaba su avidez despiadada.
Un día se presentó de repente en casa de un labrador, que tras un año de sequía y de inundaciones alternativas, se había arruinado y había perdido la cosecha entera.

"Vengo a que me pagues la deuda que tienes conmigo", le dijo ásperamente. "Ahora, no sólo me debes lo que te presté, más los intereses, sino también el recargo de un 50% más , por el retraso".

La suma era tan grande que el pobre labrador no podría pagarla en toda su vida, ni aunque sus cosechas fuesen extraordinarias. "Si no bajas el precio del recargo y el de los intereses, que has ido subiendo en este tiempo, no podré pagarte nunca"-le dijo.

"Ya veo que no me vas a pagar y como me lo temía, ya vengo preparado, además de quedarme con tu ganado, tus tierras y tu casa, he traído estas dos maletas bien grandes para llevarme todos los objetos de valor que encuentre".
Dicho y hecho. El prestamista llenó las dos maletas con todo lo que encontró en la casa, que pudiese tener algún valor, pero al intentar levantarlas no pudo, a causa del peso de todo cuanto había cogido.
Necesitado de ayuda para transportar su voluminoso equipaje, la pidió en el pueblo, pero nadie quiso ayudarle. Por fin, apareció un hombre dispuesto a hacerlo. Era un ermitaño, que desde hacía mucho tiempo vivía en una casita en las afueras y que habiendo escuchado a la gente comentar el caso, se prestó a hacer aquel servicio sin cobrar nada a cambio, pero con la condición de que durante el camino, o bien el prestamista alabase y bendijese a Dios o bien, le escuchase a él alabarLe y bendecirLe. El prestamista accedió encantado, pues si además de llevarle las maletas, aquel tipo le divertía con sus excentricidades, miel sobre hojuelas.
Y así emprendieron el camino hacia el pueblo del prestamista que estaba a unos cuantos kilómetros. El ermitaño, en vista de que el otro no decía nada, comenzó a hablar acerca de las maravillas de Dios, de su bondad, de su ternura, de su compasión, de su sabiduría, de su justicia siempre clemente...Según hablaba su fuerza y su vigor aumentaban, ni el peso, ni el calor, ni el cansancio tenían poder sobre él y eso que ya era casi anciano. Mientras le hablaba de Dios, le llegó un conocimiento sobre la vida de aquel hombre y supo que aquel encuentro podría ser providencial porque el prestamista moriría dentro de pocos días.

Al llegar ante la casa, finalizado el camino, el ermitaño le dijo al prestamista que moriría dentro de ocho días y que salvo la hora que había pasado en su compañía escuchando las bondades de Dios, no había en su historia personal nada más que valiese la pena e inclinase la balanza cósmica a su favor. Y que cuando los ángeles de la muerte le preguntasen si quería la recompensa por esa hora antes o después, les dijera que antes y que les pidiese que le dejasen en compañía del ermitaño durante ese tiempo de gratificación. Y que en cuanto al resto, ya lo vería por sí mismo.

El prestamista no entendió nada, pero a los ocho días murió. Y los ángeles de la muerte le colocaron ante la balanza de la conciencia, donde está el Señor del juicio particular. Allí se examinaron los registros de su vida y lo único bueno que encontraron fue aquella hora en que acompañó a un amante divino que le llevaba las maletas de su culpa. Por aquel tiempo sagrado que había compartido le correspondía un tiempo igual de recompensa, entonces le preguntaron si la recompensa la quería inmediatamente o prefería dejarla para después. Ahí recordó las palabras del santo y eligió la recompensa inmediata. "La quiero ahora, y, por favor, llevadme junto al hombre que me acompañaba entonces".
Inmediatamente se vio al lado del ermitaño, que fuera del tiempo y del espacio, estaba cantando y contemplando la grandeza del amor de Dios.

"¡Hermano, estás aquí!"-dijo el ermitaño.
"Sí, me han traído para pasar una hora contigo, pero los ángeles de la muerte están esperándome fuera"
"No te preocupes -dijo el santo contemplativo- y acompáñame mientras la alabanza reconoce y celebra las bondades del Señor". La luz que emanaba el hombre de Dios se expandió en todo y el prestamista lleno de ella, comenzó también a bendecirle y a reconocerle, su estado cambió por completo y en unidad con el santo se fundía en el amor divino. En vano los ángeles de la muerte insistían en llamar al prestamista para que les acompañase. Aquél no les podía oír ni ver. Estaba en un plano distinto al que los ángeles de la muerte no tenían acceso. Frustrados, fueron a contarle al señor del juicio lo que ocurría. Y éste les contestó con palabras del Adi Granth :

"Escuchad, mensajeros de la muerte:no os acerquéis
nunca a un Santo. Los Santos siempre están unidos
al Señor en alabanza, acción de gracias, gozo espiritual
y contemplación profunda, aún en medio de la actividad
en el tiempo y en el espacio, ellos conservan su alma,
su mente y su corazón, siempre en el seno de Dios .
Ni vosotros ni yo podemos nunca
entrar en esa dimensión, porque nos transformaría
y no podríamos ya cumplir nuestro cometido cósmico
en el orden de los planos inferiores.
Una vez que se entra en esa esfera
nunca más se puede salir.
Tal es la felicidad y plenitud que se alcanzan".


Por eso los amantes de Dios nos dicen que un momento de fusión completa en el Amor Divino es más valioso que cualquier cosa de este mundo. Por eso quien lo ha probado nunca vuelve a ser el mismo. Una mirada de Dios tiene el poder de transformar el plomo de la debilidad claudicante en el oro del infinito .



Sanai-ben-Syphanì "Cuentos Místicos"

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