El indicador del próximo 17A

A finales de agosto del
año pasado recibí una llamada de Toni Güell, que forma parte de equipo
de Opinió del diario Ara, para preguntarme sobre la oportunidad de
solicitar públicamente una intervención del Rey, con la finalidad de que
con ella se pudiera reducir la conflictividad en Catalunya y se hiciera
posible la apertura de un espacio de diálogo. En el caso de que mi
respuesta a su interrogante fuera afirmativa, me pedía que me encargara
de la redacción del artículo.
No tuve que pensar ni
un segundo la respuesta. El Rey no debe intervenir públicamente en
ningún caso, le dije. Y en el caso de que lo haga, añadí, su
intervención no va a ser apaciguadora. Con la posición del Gobierno
presidido por Mariano Rajoy y con la presión de lo que Xavier Arzallus
llamó en su momento “la Brunete mediática”, era inimaginable que el jefe
del Estado tuviera una intervención pacificadora. Lo más que cabe
esperar es que no diga nada. Como hable, su intervención va a ser muy
dura.
Después del 3 de octubre recibí una nueva llamada de
Toni para darme las gracias por haber evitado la posición embarazosa que
hubiera supuesto para ARA la publicación de un artículo en el sentido
en que habían pensado.
Cuento esta anécdota para
indicar que todavía en el verano del año pasado en la opinión pública
catalanista existía la esperanza de que el Rey podía ser portador de una
posición moderadora del conflicto y podía posibilitar el diálogo. Ara
ocupa un lugar no menor dentro de los medios de formación de la opinión
pública en Catalunya. No todo el catalanismo estaba, pues, en posición
antimonárquica. Los incidentes del 17 de agosto eran expresivos de un
sector muy radicalizado y no del catalanismo en su conjunto. No se
identificaba al Rey con el presidente del Gobierno y no se lo
consideraba, en consecuencia, parte del conflicto.
Este es uno de los motivos por los que el discurso televisado del 3 de
octubre fue un error. A partir de ese momento el Rey pasó a ser parte
del conflicto, dificultando con ello encontrar una salida. Esa es una
parte importante de la peor herencia que Mariano Rajoy le ha dejado a
Pedro Sánchez. La primera tarea del presidente del Gobierno es
conseguir que, sin desautorizar al Rey, los ciudadanos de Catalunya
tengan la garantía de que el 3 de octubre no se volverá a repetir.
Para esto tiene que servir este próximo 17A. Aunque no se puede
garantizar que no se produzca ningún incidente, la posición que se está
abriendo camino es la de que sean las víctimas las protagonistas del
acto y que haya unanimidad en el rechazo del terrorismo y en la
expresión de solidaridad con las víctimas. No hay mal que por bien no
venga, reza un conocido refrán. El 17A hay que intentar que así sea.
Este 17A puede acabar siendo un primer paso en el proceso de
desinflamación indispensable al que se refirió en su primera entrevista
la Ministra de Justicia, como condición necesaria para poder dar una
nueva orientación a las relaciones entre Catalunya y el Estado, que nos
saque del callejón aparentemente sin salida en que nos encontramos. No
es fácil que ese paso se dé, pero hay que trabajar para que así sea. Hay
que hacer de necesidad virtud y empezar a revertir la orientación del
conflicto.
En cualquier caso, el desarrollo de la
jornada va a ser un indicador de las mayores o menores dificultades con
que nos vamos a encontrar en el inmediato futuro. Septiembre y octubre
van a ser meses muy difíciles. El 17A empezaremos a saber en qué
dirección y, sobre todo, con qué intensidad puede soplar el viento en
dichos meses.
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