George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
miércoles, 25 de noviembre de 2015
La taberna de "Costa Jamaica"
(a Maritiña, in memoriam)
Aún me despierta a veces
aquella voz de fumadora triste
entre muebles Imperio y abandono.
Imagino sus dedos afilados en brillo carmesí,
los vapores viscosos de ambientador, chaneles
y tinto de Rioja; aquel mirar huído
de fragata y espectro,
resaca encuadernada en nicotina
y el ancaje marfil de la mañana
cubriendo de ceniza los marcos de carey.
Hacia las dos, con mimo y sentada al piano,
bajo el sol del salón empapelado
repetirá el flagelo de cada soledad
con ritmo de Chopin y pasodobles.
Y luego bajará las escaleras
con pie titubeante y voz de ficus
para buscar consuelo entre réquiem y kleenex
dejándose la agenda del olvido
en el supermercado
y sofocando a medias otra noche de horror,
delirium tremens, tacos y padrenuestros
con sorbos de coñac y tanto miedo al miedo
que el suelo y las paredes del insomnio
se vuelven compasión y la sostienen
hasta que llega el alba y ella vuelve a pintarse,
a enmascarar la nada en el lugar de nunca.
Canta de cuando en cuando al abrir el balcón
y es en sus tonadillas tristes y atemporales
de guiño disidente,
donde suele contar eso que nunca dice
y la va suicidando desde dentro.
Es en esos momentos patéticos y hermosos,
privados de pudor y cortesía,
cuando se vuelve eterna sin saberlo,
se desnuda de pronto, se limpia y se agiganta
mientras riega un helecho en el patio interior.
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