El miedo se impone, pero el respeto se conquista, y no cabe confundirlos
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“No hay nada más despreciable que el respeto basado en el miedo” (Albert Camus).
Las dimensiones del respeto van del miedo a la veneración y no deben confundirse. El primero se impone y la segunda se conquista, exigiendo además una inexcusable simetría.
Juan Antonio Rivera argumenta en su excelente libro “Moral y Civilización” que la ética tiene un desarrollo histórico. Al comienzo habría funcionado muy bien la empatía en grupos pequeños y eso habría marcado el éxito evolutivo de la especie humana. En sociedades más complejas a esta moral cálida hubo que anteponer otra más fría, la del respeto. Ya no se trataba tanto de ayudar, cuanto de no molestar o entorpecer. El espíritu socialista se vio cambiado por otro de corte liberal. Dejar en paz era entonces lo primordial. Este trazo grueso hace un buen diagnóstico a grandes rasgos.
Kant lo tenía muy claro. Había que respetar al deber, es decir, a una ley moral que suscita un sentimiento de veneración. En teoría esto nos hace respetar a los congéneres, que por ser tales tienen una dignidad y no un precio de mercado. Su valor es único e imposible de tasar. Todo ser humano tiene la condición de persona y no de cosa, por lo que no cabe instrumentalizarlo únicamente como un mero medio, aunque cualquier interacción humana tenga de suyo un inevitable componente instrumental con una u otra intensidad.
Todo ser humano tiene la condición de persona y no de cosa, por lo que no cabe instrumentalizarlo únicamente como un mero medio
A Kant siempre se le ha reprochado esta frialdad y dar de lado a los afectos. Entendía que somos demasiado egoístas como para poder orientar nuestras inclinaciones en favor de los demás. Por eso Schopenhauer veía la compasión como el gran misterio de la ética. Con todo, el catecismo ético de Kant recomienda buscar la perfección propia y la felicidad ajena. Bajo su óptica no vale adoptar pautas ajenas y solo debemos obedecer a nuestros propios criterios, pensando por cuenta propia cómo aplicar a cada caso concreto una norma que pudiera valer para cualquiera en cualquier circunstancia. Ese mecanismo impone que adoptemos el punto de vista del otro y que obremos en consecuencia, por acción u omisión, pace “Hacer no haciendo” de Antonio Muñoz Molina.
La coraza del respeto habría de protegernos a todos por igual. Pero aquí sucede lo mismo que con la libertad. Esta no se da en abstracto y requiere de unos asideros materiales para ser puesta en práctica. Los ultraneoliberales enarbolan la bandera de una falsa libertad, al no reparar en que las desigualdades promueven mayores márgenes de libertad para unos pocos, mientras merma las posibilidades de una inmensa mayoría. Se oponen a las enseñanzas del Dilema del Prisionero y la Teoría de Juegos. Imponen que se respeten sus reglas, aquellas que les favorecen, reprimiendo con saña que puedan verse puestas en tela de juicio. El colmo es conceder inmunidad a quien dista mucho de merecerla por un comportamiento irresponsable.
Las desigualdades promueven mayores márgenes de libertad para unos pocos, mientras merma las posibilidades de una inmensa mayoría
Reclamar un respeto inmutable al orden jerárquico es propio de la mentalidad religiosa o militar, pero no se debería invocar tamaña barbaridad en otros ámbitos, donde lo suyo sería respetar más bien los mejores argumentos o las hipótesis mejor contratadas provisionalmente. Los argumentos de autoridad no merecen ningún respeto y las personas que se parapetan tras ellos no pueden demandarlo por el mero hecho de ostentar cierto cargo. Cuanto mayor sea el mando en plaza, tanto más grande será el número de cuentas a rendir. Avasallar demandando respeto es una contradicción en los términos, porque no hay respeto posible sin mediar una mínima simetría entre las partes.
La instancia superior debe derrochar enormes dosis de respeto hacia las inferiores y atender con el debido respeto las reclamaciones que se cursen desde abajo. A cualquier escala el poder debe ser ante todo respetuoso con quienes padecen su aplicación, lejos de reclamar un inmerecido respeto a eventuales avasallamientos. El Diccionario de la RAE lo deja muy claro, al definirlo como “sentimiento que se tienen hacia alguien o algo y que hace que se les trate con atención y cuidado, y que se les reconozca un mérito o valor especial”. ¿Acaso cabe respetar los atropellos o las violaciones de cualquier derecho? Los abusos imponen otro tipo de respeto, el propio del miedo. Conviene quitarse los miedos y mostrarse irrespetuoso contra las faltas de respeto hechas desde arriba.
Reclamar un respeto inmutable al orden jerárquico es propio de la mentalidad religiosa o militar, pero no se debería invocar tamaña barbaridad en otros ámbitos
Por añadidura, me parecería una pésima noticia que algo como el respeto, nacido para operar en situaciones de gran complejidad, vertebrará las relaciones de grupos más pequeños donde cabría esperar ver comparecer al compañerismo, sobre todo en el terreno profesional. El cariño y los afectos tienen sus propias reglas, adoptadas voluntariamente por quienes lo profesan o reciben. En cualquier caso, el respeto es algo que se conquista por merecimiento y no puede imponerse sin más. Hay que respetar el significado del término “respeto” y no tomarlo a la ligera, pudiendo convertirlo en una herramienta irrespetuosa para con quienes no temen las consecuencias de sus discrepancias.
El respeto requiere una estricta simetría y no cabe utilizarlo a modo de comodín para faltar al respeto, reclamándolo sin tomarse la molestia de practicarlo para con los demás. Tampoco debería reemplazar a reglas de juego más que lamentables en ciertos foros. Ese trueque no suele ser un buen síntoma dentro del vasto universo de las relaciones humanas. No hay que confundir el miedo con la veneración, aunque ambas cosas puedan decirse con una y la misma palabra del “respeto”.
Permítaseme celebrar con este artículo el 235 aniversario de la Revolución Francesa. Su triada reclama fraternidad, junto a libertad e igualdad, todo lo cual merece un inmenso respeto.
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