Testosterona, deporte e identidad
El debate sobre el combate y la identidad de la boxeadora Imane Khelif ha mezclado demasiadas cosas, imagino que de manera interesada, para que cada parte pueda mantener sus posiciones y utilizarlas contra la otra.
Una cuestión es la identidad y otra la competición, y no creo que sea bueno para ninguno de los dos temas mezclar distintos elementos y, por ejemplo, defender la identidad sin considerar su posible impacto en la competición, como no lo es establecer una competición sin tener en cuenta circunstancias que la puedan afectar, estén o no relacionadas con factores asociados a la biología y a la identidad.
La competición deportiva está organizada sobre una serie de elementos que permitan su desarrollo en condiciones de igualdad para quienes participan en ella. Lo vemos en las diferentes categorías que se establecen, entre ellas la categoría basada en la edad (desde pre-benjamín, de 8 años o menos, hasta senior, de 20 años o más). También hay diferencias por el sexo, distinguiendo entre competiciones femeninas, masculinas y mixtas, por la participación individual o en equipos, por peso dentro de un mismo deporte, especialmente en las competiciones de lucha, por la presencia de alguna discapacidad que afecte a la práctica del deporte, referencia que ha llevado al desarrollo de todo el deporte paralímpico… Nadie puede ver en esa manera de organizar las distintas competiciones una forma de discriminación para quienes no formen parte de cada uno de los grupos definidos.
El objetivo es partir de unas condiciones similares para que antes de la competición, durante el entrenamiento, se pueda desarrollar la forma física y mental que permita competir con quienes dentro de la variabilidad del grupo tengan unas condiciones superiores al resto de las personas que forman parte de la competición, puesto que ninguna de las categorías que se establecen generan una homogeneidad física entre todos sus miembros.
De hecho, si comprobamos la situación observamos que en las pruebas de velocidad la mayoría de los triunfos son de atletas negros, y no por casualidad, sino porque es frecuente entre ellos tener una mayor proporción de fibra lisa en su musculatura, la cual se contrae de forma más rápida. Otros grupos étnicos africanos, en cambio, tienen unas características en su estructura ósea y en el consumo de oxígeno durante su metabolismo, como ocurre con los atletas de las regiones de Etiopía y Kenia, que los hace especialmente competitivos en las pruebas de resistencia. También podríamos recurrir a la altura para entender que un jugador o jugadora de gran estatura tiene ventajas para la práctica del baloncesto o del voleibol, o a otros deportes donde la ventaja esté en la fuerza física, haciendo de los más fuertes un grupo con más facilidad para alcanzar los objetivos, o de los de mejor pulso para las pruebas de puntería.
En ninguno de estos casos se plantea una exclusión de los deportistas aventajados, y las razones son varias, fundamentalmente dos:
- El elemento que proporciona la “ventaja” forma parte de las características comunes al grupo de deportistas y de su variabilidad, aunque en alguno de ellos esté por encima de la media. Esta situación puede facilitar que las federaciones y equipos puedan fichar a deportistas con esas características para mejorar los resultados individuales o de equipo. Es lo que se observa en la actualidad al comprobar la diversidad tan amplia, y cada vez mayor, que existen en los distintos deportes y competiciones, donde participan deportistas de distintos grupos étnicos y diferente condición física y mental.
- Muchas de las características que suponen ventajas en algunos atletas se pueden conseguir o acercarse a ellas mediante el entrenamiento, o contrarrestar a través de determinadas tácticas y estrategias deportivas. Siempre habrá deportistas con ventajas físicas, mentales o biológicas, pero el entrenamiento y la manera de afrontar la competición las pueden compensar dentro de los márgenes que proporcionan las categorías, como vemos a diario en el deporte.
La situación es diferente cuando el factor que influye en el rendimiento no forma parte del grupo que compite en la categoría establecida, ni se puede compensar con las estrategias y entrenamientos habituales, mucho más si dicho factor actúa de manera determinante en el deporte en cuestión.
La instrumentalización política y social que se ha hecho del caso de Imane Khelif tras su combate con la italiana Angela Carini, demuestra el problema que existe en la sociedad respecto a las identidades y la diversidad
El caso de la boxeadora argelina Imane Khelif, como el de otras personas que tengan algún factor que no forme parte de las características del grupo en el que compite, debe analizarse dentro de lo que es el marco que define la competición.
La solución no puede limitarse a decir “es mujer” o “es hombre” para que encaje en una de las categorías establecidas (masculina o femenina) y dejar al margen el factor que modifica su rendimiento deportivo, que son los niveles elevados de testosterona derivados del “síndrome androgénico” que tiene, sin que se hayan dado más detalles sobre el mismo. Si la situación es esa, lo que ha de analizarse es cómo influye en la competición para que todas las participantes de su misma categoría, que es “boxeo femenino de 66 kilos”, mantengan sus oportunidades a sabiendas de que hay diferencias entre ellas y que unas son más fuertes que otras, y algunas mejores que el resto.
Por lo tanto, debe cumplir los requisitos establecidos (ser mujer y estar dentro de la categoría de 66 kilos), algo que según el COI cumple, pero además no debe presentar ningún factor que dé ventajas a su rendimiento en la competición, con independencia de que este sea de naturaleza biológica o farmacológica. Del mismo modo que no se entendería como discriminación si no la hubieran dejado pelear por pesar más de 66 kilos, ni nadie hablaría de “gordofobia” en esa situación. En este caso lo que hay que determinar es cómo los niveles elevados de testosterona que refieren las informaciones influyen en la competición. No sólo durante el momento de la misma, también a lo largo de la preparación, puesto que tiene consecuencias sobre el resultado, hasta el punto de que si la situación de Imane Khelif en lugar de deberse a una cuestión biológica fuera farmacológica, estaría excluida por dopaje. Al final ha ganado el oro olímpico, pero desde el punto de vista social el conflicto generado no es ninguna victoria, aunque mucha gente quiera verlo así.
Cuando un elemento que influye en el rendimiento deportivo está fuera de los límites que condicionan la competición, la decisión que se adopte debe entenderse a favor del deporte y de todas las personas que participan, no en contra de la persona afectada, porque la clave no es si esa situación es de origen natural o artificial por medio del dopaje, sino si la competición y los valores que se defienden con el deporte se ven afectados.
Obviar esto y las medidas para garantizar una competición lo más equitativa posible dentro de las diferencias interindividuales, puede solucionar el problema de esa competición hoy, pero no lo hará mañana, tal y como hemos visto con la misma boxeadora y con la taiwanesa Lin Yu-ting, que fueron excluidas del campeonato del mundo por la Asociación Internacional de Boxeo, algo que puede volver a ocurrir tras los Juegos Olímpicos. Y tampoco solucionará el problema social relacionado con la diversidad y la inclusión, todo lo contrario, se aplicarán las leyes existentes, pero no habrá transformación social que integre las distintas realidades en la normalidad social y cultural.
La instrumentalización política y social que se ha hecho del caso de Imane Khelif tras su combate con la italiana Angela Carini, demuestra el problema que existe en la sociedad respecto a las identidades y la diversidad, una situación que no se ha solucionado con la ley trans, y que no se puede reducir acusando de odio a quien piense de manera diferente. Todo es más complejo y necesitado de respuestas.
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