La catarsis cosmopolita de los Juegos Olímpicos
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Salvo el bufonesco paréntesis protagonizado por las astracanadas de Puigdemont, la burda politiquería nacional ha dejado de generar problemas gratuitos al tomarse vacaciones.
Reconozco que la inauguración de los juegos parisinos me dejó un regusto agridulce. No logré disfrutar de una puesta en escena tan larga y con actuaciones musicales cuya escenografía era demasiado impactante. La letra y música de “Imagine” no requieren verse realzadas con un piano en llamas que solo consigue difuminar ese maravilloso tema. Es como “La Marsellesa” o la Oda de Schiller musicalizada por Beethoven. Basta con que suenen para transportarnos, aunque también podamos asociarlas con la secuencia de “Casablanca” o una interpretación magistral de la “Novena Sinfonía”. El innovador peletero tampoco acabó de convencerme, porque desnaturaliza el simbolismo del fuego robado por Prometeo a los dioses, aunque sea el signo de los tiempos rendir culto a las apariencias y tomar por auténtico cualquier tipo de avatar. Toda la ceremonia duró más de la cuenta. Que una jinete con armadura surcase a caballo el Sena portando su antorcha olímpica era una idea efectista, pero hubiera sido preferible que durara menos.
La inauguración de los juegos parisinos me dejó un regusto agridulce. ‘Imagine’ no requiere verse realzadas con un piano en llamas que solo consigue difuminar ese maravilloso tema
Dicho esto, fue muy placentero que las dos cadenas públicas españolas realizaran una cobertura continua de los juegos. Era una gozada que las noticias giraran en torno a los Juegos Olímpicos y no chuparan cámara las tediosas declaraciones de los portavoces políticos con sus insoportables letanías. De repente los nacionalismos cobraban otro signo y las rencillas partidistas quedaban suspendidas en el tiempo. Hace poco la selección española de fútbol nos hizo vibrar al unísono en todas las comarcas, donde públicos muy diversos aplaudían a rabiar una excelente forma de jugar. Un chaval de dieciséis años pulverizó el récord juvenil sustentado hasta la fecha por Pelé. Gracias a que sus padres emigraron de sus respectivos países, Lamine Yamal nació en Cataluña y luce orgullosamente los colores de la selección española, haciendo añicos un sinfín de prejuicios que suele instrumentalizar una politiquería sin entrañas e irrespetuosa con el mundo real ajeno a los clichés ideológicos.
Deportistas como Nadal disfrutaban de la competición deportiva en estado puro. No se alojaba en hoteles de lujo, sino en instalaciones muy espartanas compartiéndolo todo con quienes aspiraban a subirse al podio tras o tener una simple medalla. En este caso con un trocito de la Torre Eiffel, algo que me pareció francamente simpático. Sabedor de que serían sus últimos juegos, Rafael Nadal simultaneó partidos individuales y dobles, haciendo un mágico tándem con Alcaraz, que fue plata en su primera participación al perder ante quien había derrotado hacía poco. Fue bonito ver cómo ambos nunca se dan por vencidos e intentan remontar marcadores muy adversos.
Lamine Yamal hizo añicos un sinfín de prejuicios que suele instrumentalizar una politiquería sin entrañas e irrespetuosa con el mundo real ajeno a los clichés ideológicos
La final de baloncesto femenino no pudo ser más emocionante. El equipo galo estuvo a punto de acabar con la hegemonía detentada por Estados Unidos y algunas actuaciones arbitrales no ayudaron a que lo consiguiera. Mientras han durado los juegos, Francia experimentó un sano armisticio político. Tras las elecciones europeas, no está nada claro que Macron consiga designar a quien debería liderar un gobierno de consenso. Las precipitadas alianzas que se fraguaron para obstaculizar el vigoroso ascenso de Le Pen no parecen conseguir ahora un mínimo consenso. Vuelve la polarización y los personalismos que tan bien conocemos por doquier. Maduro ha simulado unos resultados electorales inverosímiles que no está dispuesto a documentar. Netanyahu está deseando que gane Trump y sigue jugando con fuego, atreviéndose a hacer un asesinato selectivo en la capital iraní, para que Biden le mande parte de su flota con carácter disuasorio. Putin se queja de que Ucrania repela su invasión entrando en territorio ruso, porque destrozaría el argumento de administrar los territorios ocupados.
Necesitamos más dosis del cosmopolitismo que nos han aportado los Juegos Olímpicos de Paris. En ese lapso nos convertimos en ciudadanos del mundo que finalmente se identifican con los auténticos protagonistas de la competición. Una gente con afán de superación que se prepara con ahínco durante mucho tiempo, porque siempre pueden aparecer nuevas figuras que destronen a quienes ostentaban récords aparentemente insuperables. Hasta Hitler pospuso sus maléficos planes cuando presidió las olimpiadas que se celebraron en Berlín, haciéndose pasar por un estadista. En realidad este caso es un contraejemplo paradigmático de lo que se sostiene aquí. Los nazis quisieron instrumentalizar los juegos para servir a su propaganda, pero Jessi Owens les aguó la fiesta. Lo curioso es que, al retornar a su patria, este famoso multimedallista siguió padeciendo la segregación racial sufrida por los afroamericanos.
Necesitamos más dosis del cosmopolitismo que nos han aportado los Juegos Olímpicos de Paris. En ese lapso nos convertimos en ciudadanos del mundo
Comoquiera que sea, las Olimpiadas nos han dado un respiro en medio de una severa canícula, porque ha enfriado la flamígera temperatura política que avivan los cálculos cortoplacistas de unas formaciones políticas embebidas por sus disensiones internas. Hasta el breve paréntesis de las hilarantes astracanadas protagonizadas por Puigdemont han contribuido a ello, porque lo ridículo también tiene un efecto catártico. A este paso conseguirán que Salvador Illa se dispute con Ayuso la presidencia del gobierno central. Su gobierno transversal autonómico reivindica los valores de la socialdemocracia y del humanismo cristiano, aún cuando para mi gusto podría haberse ahorrado el adjetivo, porque andamos ayunos de políticas que pongan el acento en lo social y primen a los humanos por encima de las demandas macroeconómicas. Al nuevo presidente de la Generalitat le sienta bien haber estudiado filosofía y toreado una pandemia. Los Puigdemonts de turno realzan su figura y hacen ver que hay modelos alternativos a los postulados por la intransigencia.
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