Como la luz de una vela
Pobreza energética, paro estructural, familias donde ningún miembro percibe un salario, números miserables que alumbran y se apagan en un instante, como la luz de una vela en una casa helada donde la lluvia se cuela por las ventanas
Vivimos tiempos apasionantes, escucho a diario, y es cierto. La situación política más interesante desde la Transición,
un desafío que exige altura de miras, un instante decisivo, cuyos
aciertos o errores definirán el futuro del Estado y de las generaciones
venideras.
En mi casa, donde no entra la lluvia, donde los radiadores calientan, donde la nevera enfría y está llena de comida, las convulsiones del presente inmediato me tienen en vilo. Pero de vez en cuando algunas cifras desnudas, afiladas, encuentran un hueco entre el bombo y los platillos de la transcendencia, de los grandes gestos y el sentido del Estado.
Pobreza energética, paro estructural, familias donde ningún miembro percibe un salario, números miserables que alumbran y se apagan en un instante, como la luz de una vela en una casa helada donde la lluvia se cuela por las ventanas. Son españoles, incluso catalanes, pero no apasionan a nadie, porque se repiten mucho, son demasiados, y no acaban de encajar en el discurso de las palabras solemnes y las declaraciones históricas.
Me pregunto qué opinarán ellos de todo esto. ¿Les importará la independencia de Cataluña, los nuevos modelos de Estado, la composición de los tribunales que juzgarán a los corruptos, los recursos al Constitucional? No lo creo, porque ellos también viven en un instante transcendental, solemne, decisivo. Afrontan el desafío de poder encender la calefacción o no el mes que viene, ni más ni menos. Si cada uno tiene derecho a escoger su propia patria, la mía es la suya, se llame como se llame.
En mi casa, donde no entra la lluvia, donde los radiadores calientan, donde la nevera enfría y está llena de comida, las convulsiones del presente inmediato me tienen en vilo. Pero de vez en cuando algunas cifras desnudas, afiladas, encuentran un hueco entre el bombo y los platillos de la transcendencia, de los grandes gestos y el sentido del Estado.
Pobreza energética, paro estructural, familias donde ningún miembro percibe un salario, números miserables que alumbran y se apagan en un instante, como la luz de una vela en una casa helada donde la lluvia se cuela por las ventanas. Son españoles, incluso catalanes, pero no apasionan a nadie, porque se repiten mucho, son demasiados, y no acaban de encajar en el discurso de las palabras solemnes y las declaraciones históricas.
Me pregunto qué opinarán ellos de todo esto. ¿Les importará la independencia de Cataluña, los nuevos modelos de Estado, la composición de los tribunales que juzgarán a los corruptos, los recursos al Constitucional? No lo creo, porque ellos también viven en un instante transcendental, solemne, decisivo. Afrontan el desafío de poder encender la calefacción o no el mes que viene, ni más ni menos. Si cada uno tiene derecho a escoger su propia patria, la mía es la suya, se llame como se llame.
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