En mi camino he optado por los valores. Llamo valor a toda cualidad que hace crecer y que hace comprender , que amplía el ámbito de la conciencia y nos ayuda a superar las limitaciones de nuestro egoísmo, sea personal, asociativo, corporativo,familiar, religioso, polítco, etc.
En el campo de las reivindicaciones justas, del trabajo solidario que requiere la cooperación y no el enfrentamiento, en el diálogo entre distintas opciones, en la responsabilidad personal y compartida, creo que está la clave del progreso. Pero siempre, dentro de la disciplina de la ética, escrupulosamente respetuosa, capaz de escuchar, de pensar sin prejuicios y de reflexionar sinceramente. Con honestidad. Capaz de admitir lo distinto sin miedo alguno a perder nada si se ve más lejos y se descubre que aún tenemos mucho que aprender los unos de los otros y que nada está determinado ni es mejor porque sea lo "mío". Y que he podido estar equivocándome durante mucho tiempo y que se puede rectificar a través de un proceso de maduración personal. Nunca por imposición. Nunca por obligación. Nunca por temor ni por quedar bien, ni por respoder a las expectativas que otros puedan tener sobre uno mismo.
Los valores, como las plantas el riego, necesitan el aire fresco de la libertad. No entedida como capricho y ramalazo libertino, sino como responsabilidad y riesgo. Ser libre significa ser consciente de los resultados de las propias decisiones. Y asumirlos. Eso reuqiere un proceso de selección. Una vía de inteligencia y de hondura cognitiva.
Ser animales bípedos y erectos, pensantes mecánicos, sin conciencia desarrollada, no nos convierte en humanos. Aunque hagamos lo que nos gusta y no seamos capaces de admitir lo que no produce placer inmediato o requiere un esfuerzo o un sacrificio necesario. Para ser humanos de verdad necesitamos desarrollar el órgano de la libertad responsable. La libertad superior.
Por todas estas razones nunca he sido ni seré comunista, ni fan de las falsas libertades de la plutocracia etnocéntrica que ahora gobierna el mundo. Entre esas dos pulsones la humanidad está perdiendo el alma, que es la vía de salida de la caverna ancestral.
Pertenzco y perteneceré a la humanidad de los valores eternos. Al estado de gracia y de justicia que se deriva del amor a los semejantes através del bien común. De la maduración de la sustancia humana através de la solidaridad, de la bondad, de la denuncia de lo que no funciona, del diálogo,de la proximidad, de la amabilidad, del ánimo y de las ideas para mejorar. De al responsabilidad en vez del castigo inúitil que sólo genera delincuencia y rencor, resentimiento e incomprensión.
No soy de nadie. De ninguna ideología. De ninguna escuela. De ninguna facción. Y soy de todos. No puedo concebir la enemistad, aunque las diferencias me parezcan importantes y necesarias para poder crecer y elegir. Por eso no tengo miedo nunca. A pesar de que el mundo muestre lo peor que tiene en el catálogo de los horrores. Sí tengo prudencia porque no quiero herir a nadie con agresiones o con desprecio. Son mis iguales. Y el daño que sufriesen por mi causa sería mi daño, por eso mismo el daño que me intentasen hacer, tarde o temprano, sería el suyo. Una dinámica absolutamente inútil y estúpida.Indigna de seres inteligentes y avanzados.
En fin, que gracias, Marcelino Camacho, por tu existencia, porque tu bondad como hombre justo no se eclipsó con la militancia política y sindical. Por eso quedas como un símbolo de inteligencia vital y de bondad serena, en medio de un tiempo surrealista y arbitrario, donde la humanidad ,como Ulises, a trancas y barrancas, intenta encontrar la salida de la gruta del cíclope. Aunque para eso deberá amarrarse al mástil del barco de la evolución y pasar del canto de las sirenas irreales que el egoísmo salvaje no deja de entonar en el mar de la confusión.
Y ahora que estás en el cielo de los hombres y mujeres buenos, ora pro nobis, querido hermano Marcelino.