Lo que destruyen
Se puede ser un ciudadano dignísimo y un profesional reputado sin
una oposición y un político, legítimo y valorado, sin una titulación o
un máster universitario
Ahí reside la inmensa gravedad de lo que arrebatan, en que ni siquiera les es imprescindible o necesario
Ahí reside la inmensa gravedad de lo que arrebatan, en que ni siquiera les es imprescindible o necesario

Lo que destruyen, lo que
dañan, lo que emponzoñan supera con mucho al bien injusto que reciben.
Durante los últimos meses este diario, a través de muchas voces y
distintos profesionales, ha estado arrojando luz sobre varios casos que
tienen claros visos de corrupción institucional y que coinciden en su
fondo que no es otro que la aceptación por parte de personas con
responsabilidades públicas de tratos de favor y situaciones de ventaja o
privilegio sobre el resto de los ciudadanos en función de su posición
como tales. El Caso Cifuentes, el Caso Casado y el Marchenagate
comparten esta misma condición. Los valores que están en juego son los
mismos, y la aclaración y purga de lo sucedido es la única forma de
salvaguardar el patrimonio de cientos de miles de personas de este país,
los que obtuvieron esos títulos y plazas con su trabajo, y la dignidad
democrática basada en la cultura de la igualdad ante la ley, del mérito y
del esfuerzo.
La proliferación de casos sospechosos de este tipo de corrupción no es
casual. Responde a una sensación de impunidad y a una falta moral básica
por la que se entiende que, si uno mismo no realiza los pasos
necesarios para construir de forma anómala aquello que desea, no tiene
nada que temer ni que reprocharse. La sensación de impunidad abarca a
tres tipos de individuos: los que aceptan el trato de favor y los que
están dispuestos a dispensarlo, en los que sin duda late la intención de
ir a recibir a su vez, cuando corresponda, algo de su interés a cambio
y, por último, los que lo silencian o tapan. Así es como se chalanea y
se mercadea con bienes comunes que, no representando un valor dinerario
inmediato, parecen no tener que comportar reproche moral o ni tan
siquiera legal para algunos. Parecen obviar incluso el desvalor, también
económico, que se produce para todos aquellos que ostentan los mismos
títulos o sirven las mismas plazas habiéndolas obtenido sin ninguna
sombra de duda respecto a su esfuerzo y a la igualdad. Devaluar un
título de máster o la forma de acceso a los puestos de fiscal o juez
produce un perjuicio evidente a todos aquellos que los tienen de forma
lícita.
En términos morales no se alcanza a entender cómo hemos
arribado a un estadio en el que un servidor público, del tipo que sea,
no asume que no sólo no puede obtener ventaja por su condición, sino
que, más allá de eso, tiene que huir de todo aquello que parezca
comportarla. Que parezca acarrearla incluso. La mujer del César. Las
caras deberían desplomarse de vergüenza como le sucedió a Zu Guttenberg,
fíjense que precioso nombre para respetar lo escrito, el ministro de
Defensa alemán que siendo el niño bonito del público -con un 70% de
valoración, a leguas de Casado- dimitió cuando se descubrió que había
plagiado el 20%de su tesis o Pal Schmitt, presidente de Hungría o
Annette Schwan, ministra de Educación alemana o Victor Ponta, ex primer
ministro rumano. A todos les pilló el mismo tren, que fue el del
prestigio del doctorado universitario en los países centroeuropeos y el
de haberlo obtenido con trampa. Sólo por esas caídas el doctorado sigue
resplandeciendo en los currícula de los que no la hicieron.
La trampa. No hacerla, no propiciarla y no taparla.
La ignominia de quienes se quieren aprovechar de un prestigio que no
han logrado para sí o para los suyos y que no sólo les alcanza a ellos
sino también a quienes les ayudan a hacerlo y a quienes callan, por
miedo o por interés, y no quieren descubrirles.
Y ahí
se engloban los profesores y directores de Escuelas Judiciales, los
directores de másteres de universidades públicas, los vocales del CGPJ,
los profesores de la Universidad Rey Juan Carlos, los que ocupan puestos
en los ministerios que tuvieron que refrendarlos, los que no recuerdan y
los que no denuncian, los que no quieren investigar, los que miran para
otro lado: todos ellos destruyen el esfuerzo de los que sí lo hacemos.
Sin detrimento de las responsabilidades de índole legal o penal en las
que incurran, todos ellos están robándonos algo. El ingeniero Teodoro
García, cuando dice que investigar si te han regalado un máster por la
jeta es una anécdota o las Asociación Profesional de la Magistratura o
la Asociación de Fiscales, cuando sabiendo, porque no pueden ignorar,
las sombras que se ciernen sobre algunas cosas se ponen de perfil o
ignoran los problemas. Todos ellos están destruyendo el esfuerzo de
tantos.
Se puede ser un ciudadano dignísimo y un
profesional reputado sin una oposición y un político legítimo y valorado
sin una titulación o un máster universitario. Ahí reside la inmensa
gravedad de lo que arrebatan, en que ni siquiera les es imprescindible o
necesario.
No importa a quién beneficie o a quién
perjudique. No importa quién gane o quién pierda. Da igual el signo de
quién de ello saque tajada. Lo que destruyen nos afecta a todos y sobre
todo a todos aquellos cuyo único patrimonio es el conquistado
limpiamente con su esfuerzo intelectual, muchas veces a cambio de un
gran sacrificio personal. El ascensor social del mérito. Eso es lo que
están dilapidando. Eso es lo que están robando. Eso es lo que están
destruyendo. Dadles paso y en pocos años ni vuestro esfuerzo ni el de
vuestros hijos servirá para nada.
Lo que destruyen es
la creencia básica de que hay barreras que no levanta ni la fortuna ni
el origen ni la casta y esa destrucción es tan demoledora que socava
cualquier democracia.
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