La obsesión de la inmigración está borrando las fronteras ideológicas y políticas entre la derecha tradicional y los partidos de extrema derecha populista. Solo España, Portugal, Irlanda y Grecia quedan de momento fuera del ojo del huracán

La segunda pregunta, intrínsecamente vinculada a la primera, y que hoy se está potenciando irracionalmente, es la inmigración. No se puede hablar con serenidad sobre este fenómeno, escandalosamente manipulado por ciertos medios de comunicación y la extrema derecha, y presentado como una amenaza existencial sobre Europa. Con cámaras y periodistas en las embarcaciones de los que intentan atravesar el mar, se transforma a acontecimientos poco significativos en una permanente marea humana televisiva. Una invasión. De ahí, temor de la “opinión pública”, más gasolina para la extrema derecha, cuando, en realidad, ha habido una reducción considerable de los flujos durante estos últimos tres años, lo que no significa, evidentemente, la inexistencia de la demanda migratoria.
Estos dos temas, económico y migratorio, están amenazando hacer estallar el proyecto europeo, pues la crisis actual los vincula irreductiblemente. La obsesión de la inmigración está borrando progresivamente las fronteras ideológicas y políticas entre la derecha conservadora tradicional y los partidos de extrema derecha populistas, del mismo modo que, en los años treinta del siglo pasado, sus predecesores utilizaban como chivos expiatorios a judíos, masones, gitanos y comunistas, siempre con la misma solución: exclusión y nacionalismo agresivo.
El temor a los que vienen de fuera es el precio de la crisis social provocada por la gestión ultraliberal
El resultado de tal victoria es la autorización de devoluciones de peticionarios de asilo e inmigrantes a Austria —en clara violación de los acuerdos de Dublín— o la derivación de los mismos a otros países. Austria, que ya desde 2015 había casi cerrado sus fronteras, promete expulsarlos (¿adónde?).
Esta estampida desembocará inevitablemente en el cierre de las fronteras internas de la Unión, el cese de los movimientos “secundarios” (los que entran legalmente en un país se dirigen hacia otro, pero son rechazados y tienen que volver al país de llegada) y fracturas de la Unión en tres partes: países del este (grupo de Visegrad); conjunto Italia-Austria-Alemania, y eje en torno a España, Francia, Portugal y Grecia. Los países del este, que no han acogido ni a un solo refugiado, practican, bajo los ojos consternados de la Comisión Europea, una política xenófoba en flagrante contradicción con todos los valores y principios de la Unión.
¡Imaginemos lo que significaría una victoria de todos estos países en el Parlamento Europeo!
La contienda de las próximas europeas, luego, será decisiva. Si gana la alianza ideológica, a veces disimulada, de las fuerzas conservadoras y de la extrema derecha populista, el proceso actual de renacionalización provocará imparablemente conflictos internos en la Unión Europea, siendo esta el objetivo fundamental de la extrema derecha, manipulando el fantasma de la inmigración.
Hay que combatir el discurso manipulador que se está apoderando del imaginario europeo
Hay que combatir sin cuartel el discurso falso, manipulador y demagógico que se está apoderando del imaginario colectivo europeo, creando una interpretación ficticia de la realidad, pues con una población global superior a 500 millones de habitantes, sólo han entrado de modo ilegal a la UE 200.000 personas durante 2017, entre las cuales muchas son verdaderos refugiados.
Lejos de hacernos caer en la paranoia, la demanda migratoria debe ser respondida tanto con una reforma de los criterios del sistema Dublín como, urgentemente, con una financiación europea suficiente para afrontar el tratamiento de las peticiones de asilo actualmente atascadas en los enjambres administrativos.
Por otro lado, resulta más necesaria que nunca la renovación de la política de cooperación al desarrollo para estabilizar a las poblaciones en sus países de origen. Este es el gran proyecto que urge construir en común. Y, en todo, defender la idea de política común europea frente al retorno de los nacionalismos excluyentes.
Sami Naïr es catedrático de Ciencias Políticas.
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